26 de abril de 2024

Críticas: Oslo, 31 de agosto

Oslo, 31 de agosto - Cinema ad hoc

Adicciones y tormentos en la capital noruega.

Cinco años después del considerable éxito que obtuvo con su primer largometraje, Reprise (2006), inédito en España, el joven cineasta noruego Joachim Trier –nacido y criado en Oslo, una ciudad cuya huella en él se nota aquí– continuó su carrera en su país con Oslo, 31 de agosto, que llega ahora a nuestras salas. Es una actualización libre de la novela de Pierre Drieu La Rochelle El fuego fatuo, la misma que fuera llevada al cine por Louis Malle en su recordada adaptación de 1963.

Al igual que el protagonista de la obra de La Rochelle, Anders está a punto de finalizar un duro tratamiento en una clínica de desintoxicación –sustituyendo el alcohol por la heroína–, significativamente apartada de la ciudad amada, en la que todavía se encuentran las personas que un día le importaron y los recuerdos que le destruyeron hasta convertirle en el ser atormentado que es ahora. Sus escarceos con el suicidio están motivados por el desapego que siente hacia lo que le rodea y la imposibilidad de afrontar un futuro que se presenta como una negra incógnita. Aún conserva buena parte de su atractivo personal y tiene respaldo económico para salir adelante, pero lo siente como parte del mismo pasado que le consumió.

Oslo, 31 de agosto (3) - Cinema ad hoc

Tras abandonar el centro con permiso para asistir a una entrevista de trabajo que debe servir de preludio a su reinserción, los edificios de Oslo se vislumbran por primera vez al final de un túnel en un taxi en el que suena I’ve Been Losing You de A-ha. Una canción cuya letra («How can I stop now, is there nothing I can do / I have lost my way, I’ve been losing you») aporta una pista más del devastado mapa interno de Anders, incapaz de superar la pérdida de Iselin, un personaje fantasmal únicamente presente a través de sus recurrentes llamadas telefónicas sin respuesta y de las fotos que conserva. Su espectro, sin embargo, recorre de cabo a rabo esta Oslo, 31 de agosto, impregnada de un triste halo que también se manifiesta en los parques y locales de esa ciudad tan confiada en su condición, previa a la cruel masacre perpetrada por otro Anders, Breivik, que transformaría la mentalidad colectiva de los noruegos –no hay que olvidar que se estrena en España tres años después de su producción–.

La primera persona a la que visita es un antiguo amigo y compañero de juergas, ahora casado y padre de un hijo, que esconde frustraciones y temores parecidos a los suyos bajo un manto muy distinto, el de la estabilidad personal. Le hace ver que no es el único que se vio superado por sus aspiraciones, pero Anders parece tajante cuando asegura que ya nadie le necesita. Lo que en el pasado fue debilidad de los demás hacia sus problemas es ahora un debate entre la compasión y el miedo a verse superados de nuevo por su fragilidad. Para él todo ha terminado ya, no hay posibilidad de redención.

Oslo, 31 de agosto (2) - Cinema ad hoc

Esta primera mitad, cuya carga reposa fundamentalmente sobre los diálogos y en la que se desarrolla admirablemente la naturaleza del protagonista, contrasta con una segunda que nos sumerge en la vorágine nocturna de la ciudad. La dirección de Trier regala momentos verdaderamente brillantes, incluso poéticos, y posee la capacidad de pasar en un suspiro de un ambiente casi teatral a sumergirnos en una espiral sonora, en la que la sugerente selección musical electrónica se funde con la patológica imposibilidad del protagonista de concederse una nueva oportunidad. El inteligente viaje sensorial desemboca en el tramo final, en esa mañana del 31 de agosto en la que cierran las piscinas y su tremenda soledad vuelve a aflorar. Del desenlace se apodera un silencio únicamente interrumpido por la brevedad de unas notas al piano. Lo que Anders guardaba en la ciudad de su vida durante su intento de recuperación, su principal flaqueza, sale irremisiblemente a la luz al revisitarla, pero sin él todo podría seguir su curso en la misma. ¿Acaso no siguió tras la demolición del icónico edificio de Philips en el año 2000, como muestra el prólogo?

No es casual la elección de los últimos días de agosto para ambientar la acción. Las horas finales de un verano que dará paso a un invierno largo y durísimo simbolizan la última ocasión que tiene Anders de volver a la vida que tuvo, de reintegrarse en una sociedad poco tendente a olvidar los errores del pasado. Desde el principio queda claro que él tampoco parece tener intención de hacerlo, pues contempla el camino sin separarse de la pesada losa que supone una amalgama de sentimientos y dependencias demasiado compleja como para concederle un respiro en una jornada tan breve.

Oslo, 31 de agosto (4) - Cinema ad hoc

Oslo, 31 de agosto resulta –resultó, más bien– terriblemente oportuna por retratar la capital noruega, una ciudad tan segura de sí misma, en el momento justamente anterior al trauma colectivo citado. Joachim Trier se erige como un peculiar explorador del alma humana, al que acompaña la tremenda interpretación de un Anders Danielsen Lie que encarna a la perfección el tormento del protagonista. Los recuerdos impregnados en los recovecos de una ciudad, la capacidad de autorredención o la dolorosa distancia existente entre los proyectos y la realidad dan forma a un intenso periplo del que, como dice el propio protagonista, todo será olvidado. La vida en la ciudad sigue, y uno abandona la sala con el convencimiento de que el director noruego tiene trabajos mejores que brindarnos. Cuando esta película llega a España, ya ha cancelado por problemas financieros su primer proyecto de habla inglesa, que iba a contar con Jesse Eisenberg e Isabelle Huppert. Habrá que seguir de cerca sus pasos.

2 comentario en “Críticas: Oslo, 31 de agosto

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