29 de marzo de 2024

Críticas: Mientras duermes

El director de obras tan inquietantes como Darkness (2002) y REC (2007) ha entrado de lleno en el terreno del thriller psicológico, dejando de lado los tics más molestos de sus obras primerizas y entregando la que quizá sea su propuesta más sólida y contundente hasta la fecha.

Mientras duermes es una película de comienzo pausado, que despega sin prisas, con una primera parte esencialmente descriptiva que nos muestra el horror de la cotidianeidad en la vida de un portero de edificio de apartamentos. El drama se va gestando poco a poco en el interior de un empleado que tiene que soportar la humillación tenue pero constante de cada vecino que lo toma por un criado, que lo trata con la condescendencia propia de la clase burguesa. Un sinfín de pequeños detalles van punzando cada día la moral de este ser al límite de sus posibilidades, en la fina línea entre la cordura y la demencia.

El tema central de la película se aleja de las convenciones del género: como en un drama romántico cualquiera, todo gira en torno a la búsqueda imposible de la felicidad. Con la particularidad de que en este caso quien pretende ser feliz es un sujeto disfuncional, cuyo único aliciente para seguir con vida es saber que los demás pueden estar en peores circunstancias. El único obstáculo que se interpone entre él y su (ilusoria) felicidad es la vecina del quinto. «Que Clara borre esa puta sonrisa de su cara», es lo único que pide César. Que deje de ser feliz, de alegrarse por todo, de bajar radiante de su casa cada mañana. ¿No se da cuenta de lo incómodo que resulta convivir con una persona así, que te recuerda a cada instante lo absurda que es tu vida?

Hay mucha gente en el mundo que encuentra la felicidad ayudando a los demás. El caso de César es el opuesto, él se nutre de la miseria ajena. Pero, en el fondo, ¿no comparten todos un mismo objetivo profundo, el de ser felices a toda costa? La causa de la maldad de César es tan humana como las emociones más egoístas y las pulsiones más oscuras que caracterizan al ser humano. No es ni mucho menos una maldad gratuita, sino funcional, al servicio de un propósito claro. Y es que los misterios de la felicidad son inescrutables: cada persona la encuentra transitando senderos distintos, a veces incomprensibles para el resto. Balagueró potencia el dilema otorgando el inmenso privilegio del punto de vista al personaje de César, incitando al espectador a sentir empatía por su desdicha pese a que, bajo los preceptos tradicionales de una observación dicotómica de la realidad, él sería sin duda el malo de esta historia.

Una de las grandes virtudes de la película es la solvencia con que está dirigida. Balagueró ha aprendido bien la lección de los grandes maestros, a quienes rinde continuo homenaje: en algunos de los momentos más logrados del film late la esencia del Hitchcock de Crimen perfecto y La ventana indiscreta (ambas de 1954), y también del Polanski de Repulsión (1965). Del primero toma el pulso sostenido a la tensión creciente, insoportable, que provoca que el espectador se muerda las uñas sin saber muy bien por qué desea que César salga airoso de las escenas en que se tambalea sobre la cuerda floja; del segundo, el retrato certero de una mente enferma y misántropa que se degrada poco a poco, irremisiblemente, a causa del contacto con las personas que le rodean.  Y, de ambos, el uso del espacio cerrado (un apartamento, un simple edificio) para la construcción de una atmósfera claustrofóbica, opresiva.

Un espacio, a propósito, al que Balagueró (que conoce bien los mecanismos para la creación de sensaciones) dota de una dimensión semántica muy fuerte. El regreso de César a su casa en el sótano del edificio es casi un descenso a los infiernos; esa zona gris, sucia y destartalada funciona, sin duda, como reflejo del estado anímico y mental de su inquilino. Pero el portero no está dispuesto a utilizar dicho lugar más que como zona de tránsito: él prefiere pasar las noches arriba, con Clara, en un espacio luminoso y confortable que actúa como representación de la felicidad de esta y de la corrosiva envidia de aquel.

Luis Tosar, por su parte, es un actor de una valía extraordinaria que queda confirmada película tras película. Convencen sus gestos, su forma de moverse, de expresarse, su mirada de doble filo; provoca verdadero miedo su cambio de registro dentro de un mismo papel, encantador de cara a la galería, sádico de puertas adentro. Con la precisión de un cirujano calcula cada movimiento, cada paso que da su personaje. Tosar se mira en el espejo y este le devuelve una mirada gélida que, por momentos, nos recuerda a la de aquel personaje desquiciado que protagonizara Henry: retrato de un asesino (John McNaughton, 1986). La sociopatía de Tosar es mucho más sutil, sus trastornos no son de la misma índole, pero el reconocimiento de la propia disfunción es palpable en ambos. Tosar se observa a sí mismo con desprecio, asociando su imagen a un proyecto de vida fracasado, pero sus impulsos más profundos le llevan a seguir luchando contra sus demonios día tras día.

En el extremo opuesto, no me creo el personaje de la niña: debería ayudar a crear tensión, pero me resulta artificioso e impostado. Esta cría repelente y relamida está caracterizada de forma plana y tópica. Quizá cumpla un rol importante en la construcción de la intriga, pero se podría haber perfilado mucho mejor. Por el contrario, personajes como el de la anciana de los chuchos (rematadamente sola, como se encarga de recordar César en una de las escenas más brutales de la película) enriquecen la historia y ayudan a comprender mejor las frustraciones y los deseos del personaje principal.

La solidez inicial del guion pierde algo de fuelle en la recta final, en la que algunos giros dramáticos favorecen el ritmo en detrimento de la verosimilitud. Pese a todo, a raíz de la llegada de Marcos a la historia (el novio de la chica, un correcto Alberto San Juan) todo fluirá con agilidad hasta un desenlace notablemente eficaz y, sobre todo, coherente con el planteamiento original del film. A Balagueró le ha salido bien la jugada. Esperemos que siga demostrando su talento sin bajar el listón en el futuro.

9 comentario en “Críticas: Mientras duermes

  1. Más o menos de acuerdo, menos en lo de la niña, su presentación en escena me pone más los pelos de punta que cualquier escena de Tosar. ¡Spin off para la niña ya!

    1. A mí es que me resultó forzada hasta la interpretación, Neath. Cuando la veía hablando (sobre todo en las dos primeras escenas en que aparece) parecía que estaba recitando un discurso mecánicamente, haciendo de niña mala prefabricada, y no me lo creía. Me sacaba de la película. Pero bueno, es un detalle menor. No niego que el personaje tenga su punto.

  2. Acabo de verla. Es más un drama psicológico que otra cosa, para mí gana según se acerca a la recta final aunque en no pocos momentos la trama carezca de credibilidad (que no de variantes atrapantes). Casi todo en ella es notable salvo estas escenas, que perjudican un poco el nivel general aunque como digo se centre en el personaje de César/Tosar, muy por encima de las mismas.

    Y sí, la niña parece más hija de puta que el propio protagonista. De hecho, su final me da bastante más miedo que el de cualquier otro.

    En todo caso voy a dejar reposarla, es recomendable antes de saber si tirar o no la manteca al techo.

    1. Pues sí, más o menos pensamos lo mismo entonces. La recta final es más intensa pero menos creíble, el drama deja más paso al thriller puro.

      La niña se tiene merecido todo lo que le pase xD

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