Esta semana, con el estreno de Anonymous de Roland Emmerich, tenemos como película de la semana una adaptación de Shakespeare. La crítica es de Planeta prohibido y está escrita por Tania.
«Somos de la misma sustancia que los sueños, y nuestra breve vida culmina en un dormir» decía Próspero en la cita más famosa de La tempestad de William Shakespeare. Ciertamente, los sueños y fantasías son parte esencial de nuestra realidad. Estimulan el intelecto, nutren la creatividad, son la base de cada proyecto de futuro, nos hacen crecer y avanzar como individuos y sociedades. Pero algunos sueños son peligrosos y pueden acabar destruyéndonos…
Pocos géneros se han dedicado con tanto empeño a alimentar nuestros sueños como el de la ciencia ficción. Y cuando, allá por el año 1956, la MGM decidió realizar su particular adaptación cinematográfica de la obra de Shakespeare arriba citada, este género tan infravalorado por las élites cinéfilas vivía momentos gloriosos en el terreno del entretenimiento. Los incidentes de Roswell y Kapustin Yar, los foo fighters y los avistamientos de OVNIs estaban de moda. Nutrían el mundo de la ficción y el imaginario colectivo de fabulosas historias sobre viajes y aventuras espaciales, e inyectaban interés renovado a una de las preguntas que más ha inquietado a la humanidad a lo largo de los siglos: la de si estamos o no estamos solos en el universo. Por otra parte, también la ciencia y la tecnología (y su inquietante avance) se hallaban en el punto de mira. Los gobernantes de las grandes potencias mundiales anhelaban la conquista del espacio, mientras el hombre de a pie fantaseaba con la invisibilidad, la teleportación y los viajes en el tiempo, o se entretenía (y horrorizaba) imaginando mutaciones atómicas de todo tipo y tamaño, desde la del diminuto Hombre menguante (1957) a la del gigantesco Godzilla (1954), pasando por la del desdichado hombre insecto de La mosca (1958).
El cine de ciencia ficción era muy exitoso, como digo, en términos comerciales. Pero, lamentablemente, muchas veces el planteamiento científico-ficticio no era más que un simple pretexto de partida para realizar películas anodinas con pobres argumentos que no invitaban a ningún tipo de reflexión productiva. Películas que sólo servían para entretener al espectador poco exigente en el mejor de los casos y en el peor (el del cine velada o manifiestamente propagandístico), se dedicaban a alimentar su miedo, su patriotismo, su belicismo… y asegurarse así su fidelidad y obediencia ciega al gobierno o interés de turno.
En medio de este panorama nació Planeta Prohibido (1956), una de esas maravillosas excepciones en las que, al igual que ocurría con Ultimátum a la Tierra (1951), el contenido primaba sobre la forma. Una película pausada, sobria y contenida, dentro de lo que cabe, donde la reflexión ética y el debate filosófico se anteponían a la acción desenfrenada y a los ostentosos despliegues de efectos especiales que tanto entusiasmaban al público de la época (americano, masculino, adolescente y “testosteronado”, en su mayoría). Una producción relativamente ambiciosa de la MGM, pero con alma de serie b, que llegó para hablarnos de la condición humana, de los monstruos del inconsciente, del potencial destructivo de la energía, de grandes civilizaciones que un día tuvieron el universo a sus pies y al siguiente lo perdieron todo y perecieron de forma trágica por haber perseguido el avance tecnológico a cualquier precio, sin medir las posibles consecuencias de sus actos. Un film que, paradójicamente, tuvo que llevarnos a un planeta perdido en la inmensidad del universo para poder devolvernos a la Tierra, a los asuntos a los que de verdad debíamos (y debemos) prestarles atención; para advertirnos de que el saber científico puede lograr cosas maravillosas pero, si se separa del saber ético, también puede llevarnos a nuestra propia destrucción (aquí la lectura antinuclear es inevitable); para prevenirnos sobre los riesgos que conlleva jugar a ser dioses; para recordarnos que, después de todo, como decía aquella famosa canción de Kansas, no somos más que “polvo en el viento”.
Si estos argumentos no son suficientes para convenceros de que debéis ir corriendo a verla, quizá os animen otros alicientes. Por ejemplo, su incalculable influencia en todo el cine de ciencia ficción posterior, sus magníficos decorados o su banda sonora ambiental, pionera en el uso de la música electrónica experimental. O quizá lo que os acabe de animar sea la oportunidad de ver a un Leslie Nielsen jovencísimo e irreconocible en un registro serio… ¡en una película que no es una comedia!
Venga, dadle una oportunidad, que por mucho que apriete la crisis soñar sigue siendo gratis.
Escrita por Tania
Gran crítica, Tania. En serio, si el blog sigue mostrando este nivelazo, esto no puede hacer más que crecer.
Gracias, Sito. No soy muy diestra con las críticas largas, pero se ha hecho lo que se ha podido. Me ha hecho mucha ilusión poner mi granito de arena 🙂
«See androids fighting Brad and Janet, Anne Francis stars in Forbidden Planet…»!! Qué recuerdos!! 😛
Se me olvidó comentar por aquí después de leer tu excelsa crítica, Tania 😀 Muy buena, de verdad. Has ubicado perfectamente la película en su contexto y has profundizado en todos los temas que subyacen tras esa apariencia de "mero entretenimiento de sci-fi", que no son pocos. Especialmente destacable la mención al poder del subconsciente, que no deja de ser el motivo principal del film, y a los riesgos del avance científico cuando no existe el autocontrol. Te ha faltado hablar de los modelitos de Anne Francis y de Robby el Robot, pero compensas con la cita de Shakespeare (ahí, demostrando el bagaje, jajaja).
Shit! La respuesta iba aquí, no abajo xD
Jo, siento lo de los modelitos… un despiste. Yo es que soy más de Fay Wray, "that delicate, satin-draped frame…" 😉
¡Gracias, Diego!