24 de abril de 2024

Críticas: Refugiado

Refugiado

Escondidos en Buenos Aires

Refugiado comienza en uno de esos laberínticos espacios en los que se encierra a los niños para que celebren sus cumpleaños chillando, saltando, reptando y perdiéndose entre toboganes y bolas al ritmo de canciones machaconas, mientras sus padres hacen vida social con otros padres al tiempo que anotan mentalmente quién ha llevado regalos y quien no. Unos padres faltan en este cumpleaños, los de un niño que juega solo a pesar de estar rodeado de otros tantos que gritan y ríen a su alrededor. Enfundado en una capa de superhéroe, Matías espera paciente y en vano a que alguien vaya a buscarle. Está demasiado acostumbrado ya a saber que algo ha pasado en su casa y que impide que su madre le recoja, pero esta vez la tensión se recrudece, la espera es mucho más larga y su miedo cobra más fuerza al llegar por fin a su casa y descubrir que la última paliza que ha recibido su madre por parte de su padre la ha dejado inconsciente en el suelo.

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Un tema tan delicado como es el del maltrato machista parece tender siempre a someterse a un trato desde la hipersensibilidad hacia la víctima, haciendo hincapié en los detalles más escabrosos de las agresiones. Sin embargo, son dos los puntos de vista que el director argentino Diego Lerman utiliza para contar un viaje hacia un destino y un futuro inciertos pero alejados de un presente aterrador en su última película, aunque ambos parezcan fundirse en un mismo devenir de la historia. Las dos miradas, la de Laura llena de terror por ella, por su hijo y por el bebé que lleva en su vientre, y la de Matías, cuya inocencia le sitúa en una dualidad en la que su lado más infantil contrasta con un rol de protector que se ha visto obligado a ejercer, nos llevan de la mano por una huida constante hacia delante en busca de una salida como la del juego infantil del comienzo de la cinta. Alejándose de una estructura más convencional para contar un caso de violencia doméstica, el argentino opta por comenzar su historia en el momento en el que la situación de maltrato se hace tan insostenible que provoca la huída de Laura y Matías. Nada sabemos de cómo esa familia llegó a ese punto, ni de cuánto ha aguantado Laura hasta tomar esa decisión. Todo sucede en las pocas horas en las que madre e hijo emprenden un recorrido que, en primera instancia, les lleva hacia un refugio de mujeres maltratadas, para más tarde vagar por la ciudad y decidir por último regresar al hogar materno en mitad de un apartado bosque. Todos los escenarios por los que madre e hijo avanzan, parecen estar marcados por el mismo esquema caótico que tienen sus propias vidas. Laberintos de hormigón como el refugio o el edificio en el que viven; más grandes aun como la propia ciudad que parece hacerse más pequeña a cada momento para acorralarles, o un bosque frondoso en el que cada claro parece llevar a una salida segura.

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Y es que Refugiado tiene la capacidad de contar una historia a partir no sólo de un guión que no cae en el morbo de hablar ni de mostrar en ningún momento una violencia explícita ni prestar atención a la figura del maltratador, que sólo aparece como la amenaza oculta y borrosa que planea sobre los protagonistas. También se nutre de las decisiones técnicas que el director lleva a cabo para que sea la propia película la que nos haga partícipes de las emociones que los protagonistas están sintiendo. Lerman trata de esconder a Laura y a Matías tras obstáculos que se interponen entre ellos y la cámara, que se mueve tan inestable como ellos. A veces amenazadora en la sombra, agazapada observándoles mientras corren mirando atrás; a veces exhalando su aliento directamente sobre madre e hijo, palpando su miedo en primerísimos planos que los asfixian como hace su angustia. Sólo se queda a una distancia prudencial cuando otorga una libertad necesaria a Matías para quitarse la coraza de protector y volver a ser el niño que es. Le mira jugar despreocupado con una niña del refugio, y disfrutar de nuevas experiencias en el campo con su abuela sin ejercer ninguna intromisión en su regocijo infantil.

No es Refugiado un film con una intención de concienciar sobre un problema que afecta a miles de mujeres y niños en todo el mundo, y ni tan siquiera ejerce de portavoz de una denuncia contra quienes ejercen o permiten que suceda. Se trata de constatar el terror que siente quien sufre el maltrato por parte de quien un día prometió cuidarla y respetarla, presentándolo como una road movie en la difícil búsqueda de la salida de un laberinto, con un tono más cercano al thriller que al drama social.

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