18 de abril de 2024

Críticas: Criadas y señoras

Una típica fábula de negros muy blancos y blancos muy negros diseñada para ganar ochenta mil Oscars y ser olvidada al minuto siguiente.

Criadas y señoras es la historia de una chica blanca en los años 50 que un día decide escribir un libro sobre cómo piensan las chachas de su vecindario pijo de Jacksonville, Mississippi. Las chachas por aquella época eran negras, no mexicanas y se llaman Minny, Sugar y Aibileen en lugar de Lupe, Conchita o Penélope Cruz. No es que toda la película sean flashbacks de chachas, sino que va de que hay una mujer mala, con un cardado aterrador, que hace que las chachas no puedan hacer pis en el váter de la casa y tengan que construir un váter para ellas, para que no se contagien de sus virus negros los blancos. No se llega a saber muy bien cuál es el problema de esta malvada mujer, pero es muy malvada y la interpreta con mucha soltura Bryce Dallas Howard.

Por otro lado está Jessica Chastain (esa que ahora está por todos lados) que es una rubia pichonera que se ha casado con el guaperas del lugar y le hacen el vacío social, aunque es muy buena gente: lo que más interesa de este personaje es que alguien nos intenta hacer pasar a la flaca Chastain por una explosiva Marylin Monroe mediante el expeditivo método de embutirle unos rellenos corporales de lo más ortopédicos y que obligan a la pobre mujer a andar casi jorobada por el peso de lo que sea que le hayan puesto para que parezca que tiene culo.

La tercera blanca en discordia es la escritora que quiere hacer el libro de las chachas y aquí pasamos a palabras mayores porque es Emma Stone quien hace este personaje y pasa lo que suele pasar cuando Emma Stone sale en una película, que el personaje de Emma Stone le trae al público sin cuidado porque está demasiado absorto admirando los dientecillos desparejos, las pecas y los ojitos de búho de la falsa pelirroja. Aunque no es la película en la que sale más fascinante (ésta sigue siendo Rumores y mentiras), aquí se muestra especialmente encantadora en dos o tres escenas que harán las delicias de los emmastonófilos, incluida una en la que la actriz se presenta con un pijama de rayas a lo Ludivine Sagnier en 8 mujeres que deja los tobillos al aire y que es devastadoramente adorable.

Tras estas caras blancas atisban por detrás de la puerta de la cocina los muy negros y sufridos rostros de Viola Davis y Octavia Spencer. La primera resulta una auténtica catastrófe en su papel protagónico eso sí, como comentaba el compañero McTeague en su quiniela para los Oscars con un perfil altamente oscarizable. El repertorio es el de siempre: ojos de cordero degollado, boca meditabunda a punto de entonar un doliente blues, andares lentos y apesadumbrados plantación style, cuello sumiso, etcétera. Juro que he tenido que revisar varias veces su filmografía porque no me podría creer que no hubiera salido en El color púrpura. Nos mola más el papelón de Octavia Spencer como la nada típica señora negra gorda y con bigote que le canta cuatro frescas a los señoritos y luego hace cosas graciosas que no desvelaremos aquí, aunque sin duda la historia de cierta tarta especial es de lo mejorcito de la película. Octavia y su bigote sí se merecen un Oscar.

Con estos mimbres estaba claro que Criadas y señoras iba a ser una historia entrañable, de las de toda la vida, de las que hablan de gente buena que gana y gente mala que pierde, de las calculadas para hacer pasar un buen y descomplicado rato a los espectadores, tomándolos de paso por un poco idiotas, pues sus escenas ‘para llorar’ y sus escenas ‘para reír’ y ‘para emocionarse’ son tan obvias que podrían servir de ejemplo para una escuela de enseñanza de niños con Asperger. Pero bueno, que se puede esperar si estamos en una época en la que hasta un machote como Emmerich se ha puesto a hacer películas sobre Shakespeare.

Y es que Criadas y señoras es mala de narices, pero resulta tan ingenua en sus evidentes cálculos y tan falsa desde los pies hasta la almidonada cofia de las chachas negras, que acaba poseyendo el encanto kistch de los placeres culpables para chicas. Si eres una de nosotras, te pirrarán los planos aéreos de las mansiones sureñas con sus porches blancos, el vestuario de los años cincuenta y que los pocos hombres que aparezcan estén buenorros. Si eres de los que arrastraste a tu novia a ver El árbol de la vida y todavía te odia por esto, Criadas y señoras puede ser una excelente manera de reestablecer la armonía conyugal. En cualquiera de los dos casos, no olvides las palomitas: para bien y sobre todo, para mal, esto es Hollywood.

7 comentario en “Críticas: Criadas y señoras

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