Aunque nunca se me ha dado bien escribir sobre cortometrajes, esa pedazo de joya que nos dejó Clapin a finales de la década pasada, Skhizein, merece el intento cuanto menos.
«Nunca he estado aquí. Quiero decir… antes era normal. Antes de que sucediera, habría estado allí, en el sillón y no aquí, en el aire, a 91 centímetros del sillón. Exactamente a 91 centímetros de donde debería estar.» Sólo unas líneas iniciales con las que arranca su primer diálogo, y ya conocemos todo lo que debemos saber sobre la sinopsis de Skhizein, por lo que se le puede deducir a Jérémy Clapin una síntesis tanto visual como conceptual arrolladoras. A esa síntesis, se le añade una imaginación desbordante que sabe como exponer el conflicto y las vicisitudes del mismo empleando tan pronto el humor y la simpatía como la tristeza y el desamparo de un personaje que funde sensaciones y frustraciones en un torbellino de emoción desatado en un clímax final tan poderoso como clarificante. Pero no clarificante porque redunde en la idea o ofrezca una de esas explicaciones que toman por estúpido al espectador, si no porque logra desenmarañar las intenciones de un trabajo realmente lúcido.
Lo mejor, sin embargo, es que Clapin sabe realizar una mixtura de géneros fabulosa, donde el tono no se pervierte en ningún momento y se termina escarbando la superficie de un existencialismo al que no se puede acusar de cargar las tintas en exceso, o de no saber jugar con los demás elementos de los que dispone para conferir otras cualidades al relato (sin necesidad de rebajar ni diluir el fondo), y nos termina llevando a la raíz de un texto que consigue hurgar en algunas de las consecuencias de lo que en ocasiones nos transforma en una extensión propia que ni siquiera comprendemos, puesto que la aflicción es arrastrada hasta un punto tan extremo que termina causando la lejanía, la separación y, por ende, la desnaturalización del ser. Esa desnaturalización que finalmente queda comprendida en un simple gesto: pese a la situación en que se encuentra el protagonista de Skhizein sólo le vemos fruncir el ceño en dos ocasiones, la primera cuando su televisor no funciona, y la segunda ante la frustración que le produce el hecho de tener ante sí un especialista que ni siquiera le puede ayudar. El resto lo comprenden la tristeza y el desamparo por no poder salir de una situación que se le antoja distinta, esa situación que nos toca de cerca cuando ante las adversidades uno termina desfondado y la impotencia acaba haciendo mella, porque incluso siendo conscientes de nuestras propias posibilidades no parece haber salida o escapatoria, y cualquier impedimento transforma una distancia intangible en una distancia real, en absoluta contrariedad, en la incapacidad más pura por no saber siquiera transformar 91 centímetros de lejanía en un simple escollo que en realidad nunca existió.
Skhizein (Jérémy Clapin, 2008):
Inspiradísimos tanto el corto como el texto, y muy en sintonía el segundo con el primero.
Grandísimo corto, sí señor. Ayer lo volví a ver, hoy lo mismo, mañana veremos… cada vez me gusta más. Es un ejercicio de estilo y condensación temática sublime. Hacerlo mejor sería bastante difícil. Bien tirado, Grandine.
Thankiuses, a ambos! 😉