25 de abril de 2024

Gijón, día III

Si les digo que el protagonismo del día en el Festival ha sido para la poco contenida mala hostia de una película, alguno dirá: «Claro, tocaba peli de Solondz», pues que no se pase de listo porque se equivoca absolutamente, ahora les cuento.

Pero empecemos por el principio que es como debe ser, y es que en el pase mañanero de la Sección Oficial a concurso se proyectaba Los gigantes, del director belga ya premiado anteriormente en Gijón, Bouli Lanners. ¡Qué difícil es ser un niño en Bélgica!, si debemos fiarnos de las dos últimas obras importantes del país que han llegado este año a nuestras pantallas, es decir, ésta misma y El niño de la bicicleta de los hermanos Dardenne, sin duda los padres belgas son los más chungos de toda la Unión Europea. También les digo una cosa, aquí se acaban los parecidos entre ambos, si bien Lanners construye una obra a la que no se le pueden poner grandes pegas (la caracterización un tanto primaria de los personajes o cierta carencia para transmitir grandes emociones) sí es cierto que carece del pulso narrativo y de la garra de los Dardenne, aún así, insisto, no es una obra despreciable ni mucho menos.

La mañana seguía en plan francófono con la elegida por nuestros amigos del otro lado de los Pirineos para que les represente en la gala de los Oscars, Declaración de guerra de Valerie Donzelli. La cosa empieza como una comedia romántica con una pareja que se conoce, se enamora, tiene un hijo y al bebé… le detectan un tumor cerebral. Sudores fríos entre el público ¿será un intento más de buscar la lágrima fácil y de intentar emocionar con cabecitas infantiles sin pelo por culpa de la puta quimioterapia?. Pues para nada, si algo desprende la peli de Donzelli es buen rollo, ganas de vivir, sinceridad y alejamiento de la explotación sentimental de una enfermedad tan terrible. Ciertos tics muy frecuentes en el cine francés: esa voz en off que se superpone a la acción, su tendencia a salpimentar las películas con canciones entonadas por los protagonistas, quizás una excesiva blandura formal… la alejan de ser una obra redonda pero no de ser absolutamente recomendable.

La última peli del día de la sección oficial era, a priori, uno de los platos fuertes del certamen, Dark horse del realizador norteamericano Todd Solondz, y sí, está una fascinante (como siempre) Selma Blair a la que amamos profundamente y no podemos negar que nos reímos en algunos momentos puntuales, pero lo que se espera de Solondz es su monumental mala leche, su capacidad para coger al americano medio y abofetearle con todas las incongruencias de su estilo de vida. En Dark horse no hay nada de eso, es un Solondz desinflado, light, intrascendente y que parece no haber puesto el alma en su película, seguramente hay otros autores que pueden dirigir de forma rutinaria sin que se note, pero al amigo Todd se le ve el truco y las poca ganas a distancia, el tema se salva por Selma y si no se salva nosotros fingimos que lo hace y es que amamos a Selma ¿lo habíamos dicho ya?.


En la sección Rellumes tocaba road movie búlgara y la sala estaba a rebosar (es lo que tienen las roads movies búlgaras, que las masas se pirran por ellas), la peli se llama Avé que es el nombre de la protagonista (guapísima Angela Nedialkova) y narra la conexión que se establece entre un chico y una chica que se dirigen haciendo autoestop hacia una ciudad costera búlgara. Ya saben lo que tienen las roads movies, viaje interior que va en consonancia con el viaje exterior, aprovechamiento del paisaje urbano y rural para obtener un retrato al fresco de la situación del país en el que se desarrolla la peli y también saben cómo son las historias de amor entre jovencitos, que si sí, que si no, que si eres mi vida entera. Con estos ingredientes es difícil cocinar un mal plato y Avé no lo es, aunque tampoco reinventa el subgénero roadmoviesco, que les quede eso claro, sí es palpable el mimo del autor por su obra, que agradecemos.


Y les decía al principio que el protagonismo del día era para la hilarante y enorme mala hostia de una película, y ésa no era otra que Vampires, con la que cerrábamos la larga jornada gijonesa. Imagínense una familia de vampiros (que no dejan de ser unas sanguijuelas con forma humana) acosada por una hija adolescente con problemas identitarios, con un hijo al que ser un picha brava le hace complicarse con quien no debiera y con unos vecinos en el sótano despechados por falta de espacio vital, menos mal que tienen una chacha (la carne le dicen) a la que pueden ir desangrando eventualmente o que los desechados por el sistema sanitario son fáciles víctimas para sus colmillos o incluso que las autoridades les suministran con cierta frecuencia inmigrantes ilegales para la pitanza familiar (aunque todo el mundo sabe que el sabor de los negros  de Mali no es el mismo que el de los jovencitos belgas). Supongo que ya van pillando el tema y si no, no se preocupen, tienen cuatro años por delante para entenderlo, recuérdenme que se lo vuelva a preguntar pasado el plazo.

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