Con sus buenos actores y un acabado formal muy cinematográfico, la trilogía Red Riding apuntaba alto, pero se pierde en la tradicional confusión del noir con pretensiones.
Tenía muchas ganas de ver esta afamada miniserie, no sólo por el buen hacer de los británicos en sus cuidadísimas producciones policíacas, sino también por la excelente prensa que la precedía. De ahí que la experiencia me haya resultado tan frustrante como decepcionante. Pero vayamos por partes, por partes que son tres:
1. Red Riding: 1974
Esta primera parte es la más conseguida y evocadora de las tres. Yorkshire, año (obvio) 1974. Un joven periodista (Andrew Garfield, a punto de catapultarse a primera línea con la última de Spiderman) presencia la rueda de prensa donde la policía del condado anuncia la desaparición de una niña, Claire Kempley. No es la primera, ya que otras niñas han desaparecido antes que ella. Poco después, el cadáver de la criatura aparece en las obras de un terreno propiedad de un magnate local, John Dawson, que está iniciando la construcción de un enorme centro comercial. El periodista empieza a indagar sobre el caso con la oposición de la policía y acaba metiéndose en terrenos pantanosos, muy pantanosos, que se extienden por áreas de influencia mucho más allá de lo que correspondería a un simple asesinato. Esta entrega es la más interesante de la trilogía, sabe conjugar su intriga y atar sus primeros cabos para atraer el interés y aunque se desarrolla de una manera un tanto repetitiva, no aburre, haciéndote poner en el papel del periodista y en su impotencia en la lucha contra la opresiva red de contactos, favores, sobornos y corruptelas que se interponen como un muro entre él y la verdad.
2. Red Riding: 1980
Han pasado unos años desde que los sucesos narrados en 1974, pero esta vez nos centramos en una serie de crímenes, similares a los de Jack el Destripador. Un policía que ya estuvo implicado en una investigación relativa al primer capítulo, es asignado al caso. Como sucedió en la anterior entrega, al poco descubrimos que los asesinatos son sólo una excusa para introducirnos en la verdadera y diabólica trama que desarrolla la serie: los tejemanejes de una mafia muy particular, una mafia sin glamour, sin gomina y sin honor familiar, los auténticos reyes del Norte. Este capítulo, dirigido por James Marsh (Man on Wire) tiene sus puntos interesantes, pero seguimos con los problemas del primer capítulo, que ya nos estamos perdiendo con la trama y el confuso guion que da por hechas muchas cosas que no explica.
3. Red Riding: 1983
Aquí ya todo es un viva la virgen que no te menees. Por si la serie no fuera bastante liosa de por sí, nos meten dos líneas temporales, una en el pasado (desarrollada en 1974 de nuevo) y otra en el presente, con dos de los policías corruptos de Yorkshire que tuvieron parte en las anteriores tramas. Se trata de un capítulo bastante tedioso, que supuestamente debería resolver las historias abiertas y arrojar luz sobre los sucesos del pasado, pero en lugar de ello se detiene en escenas alargadas y contemplativas -que da la impresión de que si no, no llegaban a completar la hora y media de capítulo- y pone en boca de personajes referencias a asuntos que no se explican correctamente. Destacable es el caso del chaval BJ, uno de los papeles más descolgados de la historia, que se recupera tan sólo para dar el golpe de efecto. Y aunque el final más o menos trata de cerrar la mayor parte de las incógnitas y sobre todo dar una oportunida de redención y esperanza a quienes no pueden dormir por las noches, parece que viene un poco a trasmano, cuando ya te hartas de esperar y te da igual que lo resuelvan.
Interesante no obstante el frío estilo narrativo que han utilizado los tres directores de los tres capítulos y que recuerda mucho a la estética de los thrillers nórdicos. También nos inquieta el personaje colectivo que representa al Mal, ese mal que no entiende de monstruos, sino de seres humanos que nos rodean y que pueden tener poder sobre nuestras vidas. Red Riding es, en conclusión, un complejo noir moderno que de estar un poco más pulido en su guion, hubiera podido convertirse en la respuesta británica (y de época) a The Wire. Una auténtica pena.
Viva Andrew Garfield! El mejor, el segundo episodio (grande Marsh, no me acordaba que era suyo), aunque sí es cierto que son demasiado liosos y dan cosas por sabidas que ni siquiera se explicitan en la propia trama. El tercero ya ni lo ví, que no me pintaba demasiado bien, y supongo que me aburrí con tanto lío y tanta leche. Digo yo que las volveré a ver más adelante, completando la trilogía xD