No sé vosotros pero en Cinema ad hoc esperábamos con ansia el retorno de Tomas Alfredson (Déjame entrar), así que hemos pedido a varios redactores que vean y opinen sobre su adaptación de Le Carré.
La opinión de Maldito Bastardo
Cuando un director extranjero tiene que confirmarse en una industria que se rige bajo el poderoso idioma inglés y una bandera británica y/o americana llega la temida prueba de fuego. El sueco Tomas Alfredson, tras el éxito internacional que alcanzó con Déjame entrar, ha encontrado una envidiable libertad creativa en la adaptación de la novela de John le Carré o al menos se puede extraer esa idea por las nulas concesiones comerciales que concede El topo.
Un personaje como George Smiley al que Carré confirió el absoluto protagonismo de una serie de novelas es presentado desde el silencio, la pausa, la imagen y una secuencia nos puede dar señales de su comportamiento: una abeja que se encuentra en el interior de un coche y perturba al resto de pasajeros es ‘invitada’ por un imperturbable Smiley gentilmente a abandonar el vehículo. Esa concisión en dar protagonismo a un personaje que apenas habla y cuya inquebrantable paciencia se convierte en su principal virtud nos podía colocar en la sintonía de ese ‘escorpión’ que protagoniza Drive. Pero pese a que tanto Alfredson como Winding Refn parecen querer construir un cine netamente posmoderno sobre cimientos cinematográficos pasados no existen en El topo esas explosiones de violencia splatter, que perturban e impulsan al espectador en la cinta que protagoniza Ryan Gosling. Lo que sí existe en la película que dirige Tomas Alfredson es una completa percepción del ritmo, montaje, puesta en escena y personajes como una partida de ajedrez directamente con el espectador. Antes de llegar al jaque mate se nos presenta un escenario sobre un topo y espía dentro del MI6 en plena Guerra Fría, que debe ser descubierto por el semi-retirado agente George Smiley (Gary Oldman). La lista de sospechosos ha quedado reducida a la propia cúpula que rodeaba a Control (John Hurt) y donde se incluye al propio Smiley. Esa lista no es otra que los apodos que dan nombre al título original: Calderero (Toby Jones), Sastre (Colin Firth), Soldado (Ciarán Hinds), Espía (Oldman)… pero olvidando al ‘Pobre’, interpretado por David Dencik.
El director de Déjame entrar no se ha ceñido a un thriller tradicional de espías con dosis de suspense y romance que hagan erigir la figura del clásico James Bond sino que ha preparado una historia de anti-acción donde la psicología y las palabras aplastan cualquier mínimo y contado disparo que pueda surgir. El topo se acerca notablemente al noir elegante con un pletórico, conciso, silencioso e impasible Gary Oldman poniéndose en la piel de un personaje que ya interpretó Alec Guinness. Lo hace con una puesta en escena basada en cristales que nos muestran una verdad visible pero que no podemos palpar. Tal vez esa ubicación sea colocarnos tras las propias lentes de las gafas de Smiley desde donde debe hallar la verdad. El montaje se permite evitar partes informativas y los flashbacks están integrados para perturbar y engañar tal vez al espectador más despistado. Y es que Alfredson ha decidido confiar en la inteligencia de su público para que se introduzca de lleno en una historia de agentes dobles, villanos nacidos del pasado, secretos mortales, intereses y conspiraciones globales en la nueva forma de hacer la guerra que cambió el curso de nuestra historia. Por haber, hay incluso varias historias de amor y todos los elementos propios del género pero tanto su utilización como (des)orden impuesto por el cineasta hace malo aquello de que el orden de los factores no altera el producto.
El topo es todo aquello que no pudo ser El buen pastor de Robert De Niro. Establece en la memoria y la percepción del recuerdo una manera de supervivencia para su protagonista. Realmente es el cineasta quién habla en esas imágenes: debemos entender el pasado para poder sobrevivir y afrontar el futuro. Si es necesario cambiar de gafas de pasta gruesa, como hace el propio Smiley, posiblemente ayude a ver mejor una realidad oculta que no es visible a los ojos de todos. Pura cuestión de retina cinematográfica.
La opinión de Favio Rossini
Tomas Alfredson esta demostrando a la industria que se atreve con lo que sea y que su estilo sale indemne de todos los fregaos en los que se mete. Esta vez le toca el turno a esta adaptación de una de las novelas más aclamadas de John Le Carré, ex-espía metido a escritor que nos ha regalado un buen puñado de novelas de intriga basadas en sus experiencias, y que a su vez han sido adaptadas para la gran pantalla por directores tan heterogéneos como Sydney Lumet (Llamada para el muerto, 1966), George Roy Hill (La chica del tambor, 1984) o Fernando Meirelles (El jardinero fiel, 2005).
Al igual que en todas las demás adaptaciones de Le Carré, en El topo nada es lo que parece. Todo lo que se dice esconde segundas intenciones y cada frase del diálogo no es más que otra pieza para que el espectador haga sus cábalas sobre quién miente y quién dice la verdad. El topo se convierte así en un film donde será fácil que se pierdan los adictos a los blockbusters mascaditos, pero que recompensará con creces a aquellos que le sigan el juego y se adentren en el laberíntico mundo de complots por el que nos lleva.
El encargado de intentar desenmarañar toda esta trama es George Smiley, un agente denostado por los servicios secretos británicos que tendrá que averiguar desde fuera quién es el topo que está trabajando a espaldas del MI-6. Smiley, interpretado por un magníficamente comedido Gary Oldman, se convierte en el perfecto antihéroe, paradigma de una guerra fría donde las grandes batallas se ganaban en los despachos a espaldas del mundo por señores canosos más bien tirando a sosos.
Alfredson, como ya demostró en aquel magnifico sleeper titulado Déjame entrar (2008), se mueve como pez en el agua en atmósferas frías donde la mayoría se chocan con el hastío y el sopor. El topo se cuece tan lentamente que a veces creemos que el agua va a dejar de hervir, pero Alfredson siempre encuentra la yesca necesaria para avivar el fuego. El sueco maneja los tiempos a la perfección y a pesar de su excesivo metraje y unos giros algo descafeinados, consigue una cinta muy arriesgada que si bien se chocara casi seguro con el rechazo del gran público, encontrará a muchos defensores dentro de la crítica especializada. Veremos si le cae alguna nominación en los grandes premios que quedan, cosa que dudo puesto que ha sido la gran ignorada de este 2011, a pesar de su buena acogida en Venecia.
La opinión de Sarajesko
La película comienza con el personaje de Mark Strong yendo a casa de su superior para aceptar una misión peliaguda; descubrir a un supuesto topo en las esferas de la inteligencia británica pero lejos de detenernos en la narrativa, uno debe tener en cuenta los pequeños detalles de esta escena. La casa del superior es oscura, amueblada con el gusto de un ser humano del siglo XII, desordenada, sucia, con las ventanas cerradas desde hace siglos a decir por el gesto de mal olor de Strong. Y es que, aunque no se dice, queda claro, el jefe del espionaje británico vive solo. Completamente solo.
Y es interesante que el director de la reconocida Déjame entrar (Let the Right One In, Tomas Alfredson, 2008) utiliza una película postclásica del cine de espías para hacer una radiografía sobre la soledad porque todos los personajes se mueven en ese mundo solitario, sin posibilidad de encontrar un resquicio para la amistad o de guardar más de una horas el cariño y el amor de alguien, en un momento dado, el personaje de Tom Hardy lo expresa verbalmente cuando se dirige a sus compañeros y asegura que lo deja porque “Yo no quiero acabar como vosotros. Solo”. No es el único momento esclarecedor, en otra situación, igual de inútil que la primera para hacer avanzar la acción, otro de los espías debe dejar a su novio (introduciendo un rasgo de homosexualidad tan poco usual en el cine de espías, no así, curiosamente, en la literatura de la guerra fría, donde tanto Le Carré, o mi amado Graham Greene metieron el dedo en la llaga hasta límites insospechados) sin poder explicarle las razones, con lo que queda totalmente solo en el mundo (con la lealtad de Smiley, pero nunca con su amistad, como vemos sobre todo en el epílogo) por servir a su patria.
Y por último, mencionar la relación entre Strong, pieza pequeña pero clave en la obra, con uno de sus alumnos, donde comparten precisamente eso, la soledad. Sí, podría hablar sobre Tom Hardy y la rusa, pero bueno, aunque bien llevado, no deja de ser uno de los lugares comunes por donde toda peli de espía debe pasar.
La cinta tiene un aire a clásico, bebe y mucho de la literatura a la que adapta, pero sin romanticismo, por mucho que irónicamente todos sus personajes lo que quieren es no estar solos. No es una cinta amable y desde luego está en las antípodas de ciertas cintas de espías para el gran público, el mundo de Le Carré es demasiado cruel para James Bonds y derivados y su creador, a diferencia de Graham Greene y su obsesión por retratar un mundo con muchas gamas de colores donde nada es realmente bueno pero puede que tampoco malo, se interesa por otros detalles, no obstante comparten su gusto por no dejar nunca en buen lugar a la agencia británica.
La película avanza algo densa en su parte central, fría, con unos personajes que no pueden ni saben expresar sus sentimientos. Y hay muchos sentimientos escondidos bajo la piel de estos patéticos personajillos, amor, desprecio, ansias de poder, venganza, amistad, lealtad, redención, pero siempre callados, todos están enormes, contenidos, como no podía ser de otra forma, puede que Gary Oldman y su Smiley salgan vencedores en este apartado, pero no se debe desmerecer el trabajo del resto del reparto.
Su apartado técnico es, como se suele decir cuando poca idea se tiene (como es mi caso, por otro lado), irreprochable. Si digo esto es porque tengo la sensación de que más de uno va a salir del cine y va a escuchar esas palabras acompañadas de un gran pero / no obstante / sin embargo / aunque. A) Es fría. B) Es lenta. C) Es aburrida y, sobre todo, D) El guión es poca cosa, esperaba más.
Yo por mi parte creo que el bueno de Tomas Alfredson imprime suficiente ritmo a todas sus escenas como mantener enganchado al espectador medio con una historia que se desgrana poco a poco y que en última instancia no va tanto de capturar a un topo como de mostrarnos la soledad de los “espías”.
Al final, son sólo piezas de un tablero gigante de ajedrez que a nadie importan.
Grandes los tres. Ganazas.
En general veo que nos ha gustado a los tres. Aunque creo que a mi un poco más. 🙂
Le tendrás manía porque te da la gana, porque es un puto peliculón increíble.
Fascinante. Neathara se pone a adivinar ahora el motivo por el cual cada uno le tiene manía a alguna cosa. Próximamente en sus mejores cines.