24 de abril de 2024

Versus: Raoul Walsh (1941 / 1949)

Basado en una misma historia de W. R. Burnett, el director Raoul Walsh dio vida a dos historias paralelas de distintos géneros: El último refugio (1941), un film noir y Juntos hasta la muerte (1949), un western.

El U.S. Marshall Cogburn (Wayne en True Grit, de 1969), Juan José Padilla, John Ford o los que llevan por bandera dos tibias y una calavera. Cada vez me caen mejor los tipos con un parche en el ojo. Sí, ven la mitad pero creo que sienten el doble. Raoul Walsh lo llevaba por estética, como los otros de la cuadrilla (Lang, Ray y Fuller). Unos días lo vestía en la izquierda, otros días en la derecha. Alternancia azarosa que viene a describir perfectamente la personalidad del neoyorquino: de pronto filmaba un western, como una de aventuras, un drama o un noir… sin dificultad alguna. Director de otra pasta. Un pionero. Raoul, como tantos otros en la historia del cine, también se plagió a sí mismo, pero con un ligero matiz al que no llegaron los Ford, McCarey o Hitchcock: cambió el género de la historia para llevarla de un noir antológico a un western inolvidable. El último refugio, de 1941, y Juntos hasta la muerte, de 1949, son dos películas gemelas, idénticas, pero con varios detalles que las hacen únicas.  Vamos a continuación a analizar algunos de los aspectos más importantes y comunes a ambos filmes, nacidos de la novela negra de Burnett (otro gigante criado en la Black Mask) High Sierra, de 1940, donde se relatan las últimas correrías de un delincuente de Chicago, más cercano a Johnny Dillinger que a los que camparon por los años ´30, que es un tipo duro, sí, pero que tiene sentimientos y es capaz de enamorarse.

–        El retiro del gánster, la jubilación del forajido. El tema central de ambas películas es el objetivo que persiguen sus protagonistas: un último golpe, un último trabajo y poder comprar una granja en Kentucky donde tener algunas cabezas de ganado, un huertecito, una mujer y unos niños correteando en el porche. Este anhelo, este deseo, queda patente desde un primer momento en ambos casos: el de Roy Earle (Bogart) y Wes McQueen (Joel McCrea). Los dos son tipos de vuelta, curtidos en la vida y muchas veces cercanos a la muerte. Quizás ese papel le sienta mejor al siempre acusado injustamente de cartonismo Joel McCrea, un actor que se vestía muy bien para los western y cuya madurez en el momento de realizarse el film ayudó a hacer más creíble, en lo sustancial, al personaje que Burnett describe en su novela. Claro está que el carisma de Bogie vence cualquier contratiempo, pero si es cierto que un Bogart joven como éste, que venía de morir doscientas veces en otras tantas películas, se aleja más de esa faceta de criminal crepuscular con el que se presenta inicialmente el personaje. Uno ve a Roy Earle y piensa: «cómo se va a retirar este tipo si está en el mejor momento de su carrera». El carácter humano del delincuente, por primera vez, es más importante incluso que el de tipo duro.

–        Fatalismo. Es precisamente esa última tentativa, buscando la gloria final, la que abre la puerta al infortunio, a un destino catastrófico. Todos sabemos que la última apuesta siempre es la más arriesgada. Los personajes, Wes y Roy, Roy y Wes, quizás sean los primeros que saben desde el principio que aquello no va a salir bien: los compañeros de asalto son unos jóvenes fanfarrones e inexpertos, aparecen mujeres mezcaldas con colts y thompsons, el boss agoniza en una cama… además, el compinche que ha de actuar desde dentro en ambos golpes resulta ser un cobarde de medio pelo que cantaría en cuanto la poli le pusiera un foco en la cara. En las dos películas este destino fatal, irreversible, está subrayado, enmarcado y en negrita mediante dos elementos extraños que acompañan a cada trama. En el primer caso, en el de Roy en El Último Refugio, es un perro, Pard, cuyo historial merecería una película. Resulta que dueño que ha tenido, dueño que ha palmado… y en circunstancias nada halagüeñas, claro. En el caso de Wes son los cánticos indios los que le auguran un final entre escorpiones y sabandijas. Personalmente me parece más acertada la inclusión del chucho Pard en High Sierra, si bien es cierto que este aspecto pierde importancia en la segunda versión.

–        Resignación. Las vidas de Wes y Roy están marcadas por el orgullo, por la honestidad de sus decisiones. Efectivamente ellos son los primeros que saben cuáles van a ser las consecuencias de cada una de ellas, los daños colaterales que van a tener que soportar. Pero a ninguno le importa. Se resignan a su destino, le plantan cara y lo aceptan tal y como les viene. Empuñando un arma y de frente. Hay que ver la cara de Roy cuando paga la operación de la tullida Velma (Joan Leslie) sabiendo que su sacrificio será en balde porque hay otro tipo de Ohio que vendrá y se llevará el primo gordo. Sí, es de pagafantas que diría hoy la generación nini; de primo, de pringao, le hemos dicho siempre los de la generación naranjito, mucho más decente y aprovechada por otra parte. Mientras, Wes se enamora ingenuamente de la, en principio, encantadora Julie Ann (Dorthy Malone)  y quien le recuerda a su amor de siempre, la fallecida Martha (ante su tumba Walsh nos regala una típica secuencia fordiana de las más emocionantes y bonitas de su carrera). Todo vuelve a su cauce cuando la víbora Julie intenta delatar a Wes. ¿La cara de éste? No es de primo pero la resignación se hace palabra en su rostro. El golpe no va a salir bien, se torcerá en un momento u otro e, igualmente, lo llevan a cabo. ¿Imbéciles? No. Hombres románticos que aceptan a partes iguales su destino y su condición.

–        Romanticismo. Hablábamos de fatalismo, pero de un fatalismo romántico, que no es lo mismo. Claro, entre morir solo o morir acompañado por una mujer que lo daría todo por ti, pues hay una diferencia. Esto pasa en la versión western, donde el perfil romántico se acentúa hasta la extenuación, hasta una última imagen de dos cuerpos muertos, pero juntos, que pone la piel de gallina. En El último refugio, Roy muere solo, con la entrega en alma de Marie (Ida Lupino), pero solo. Es por eso que siempre se recalca la versión western como una interpretación más arrebatadora y pasional de la novela,  si bien es cierto que la ternura que desprenden Roy (Bogart) y Marie (Ida Lupino) antes de separarse definitivamente es maravillosa. Hay quien piensa que si Roy hubiese escapado no hubiera ido a reencontrarse con Marie. Puede ser. También es cierto que los galones físicos de Colorado Carson (Virginia Mayo) tienen más estrellas que los de Ida Lupino. Pero de eso hablaremos ahora.

–        Colorado Carson versus Marie. Yo quiero a Colorado. Si no fuera por ella no habría dudas: el DVD de El último refugio estaría más cerca del reproductor; ahora están uno al lado del otro. Porque creo, sinceramente, que a pesar de que Ida es un referente en esto que tanto nos gusta y que los franceses llamaron noir, la fisicidad, la carnalidad que desprende Virginia en su papel no tiene parangón en su carrera. Bueno, sí, en El hidalgo de los mares, de 1951 y también de la factoría Walsh. Pero ya está. Además, el director y los guionistas le permiten algo que no le dejaron a Ida: morir con su hombre. Y además empuñado un par de revólveres. La imagen de Virginia defendiendo a tiros a Wes en la Ciudad de la Luna y posteriormente muriendo con él es una de las más románticas de la historia del western. Puede que sea este el aspecto que más difiere entre la versión inicial y el western posterior: el personaje femenino de dudoso pasado que se enamora del bandido. En el caso de Ida no se le permite en casi ningún momento saborear las mieles del éxito mientras que en el otro, a Virginia se le concede un intento de boda, una muerte junto a Wes y una glorificación posterior de la pareja póstuma por parte de una pequeña misión religiosa en donde escondieron el botín. Ida, además, tiene que soportar ver a Roy muerto, desquebrajado en las piedras. Colorado, sin embargo, se va al infierno con Wes. Como siempre, en estos casos, no se sabe quién ha tenido más suerte de las dos.

Es cierto que el remake de 1949, a ojos neutrales, no es tan brillante como la versión protagonizada por Bogart e Ida pero, aun así, podemos decir que ambas son obras mayores dentro de sus respectivos géneros. Ambición, romanticismo, fatalidad, egoísmo, solidaridad, superación, sacrificio… componen el amplio abanico de sentimientos que saltan a la palestra desde el relato de Burnett a las versiones filmadas por Walsh. No olvidemos también que en 1956 Stuart Heisler rodó otra versión (la más adecuada a su novela según el propio autor) titulada He muerto miles de veces, protagonizada por Jack Palance, Shelley Winters y Lee Marvin y que tiene momentos brillantísimos de cine negro; algún día la veremos en noirmanía. Hasta entonces, disfruten de estas dos joyas y, como ya dije una vez: ¡viva el auto-plagio!

3 comentario en “Versus: Raoul Walsh (1941 / 1949)

  1. Tenía apuntado Juntos Hasta la Muerte, ahora hago lo propio con El Último Refugio. He visto poco de Raoul Walsh y tengo más ganas de ver pelis suyas. Sabía hacer de todo, el jodío.

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