29 de marzo de 2024

Críticas: El gran carnaval

En Millennium, el coprotagonista es periodista. En La chispa de la vida nos introducen en la vida de un tipo que se convierte en el tema actual para los medios de comunicación. Así que os dejamos con la crítica de esta película de Billy Wilder escrita por FullPush.

Leo, no sin cierta altanería, lo confieso, que el filme que nos ocupa fue un fracaso en las fechas en que se estrenó, esto es, la década de los 50. Hace nada. Y digo altanería por sentirme, esté o no justificada esta postura, en una posición aventajada o, si nos ponemos aún más pretenciosos, clarividente. ¿Por qué? Pues porque sé que la verdad, que eso es ni más ni menos lo que nos restriega por la cara el director, escuece, más si uno pertenece a ese extenso grupo cada vez peor visto que llaman periodistas y que, como todo conglomerado animal, o humano si lo prefieren, presenta entre sus filas no pocas ovejas negras. También sé que etiquetar y hacer generalizaciones es muy fácil y está y estará a la orden del día, al igual que aceptaré que quizá el guión co-firmado por Wilder pueda pecar de tirar decididamente por lo grotesco. Ahora bien, que encontremos o no hipérbole en sus líneas, no hace del dibujo que éstas forman un reflejo en exceso deformado de la realidad y sus claroscuros. Que los tiene. Lo sabemos. Es un hecho.

En esta ocasión, el ya mentado director entregó, tras ganarse un hueco en el Olimpo cinematográfico con su El crepúsculo de los dioses, una obra no menos redonda ni estimable, no menos mordaz ni afilada en su componente crítico, extensísimo y, por si fuera poco, hoy por hoy más vigente que nunca, el del circo carnavalesco que hemos montado en torno nuestro. Leo que el filme fue un fracaso cuando se estrenó y leo también que esta cinta es de las menos conocidas o reconocidas de su autor, y no puedo sino sonreírme, con malicia, ante la estupidez y la chabacanería que nos asolan, decía, hoy más que nunca. Vean si no ese protagonista que es Kirk Douglas, aquí perfecto en su rol de periodista venido a menos sin nada que perder y aún menos escrúpulos, vean su entrada en escena a bordo de un coche que tiene que ser remolcado, quizá señal de que a él no hay quien lo pare, quizá señal de que, tarde o temprano, sería inevitable. La ambición corrompe, y destruye. Lo sabemos. Es un hecho.

Por si acaso, no obstante, por si osáramos olvidarlo, ahí tenemos también a la representación de la ley y el orden, vendida por unos cochinos dólares; o a la mujer que espera ansiosa la vuelta del marido, esperanzada, mas sólo si es con una cámara delante, iluminándole su joven rostro; o al que aprovecha el recorrido de esa cámara que digo para hacer publicidad de sus productos (se nos coló un extra). Ni siquiera el eterno damnificado, el condenado a tragar humo y arena bajo kilos y kilos de escombros se salva de haber sido, qué cosas, un ladronzuelo de poca monta en busca de fortuna, la que le cayó encima. Se me queja la gente de que entre tanto sinvergüenza no haya sitio ni para bondades genuinas ni para ideales como el de ese insignificante periódico cuyo lema es “cuenta siempre la verdad”. Pero claro, ¿qué hacer cuando la verdad no vende? ¿Qué hacer cuando el público, hambriento de carnaza, sólo entiende el crujir del hueso como señal de éxito? ¿Qué hacer cuando placebos en forma de noticias basura o acontecimientos con mayúsculas sacados de la manga de algún arquitecto de la palabra y posiblemente la mentira, son cuanto le queda a unas gentes de espíritu festivalero sin festival al que acudir?

Somos ruines por naturaleza. Somos rastreros. Somos hipócritas. Somos marujas en busca del último cotilleo al que sacarle punta. Lo sabemos. Es un hecho. Y sí, de vez en cuando, también somos piadosos, pero eso es otra historia y como tal será abordada cuando toque y sea oportuno: al director no le interesa. Ni a mí, cuando montaje y ritmo narrativo son tan deliciosos que contrarrestan un poco la amargura y mala baba que destila, casi podríamos decir que suda cada minuto de metraje, donde cada diálogo de altura encuentra su análogo en el siguiente, todavía mejor por sentirse más cercano ese final, esa última toma de maestro que cierra un carrusel de bajezas humanas y guantazos al poder establecido por filosofías de un día malvendidas por sus buitres, más pendientes de maquillar a su antojo lo que les rodea y puede ser beneficioso para ellos que de ser un poco honestos y evaluar las consecuencias de sus actos. Y es que si bien en este mundo implacable en que vivimos no tenemos ningún tipo que revise los guiones y decida que nadie va a salirse con la suya* y, por tanto, los cabrones campan a sus anchas, el que esto escribe quisiera pensar que, por ingenuo que pueda parecer, hacer el bien para variar ha de sentirle bien a uno.

Desgraciadamente y mientras esperamos, el espectáculo debe continuar, que se dice. Que la vida es un carnaval, se canta. Y las penas se van volando, añaden… mentira. Aunque eso sí, retomando el tema del periodismo, el director parece tenerlo muy claro (por algo comenzó su andadura en ese campo), y yo suscribo sus palabras: “mañana éste será el periódico de ayer, y lo tirarán a la basura”**. Que la fama es efímera. Lo sabemos. Es un hecho. Pero que nos gusta enfrascarnos en juegos por ver quién es más tonto, también. Como decía, no puedo evitar sonreírme. Y mira que está jodido el panorama. Hoy, más que nunca. Wilder, además de bueno, visionario.

Por terminar de alguna forma, quisiera destacar lo acertado del título original dado a la cinta (Ace in the hole), y es que en verdad El gran carnaval debió suponer y ha de suponer, de hecho, todo un palo de escoba metido en el culo para aquellos que vivan en fiesta y jolgorio perpetuos, constantemente escondidos bajo sus máscaras, desprovistos de todo rasgo humano en un sentido mínimamente alentador, como fantasmagóricas manifestaciones del esperpento y lo grotesco. Que existe. Lo sabemos…

Enciendan la tele cualquier día. O mejor, qué diantres, vean este peliculón de Billy Wilder, para nada un filme menor en su carrera de maestro.

* En la versión final del guión tuvo que ser especificado de alguna manera que el sheriff corrupto tendría su castigo.

** Aprovecho para recomendar una cinta como La ciudad desnuda, de Jules Dassin, donde esta frase encuentra su plasmación literal en cierta toma que no desvelaré.

Escrito por FullPush

Un pensamiento en “Críticas: El gran carnaval

  1. Buena crítica, Full. Te veo indignado y lleno de rabia, no es para menos; la película, aunque exagerada en algunos aspectos, es una sátira brutal que no ha perdido un ápice de actualidad. Recomendable a todo el mundo, de lo mejorcito de Wilder.

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