28 de marzo de 2024

Críticas: El vicio del poder

El dominó político.

La política es una de las grandes pasiones de este redactor. Con tal tema la película en cuestión ya tiene bastante para ganarme. Y esta, además, enfocaba un momento político apasionante, como fue la administración de Bush y la guerra de Irak. Venía comandada por un equipo creativo que venía de triunfar con su película previa. Os escribimos, como no, sobre El vicio del poder, película sobre la vida y obra del que se dice el Vicepresidente más poderoso de la Historia de EEUU, Dick Cheney. Dirigida por Adam McKay, que hizo las delicias de la cinefilia con La gran apuesta y que prometía mantener en esta el dispositivo formal. Impresionante reparto, atractivo material promocional y un papel preponderante en la temporada invernal de premios surgían como argumentos adicionales a favor. Grandes interpretaciones, humor y crítica a antiguos dirigentes aguardaban a la vuelta de la esquina. Una película que esperaba especialmente, que me dirigí a disfrutar en pase previo con presteza para descubrir una transformación más de Christian Bale y cuanto se había indagado en el pasado. Un pase abarrotado, en buena compañía y en las mejores condiciones. Y disfruté considerablemente de una película harto lograda. Tampoco excepcional ni perfecta, que de hecho me decepcionó levemente. El guión, profundidad y consistencia tonal están definidos a medias, pero el dispositivo narrativo, los personajes y los elementos de lenguaje audiovisual son tan brillantes como esperábamos, sino aún más. Una película que entretiene sobremanera a la vez que remueve conciencias e invita a la reflexión.

Tras ser expulsado de Yale y ser llamado al orden tras múltiples incidentes de alcoholismo, Lynne Cheney (Amy Adams) insta con agresividad a su marido Dick (Bale) a que recomponga su vida y se vuelva un hombre de provecho para salvar la relación. Desde entonces Dick devendrá un político y empresario de alta influencia, formando parte del gobierno en las administraciones de Gerald Ford y George H. Bush. Ya retirado de una larga trayectoria política como CEO de una petrolífera, vislumbró una oportunidad dorada cuando George W. Bush le llamó años después para ser su vicepresidente. Una comedia dramática sobre las cloacas de la política y la guerra de fachada sobria y elegante pero espíritu gamberro. Una película tan interesante en su texto como juguetona en su forma. Como imaginábamos, gran trabajo de su reparto. Tanto dramático como físico, apoyado por el equipo de maquillaje y prostéticos. Gran banda sonora, de nuevo, de Nicholas Britell. Y de nuevo también, varias capas de narración. Metraje de cine de la película, fotografía, vídeos de archivo, grafismos excesivos, recreaciones con textura de televisión o cámara de vídeo, narración de un personaje intradiegético ajeno, rupturas de la cuarta pared. Experimentación con el lenguaje para forjar un ensayo social dentro de las lindes de la comercialidad. Una inteligente nueva vertiente que deseamos tenga continuidad. Películas conscientes de su condición de ficción y constructo que usan los distintos lenguaje y códigos para aunar discursos críticos sin abandonar el entretenimiento. Este filme es recomendable, además, por lo necesario de dar a conocer su argumento, pues muchas cosas de este momento histórico han quedado fuera de la opinión pública.

Bien es cierto que El vicio del poder no tiene la coherencia y calibración tonal de La gran apuesta. Es más dramática y honda en su mensaje humano y social, y sus esquejes chanantes y paródicos están insertados de tal manera que se produce cierta descompensación entre ambos estados de ánimo, diluida por consecuencia la comedia. Cierta sorpresa a la mitad es el mayor gag, pero más allá de este recurso eficaz pocas carcajadas de entidad se produjeron. Y aunque logra comprimir la totalidad de momentos relevantes de la extensa carrera de Cheney en un montaje de ritmo frenético, nunca llegamos a conocer realmente al vil protagonista más allá de la superficie, siendo realmente el relato de Irak la parte donde la película se sumerge en lo hondo. No es óbice todo esto para que la película, aún viciada levemente por las convicciones políticas de Mckay, sea una narración harto jugosa.

En suma, una vibrante y corrosiva mirada a los diablillos ocultos del más reciente ayer que enriquece a todo espectador y recomendamos desde este rincón.

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