Javier Abarca aka Ghibliano nos habla de la secuencia del invernadero de Días de vino y rosas (Blake Edwards, 1962).
Es medianoche y Joe y Kirsten se encuentran bebiendo clandestinamente en la habitación que les ha preparado el padre de ella. Las risas se suceden mientras experimentan el placer de desafiar su autoridad… y entonces surge una idea: hay una botella escondida en el invernadero, que Joe se encargará de recoger. Y este viaje es lo que relataré aquí.
Mientras Joe se acerca al invernadero, dando tumbos pero con aparente seguridad, la cámara le sigue con frialdad y parsimonia, aleja el objetivo mientras éste recorre el camino hacia su ansiada botella. Le vemos entrar en el recinto, eufórico por obtener su premio. Pero todo se complica cuando, ya dentro, descubre que no recuerda en qué maceta dejó la botella. Lo que vemos a continuación es un proceso gradual de degradación, de la alegría al horror y la angustia por no encontrar su ansiada recompensa. A medida que Joe va entrando en una espiral de desesperación, todo se vuelve más caótico, más violento, más patético, y su borrachera (excepcionalmente interpretada por Jack Lemmon… atentos a los murmullos acelerados con los que acompaña la búsqueda) no hace más que añadir confusión a sus torpes movimientos. La cámara se acelera, también da tumbos, refleja la progresiva caída del personaje a un nivel cada vez más bajo. Empieza a romper macetas, tropieza con la puerta abierta; todo esto ocurre mientras, afuera, los truenos y la lluvia que cae sin cesar parecen castigar aún más la ya de por sí maltratada dignidad de Joe.
Finalmente, nuestro héroe cae y rompe a llorar desconsoladamente, presa de su propia desesperación. Un llanto violento y exagerado que culmina su fracaso. Pero no todo está perdido: en una de las macetas asoma la botella, por fin. Joe la ve y empieza a reír como si estuviera poseído, una risa aún más histérica a la previa, y se arrastra hasta que consigue agarrarla con las dos manos y pegarla a su boca, llevando de esta forma su humillación a un nivel ya irreversible.
Todo esto sucede en cinco minutos. Una vorágine que parte de un jugueteo sin consecuencias y culmina con una imagen trágica y patética de un Joe caído, calado hasta los huesos y agarrado con fuerza a su recompensa. Si la película ya había advertido de las consecuencias del alcoholismo, es en esta escena donde el mensaje alcanza su mayor intensidad: es el descenso de un personaje al infierno de su propia humillación, la pérdida absoluta de la dignidad.
genial el artículo! La tengo pendiente ésta, a ver si la bajo
¿Qué dices? Está muy bien el comentario. Es así, cortito y directo, como debe ser esta sección.
Buuuuuff, ESCENACA. Da un miedo increible, Jack Lemmon está antológico. Grandiosa elección.