6 de octubre de 2024

Críticas: El último tango en París

Esta semana elegimos la película de Bertolucci para demostrar que Marlon Brando la tiene más grande que Michael Fassbender. Para esta película de culto, Minino ha escrito la crítica.

Ver El último tango en París es para mí una experiencia desconcertante y deprimente, y también sutilmente placentera, de un modo casi sadomasoquista. No es una película realista: está poblada de surrealismos, de coreografías poéticas, de fuertes contrastes de tono. A mi parecer tiene que ver más con la fábula, con el cuento. En este cuento fatalista, Marlon Brando interpreta a Paul, un estadounidense dueño de hotel que cruza su camino con Jeanne, muchacha soñadora y abierta a nuevas experiencias. Paul se halla en una encrucijada vital, se encuentra inmerso en un proceso de duelo. Jeanne busca algo más allá de la monotonía de un novio -Tom- que apenas la desea como accesorio de sus experiencias fílmicas. Tom dirige su propia vida, Jeanne interpreta su propia vida, Paul sobrevive a su propia vida.

El último tango en París busca, desde lo formal, una plasticidad, una elocuencia, y desde el contenido, una tragedia un tanto fragmentada poblada por pinceladas humorísticas. Bertolucci crea mundos compartimentados -la portera, el novio, el amante, el viudo, la madre- en una suerte de mecano deslavazado.

Brando nos ofrece, en una interpretación descarnada y febril, a un hombre en ruinas que seduce a la joven Jeanne para entablar un juego sobre el que posee todas las ventajas. Y en ese juego obtiene lo que desea, pero no lo que necesita. Más tarde conocemos de la muerte de su mujer, que se ha cortado las venas con una navaja de barbero. Esa muerte ha dejado tras de sí a un viudo cínico y desesperado, intoxicado por el dolor.

Asistimos a rituales cada vez más vacíos de sentido por la negación de la dinámica progresiva que se establece desde el momento en que dos personas deciden juntarse. Ella acusa esa deformación en el curso natural de su relación, él explora la posibilidad de una relación sin implicaciones emocionales, una relación sin relación. no quiere saber nada de ella porque eso implicaría una reciprocidad a la que no está dispuesto, una trascendencia a la que no está dispuesto. Se trata de reducir la implicaciones sociales de ese encuentro privado al perímetro de un sucio colchón en el suelo. Se sabe -se siente-, desde el mismo comienzo, que dos perspectivas vitales tan distintas y tan distantes no van a resolverse en algo duradero.

En el otro extremo se halla Tom, que te evoca palabras tan abominables -sobre todo si comparten párrafo- como burguesía, o alienación. Tom es un artista francés.

Mucho se ha comentado la escena de la mantequilla, o los desnudos, pero la verdadera desnudez es la de Brando en un electrizante parlamento hacia mitad de película, que ha de tener mucho de libre asociación de ideas y de memoria emocional.

Bertolucci y Brando se muestran concisos, y la historia también se muestra concisa mientras oscila entre la exploración de los roles sexuales y la adaptación de Paul a sus fuertes reproches hacia su mujer que derivan en violentos impulsos internos casi maniaco-depresivos. Es en el último tramo que la película pierde esos pilares e intenta encontrar una desembocadura que resulta un tanto impostada, un tanto desapegada de todo lo anterior.

Magnífica la sensual e intensa banda sonora de Gato Barbieri, ya todo un clásico. Destacar asimismo la bellísima fotografía de Vittorio Storaro, rica en tonos y texturas.

Escrita por Minino

Un pensamiento en “Críticas: El último tango en París

  1. Excelente comentario. Has desmenuzado la película tal como lo haces con el personaje de Brando. Aún así, estas películas que tienen tanto trasfondo no llegan a calar en todos igual, no por el tema erótico, desde luego, sino por las expresiones y comportamientos todos un tanto exagerados y situaciones que rozan lo ridículo. Por supuesto, alguien lo alabará pero a otros nos parecerán absurdos…
    De todas formas, muy buen trabajo.

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