8 de octubre de 2024

Críticas: Maldita generación


Araki nos presenta su mundo como un mundo anárquico y caótico, como un mundo que apegado a esa generación de la que nos habla el título también parece maldito. Así lo atestiguan los carteles de cada tienda donde entran los protagonistas: desde esos que advierten de las consecuencias inmediatas que tendrá robar en ese local, hasta los que sugieren ante que se encuentra el espectador (ese incisivo «Obey» -que me ha recordado a la distopia futurista de Carpenter en Están vivos-, o los gráficos «Repare the Apocalypse» y «Pray for you Lost Soul»), todo ello por no hablar sobre la constante alusión del número 666 en relación a un universo cuyos días parecen estar contados a raíz de los acontecimientos: desde una suerte de ritual satánico ante la pérdida de un ser querido en un badulaque poco o nada acogedor, hasta la irrupción de una secta nazi de intenciones tan intrincadas como esa atmósfera construída por el californiano, que contribuye a rebasar cualquier idea que el espectador se hubiese hecho leyendo una mera sinopsis.

Eso sin tener en cuenta los personajes disfuncionales que lo pueblan. Personajes que tan pronto pueden cogen una escopeta y se lían a tiros como dejan su puesto de trabajo corriendo como posesos tras una imagen que ante la que Araki hace bien en no arrojar luz alguna. Y es que en su primera mitad, cuando Maldita generación podría recordarnos a cualquier serie B ochentera de terror, la protagonista hace referencia a la luna llena tras una situación de lo más singular: es confundida (o no) por otra persona. Pero sea esa persona o no, Amy y sus compañeros de viaje no se alejan mucho de esa disfuncionalidad. Como en Vivir hasta el fin, Araki alude al sexo para mostrar su otra cara: allí, uno de sus protagonistas prefería morir echando un buen polvo y con una sonrisa en los labios. Aquí, al ver sexo actuan de modo voyeur y, de entre todas las reacciones, deciden optar por la masturbación para encontrar un resquicio de salida, sea cual sea la situación en que se hallen.
Además, también nos encontramos con unos protagonistas que, como en su tercera cinta, hablan constantemente sobre la muerte, sobre de que modo les gustaría llegar a ese estado, aludiendo a sus motivaciones personales, dejando entrever que quizá podría ser una solución a esos extremos que los llevan de un lado a otro. Todo ello sin olvidar la insensibilización que muestran durante todo el tiempo cuando cualquier personaje muere a manos de un Xavier que se erige como verdadero protector del grupo, para terminar afligidos ante la muerte de un perro al que atropellan por accidente.


Hablando sobre personajes, no podemos olvidar la labor de un reparto que, encabezado por una jovencísima Rose McGowan que por aquel entonces y a buen seguro ya hacía las delicias de muchos adolescentes, da en la tecla adecuada, y la cuestión es que uno podría pensar que interpretaciones como las del fetiche del director James Duval, que hace de joven atolondrado, son inherentes al propio actor que por aquel entonces apenas había pasado de las 20 primaveras, sin embargo, es dando una ojeada al trabajo de Araki cuando uno se da cuenta de que esa faceta y carácter son buscados, más cuando chocan con personajes como los de Xavier (interpretado por un correcto Johnathon Schaech) y ante sí tienen a auténticos torbellinos como el que tiene entre manos McGowan, saliendo airosa y haciendo de Amy uno de los pilares de este film que concretaría la segunda parte de una trilogía del apocalípsis adolescente que culminaría con la soberbia Nowhere.

Es Amy, pues, quien no deja de ser la otra cara de la moneda en un mundo que, por instinto, le hace comportarse así. De hecho, puede que no sea confundida por nadie y que verdaderamente sólo intente huir de su pasado, un pasado que en el universo Araki tampoco es nada apacible (un cajero de local de Fast Food con dientes metálicos, una lesbiana rubia con katana, esa ya mentada especie de secta nazi…), un pasado que parece querer alcanzar su presente, para dejarlo también en pasado. Un pasado que, como Maldita generación en sí, uno no sabe si es trágico o cómico. O quizá sea una extraña mezcolanza entre ambos. Mezcolanza que sólo podría darse en esa generación, una generación maldita.

 

 

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