Un título profético.
Honoré de Balzac (1799 – 1850) dedicó gran parte de su trayectoria a escribir “La comedia humana”, un cúmulo de novelas y relatos interconectados que retratan -y critican- el estilo de vida francés de las primeras décadas del siglo XlX. Fiel a la mirada del escritor, el director de Madame Marguerite (2015) y La Aparición (2018) adapta Las Ilusiones Perdidas y la convierte en una ostentosa sátira sobre la corrupción que permea en diversos ámbitos de la sociedad francesa.
Lucien (Bénjamin Voisin) es un aspirante a poeta que viaja a París con la inocente esperanza de publicar sus textos. El primer golpe de realidad no tarda en aparecer cuando es presentado por su mecenas y amante, Louise Bagerton (Cécile de France), a una aristocracia tan feroz y despiadada como la neoyorquina de Martin Scorsese en La edad de la inocencia (1993). Tratando de buscarse la vida, crea lazos con Étienne Lousteau (Vincent Lacoste), el editor de un periódico de oposición emergente, quien lo introduce a las personalidades más destacables del espectáculo y los medios capitalinos e incita a convertirse en un crítico de literatura y teatro. Los planes de Lucien son sencillos: ejercer como periodista de forma temporal hasta convertirse en un reconocido escritor; sin embargo, su perspectiva romántica se verá despedazada por una élite en la que el dinero es el foco principal de toda interacción: los periódicos venden sus críticas al mejor postor y utilizan las palabras como armas de guerra. Monárquicos contra liberales, apasionados artistas contra periodistas sin escrúpulos, y la ingenuidad intrínseca de la juventud contra los placeres mundanos y los excesos propios del poder.
Giannoli crea un relato estrepitoso. Los colores apabullantes, las risas exageradas, los abucheos orquestados y la barroca cotidianidad del privilegio forman una vorágine que arrastra al protagonista y al espectador a un espectáculo hiperbólico, casi circense, que combate cualquier repetitiva fórmula del cine de época. Poco a poco se atestigua la desintegración del ánimo del joven poeta, quien tras fallidos esfuerzos por mantener a flote el criterio propio ve llegar su inminente caída de la mano de aquellos que le posibilitaron el ascenso. De pronto, la descomposición y deshonestidad dejan de ser exclusivas de las esferas sociales y políticas, y se cuelan con agilidad en las conexiones personales. El cineasta y su coguionista, Jacques Feschi, crean así una aguda crítica -potenciada por una narración omnipresente- que bien podría ser contemporánea y responder a las transformaciones mediáticas y morales del mundo digital y globalizado.
Emocionante es que en medio del caos no se echen en falta escenas intimistas, capaces de sacar al espectador del aturdimiento y de aterrizar -aunque sea fugazmente- a Lucien, quien tras su primera decepción amorosa se compromete con Coralie, una humilde actriz de teatro que le recuerda su amor por las letras y su pasión por la vida, “creemos belleza siempre que podamos”, le ruega a su amado en un plano corto que los acompaña después de hacer el amor bajo luces cálidas, y lo impulsa a concienciar sobre el daño que ha causado a tantas personas. Por tales gestos es imposible perder la empatía hacia el protagonista e inevitable atestiguar con dolor su arco de personaje, cuya culminación hace toda justicia al título.
Las Ilusiones perdidas es un trabajo magistral y de interés para cualquier crítico, pues explora el lado más oscuro de la profesión y del carácter humano y denuncia todo tipo de prácticas disolutas, como el amarillismo, el abuso de poder o la perversión política en una mezcla de humor y excentricismo que le ha merecido 15 nominaciones a los premios más importantes del cine francés, los César.