5 de diciembre de 2024

Críticas: La sombra de la traición

La nueva película de Richard Gere es un thriller sobre un peligrosísimo y letal espía ruso en suelo norteamericano.

Richard Gere debería elegir mejor sus proyectos. Es una verdad rugosa que a ciertas edades es complicado, para las que fueron las indiscutibles estrellas del mainstream tiempo atrás, mantener el tipo dentro de producciones comerciales. Algunos se han dedicado al cine familiar para garantizarse los papeles paternales (aunque parezcan ya abuelos). Otros siguen la sombra de la condena en el drama romántico. El resto, continúan como pueden la estela de el thriller que tiempo atrás ya se evaporó. Realmente persiguen un fantasma de lo que fueron sus carreras y solamente por la vía del homenaje socarrón, como atestiguan las dos partes de Los Mercenarios, se ha logrado un hueco en el corazón de la audiencia actual. La sombra de la traición (The Double, su título original) parece querer atrapar ese fantasma y no va más allá de la cinta condenada al mercado doméstico o de vídeo bajo demanda. Tuvo un estreno limitado a finales de octubre del 2011 en EEUU con 11 copias en salas para finalmente editarse, a finales de enero del presente año, en DVD.

Enumerar los problemas de una cinta que se cae desde su propio título (e incluso su trailer desvela parte de los misterios por obviedad y canas) resulta complicado a la par que traumático. Como si el propio espectador viviera parte de los traumas pasados de los protagonistas. Para empezar, hay que entender que si la absoluta calidad de The Wire de David Simon ha hecho mucho daño, por la odiosa comparación, con todas las ficciones procedimentales y filmes policiales a La sombra de la traición la hunde en la mayor de las miserias Homeland. Ante la falta de ideas con archienemigos internacionales (tal vez por ejecución de las caras visibles de ese nuevo eje del mal del extremismo islámico) las últimas propuestas del mainstream norteamericano pasan por descongelar la ya descongelada Guerra Fría para integrarla en nuestra realidad actual. Misión imposible: Protocolo Fantasma y Salt son dos ejemplos que engloban el espectáculo mediante la elevación de la acción como motor dramático. Los responsables de los libretos de El tren de las 3:10, El equipo A, 2 Fast 2 Furious y Wanted ahora completan su currículum con espías de medio pelo ruso. Miedo me da que ambos trabajen en la adaptación de El círculo Matarese que llevará a la pantalla David Cronenberg con Tom Cruise y Denzel Washington.

En el caso de La sombra de la traición, se teje un thriller a través de un drama originado por un mecanismo que supone el gran punto de giro de la película. Pero el guión de Michael Brandt y Derek Haas nos desvela sus cartas, como la serie de Showtime encumbrada en los Globos de Oro, para desvelaros ese famoso ‘double’ y ‘la sombra de la traición’ al que hacen alusión tanto el título original como la traducción para el mercado español. Una vez llegados a ese punto se intenta dotar de ecos trágicos a un drama paralelo y otorgar humanidad a la dimensión de los actos que comente el personaje principal, pero realmente la película había sido degollada tiempo antes. Incluso me atrevería a afirmar que desde su primera secuencia introductoria, donde vemos que unos señores rusos (sí, son puro cliché) entran en EEUU como espaldas mojadas asesinando brutalmente a dos agentes fronterizos, su guía y cuatro lagartijas como daños colaterales. Tal vez, todavía llegan más lejos, desde sus títulos en ruso y americano que alternan como un viejo panel de un aeropuerto dándonos más pistas sobre lo que está por despegar. Y, siendo coherente como un buen analista de la CIA, me jugaría mi propio cuello al afirmar que el propio cartel es el peor enemigo de la película por plasmar un flagrante spoiler en forma de giro final.

Si sigo destripando errores, sin destripar argumento, llego a Stephen Moyer, actor popularizado como el vampiro Bill en True Blood. Verle intentar interpretar a un espía ruso encarcelado provoca más risas que expectación. El enemigo nacional es Cassius, un desconocido y peligroso espía soviético que pasea por las calles de Estados Unidos con total impunidad y que pese a estar dado por muerto por la CIA parece haber asesinado, con su letal ‘cassius’ operandi, a un senador. No es que nos muestren un reloj Casio para darnos una pista pero sí aparece un reloj en escena y con presencia asesina. ¿Cassius y Casio? Sí, la simpleza de la película entabla una relación con las dudas de sus protagonistas. Cada paso que dan esa pareja para hallar la verdad, resolver sus obsesiones y misiones y develar la identidad de sus antagonistas, les acerca peligrosamente a la muerte. Al menos La sombra de la traición es coherente en ese planteamiento: cada paso y minuto de metraje se convierte en una muerte cronometrada para el espectador.

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