Arbeit Macht Frei
Hay un momento en la película El extraño de Orson Welles en el que el personaje que él mismo interpreta trata de disimular su condición de genocida nazi frente a un grupo de personas, y dice algo así como “No creo que se pueda reformar un pueblo si no es desde dentro”. Durante demasiados años, el sentimiento de inferioridad del pueblo alemán en deuda con el resto del mundo, consiguió ser “reformado” desde dentro por el nacionalsocialismo hasta convertirse en una máquina inhumana de aniquilación al débil y de exaltación de la superioridad de la raza aria. A estas alturas es difícil encontrar a alguien que no conozca, o que al menos no haya oído nunca hablar del Holocausto que llevaron a cabo los nazis, y del papel tan importante que jugó para su consecución el campo de exterminio de Auschwitz. El complejo situado en las inmediaciones de Cracovia, acogió durante los cinco años que estuvo abierto a cerca de un millón trescientas mil personas de las que sólo un 15% sobrevivió al exterminio, no sin haber sufrido innumerables y aterradoras torturas físicas y psicológicas durante su estancia. Por eso, a día de hoy resulta inimaginable saber que hubo un tiempo en el que, ni siquiera los ciudadanos alemanes, fueron conscientes de todo lo que sucedió tras las puertas flanqueadas por el famoso Arbeit macht frei. Pero lo hubo. Tras la caída del régimen y el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y los procesos judiciales de Nüremberg y Cracovia a finales de los años 40, el país se sumió en un silencio voluntario promovido por los mismos verdugos que propiciaron y/o llevaron a cabo uno de los genocidios más estremecedores del siglo XX. Dicho silencio se hizo extensivo a las nuevas generaciones nacidas durante y tras la guerra, que crecieron ajenas al horror que, en alguno de los casos, provocaron sus propios padres. Hasta que, de nuevo desde dentro, se hizo indispensable una nueva reforma de un pueblo que pasó de estar sometido a ser terroríficamente opresor.
A pesar de que desde entonces se han rodado infinidad de películas sobre la temática nazi en casi todas sus vertientes, pocas veces se ha hablado explícitamente en el cine sobre la ignorancia del pueblo alemán sobre lo que sucedió en Auschwitz y aun menos sobre el juicio que se llevó a cabo entre diciembre de 1963 y agosto de 1965 en la ciudad alemana de Frankfurt am Main en el que se procesó a tan solo 22 miembros de las SS que sirvieron allí. Ha sido el actor italiano Giulio Ricciarelli quien ha querido plasmar en la pantalla grande en su primer trabajo como director de largometrajes, la investigación que se llevó a cabo desde la fiscalía de Frankfurt para destapar los horrores de Auschwitz en La conspiración del silencio (Im Labyrinth des Schweigens – Laberinto de mentiras en el original). Ricciarelli concede todo el protagonismo a un ficticio ayudante de la fiscalía cuya curiosidad por el testimonio de un hombre que dice haber visto a uno de sus verdugos en el campo de exterminio le lleva a investigar a fondo y a enfrentarse a la burocracia del sistema para averiguar toda la verdad sobre el campo. De la curiosidad a la incredulidad, a la certeza de haber sido víctima del ocultamiento de la vergüenza de un país y, finalmente, al sentido de culpabilidad por los actos que muchas de las personas a las que el joven ha conocido en su vida cometieron.
Partiendo de unos hechos reales tan interesantes como los que se cuentan en la película, cabría esperar de ésta un desarrollo a la altura de su planteamiento argumental. Pero por desgracia lo que el director italiano consigue en La conspiración del silencio es una obra que, salvo en contados momentos que son precisamente en los que muestra las reacciones de quienes escuchan por primera vez el horror que sus propios dirigentes cometieron de boca de quienes los sufrieron, no deja de ser una sucesión de obviedades y recursos tópicos que se pueden apreciar en cualquier telefilm que combine el drama con el thriller. El realizador, además, alarga la película otorgando demasiada importancia a una historia de amor ajena a la trama principal, que no aporta sino alguna que otra carcajada involuntaria en algunos momentos. Excesivamente correcta, sin escarbar ni meter el dedo en la llaga como se requiere de un tema tan complejo como el que trata, La conspiración del silencio no pasa de mero thriller convencional y previsible que utiliza referencias conocidas (Mengele, Eichmann) como parte de su condición de “basada en hechos reales”, pero que no añade nada nuevo ni en la temática ni mucho menos en cuanto a salirse de los parámetros de un hipotético manual de cómo hacer un thriller al uso, al que por supuesto no le faltan varios finales, a cual más efectista, eso sí.