11 de diciembre de 2024

Críticas: Tan fuerte, tan cerca

Cuando me fui
a Nueva York
pensé encontrarme
con mi papasito.

Él vivía
en Nueva York
y trabajaba
en Torres Gemelas.

La última película de Stephen Daldry debió comenzar, o terminar, con estos versos de Delfín Quishpe. Así sería más honesta en unas intenciones que nunca logra pese a no parar de reiterar, y es que nos encontramos ante una sobreexplotación de dramas humanos tan superficiales como ingenuos.

Pero el principal problema de Tan fuerte, tan cerca no viene dado porque la historia sea lacrimógena, que lo es y además sin lograr su objetivo, sino por la exageradísima construcción de su personaje protagonista. Más que un niño traumatizado por una pérdida parece un auténtico enfermo mental, tal es su comportamiento a lo largo del metraje. Uno llega a pensar que el atentado y su padre no son más que un fruto de su delirio, opción seguramente más coherente que la descabellada búsqueda que lleva a cabo. No es culpa de Thomas Horn, que sin ser ninguna maravilla hace lo que puede.

El susodicho niño deja a otras criaturas repelentes de la historia del cine a la altura del jodido betún. Está, sencillamente, a otro nivel. Recorre Nueva York buscando personas con el mismo apellido, armado con una cámara antigua y ¡una pandereta!, dando lecciones magistrales de cualquier tema a todo el que se cruza o profiriendo la palabra “putozoo” (literal, al menos en los subtítulos de la copia que pude ver) ante lo que no cuenta con su demente aprobación. Es de extrañar, sobre todo, que nadie le pegue una paliza durante su interminable periplo. Hasta Salvador Raya comiendo canela resulta más serio.

Por tanto, es imposible empatizar con su peripecia a pesar de que parece descaradamente diseñada para ello. Y todo lo que le rodea, ya bastante endeble de por sí, se resiente. Comenzando por las escenas con la madre interpretada por Sandra Bullock, que se suponen los picos más altos del drama y dejan la misma sensación de incredulidad que el resto del metraje. Por si fuera poco, el guión de Eric Roth (responsable de los libretos de Forrest Gump o El curioso caso de Benjamin Button) rechaza mostrar la esquizofrenia colectiva y las secuelas del atentado en favor de la superación personal del protagonista. Resulta hasta reduccionista, en el sentido de que transmite la impresión de que el puto niño es la única persona que sufrió una pérdida en las torres. Y es que recorre la ciudad sin encontrar apenas huellas que pudieran reforzar el contexto de su tragedia humana, que se prefiere mostrar en una serie de flashbacks con el relato de aquel día casi a modo de subrayado de la tortura del protagonista. Desconozco si la novela de Jonathan Safran Foer en la que se basa optaba ya por algo similar.

En cuanto al capítulo interpretativo, Max Von Sydow ofrece, de largo y sin pronunciar una palabra, la mejor actuación de la película, dando toda una clase de contención que sobre todo se aprecia por estar siempre al lado de la jodida criatura. Era de esperar, pero el resto del reparto está muy lejos de ponérselo difícil. Con mención especial para lo de Sandra Bulldog, que posiblemente se acercó para ver si picaba otro Oscar y salió escaldada del todo.

Otra buena partitura de Alexandre Desplat y la correcta fotografía de Chris Menges hacen que una propuesta con escollos insalvables, al menos, entre bien por los sentidos. Pero no basta con eso. De hecho, Tan fuerte, tan cerca apuesta por la vía de la amabilidad para intentar hacer olvidar al respetable lo simplón de su contenido y dejar buen sabor de boca. El último plano pretende dejarlo claro: durante 130 minutos aquí no ha pasado nada, todos felices y a casa. Y vaya si ha pasado.

 

En fin, vamos con la que debería haber sido su banda sonora, a modo de bonus para los que habéis llegado hasta aquí. ¡No puede serrr!

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