Una adaptación literaria se cuela desde Costa Rica entre el variado repertorio del Atlántida Film Fest.
Del amor y otros demonios, una conocida novela de Gabriel García Márquez, ha sido destilada por Hilda Hidalgo con encanto pero sin pasión alguna. Es algo que me ronda la cabeza pasados unos días desde su visionado, su austeridad va haciendo mella en el recuerdo volviéndose una película borrosa.
La belleza nunca fue suficiente para quedar adherida a lo largo de los tiempos en la retina, es una cualidad caprichosa que se adapta a modas pasajeras que en pocas ocasiones goza del acuerdo a la hora de alabar sus formas. Pero Sierva María (Eliza Triana) sí sustenta la belleza de la película como algo atemporal. Una larga melena rojiza y las alabanzas de su juventud y su silencio con unos ojos que juegan con el aprendizaje de un mundo desconocido para ella. El mejor retrato se lo lleva ella, la más absoluta protagonista, que genera toda una historia a su alrededor. El título lo dice todo, el amor y sus demonios. En una etapa compleja como la vivida en la colonización de españoles de Sudamérica se desatan los temores con demasiada facilidad al mezclar tantas culturas, las nativas, las cristianas advenedizas, las importadas mediante esclavos arrancados de otros países muy lejanos. Demasiados demonios para tantos extraños.
Desconozco el contenido del propio libro, pero tras ver la película no queda duda (como pasa en casi cualquier adaptación) que se han quedado muchos rasgos importantes de los personajes en el papel y la película evoluciona manca y coja al mostrar silencios y representar sensaciones de manera prolongada, pero no profundizar en lo que parecen muy ricos personajes que aquí quedan como secundarios muy puntuales que aparecen y desaparecen a merced de las necesidades del guión, desaprovechando a los actores que, llegados de todas partes a esta película para poder representar esa diversidad de culturas, no se consiguen aprovechar como se debiera, quedando cada historia anexa a la principal como un ligero relleno sin pomposidad ni calado. Sin embargo, cualquier relación de la protagonista con otros seres animados daban la luz que los humanos se dejaban en el tintero, y las paredes hablan siempre, así que una simple celda oscura respiraba con fuerza mientras se ahogaban los demás.
Esto no evita que realmente sea interesante la película y su aspecto resulte deslumbrante por momentos pese a su sencillez evolutiva. Yo me dejé llevar por las apariencias de una película de época colonial, además, es un tema que engancha con facilidad el que trata la película, al ver la lucha de cada individuo por sostener la fe ciega en lo que le pide una sociedad que está en plena evolución o en sus conocimientos, y viendo como se tacha la fogosidad que genera el vivir y conocer como una maldición demoníaca y una tentación impura Creo que el simple hecho de poder utilizar la palabra «impura» es suficiente para que algunos nos quedemos a ver lo que sucede a continuación, sabiendo lo que suele cumplir lo que promete.
Al menos siempre resulta curioso ver la coacción de la iglesia y su modo de creer todo lo que dicen como algo que no admite dudas ni cuestiones comprometedoras. Pero la pasión se queda en la combinación de colores que se reparten en la pantalla, los terrenales y los que buscan ficcionar el semblante pasional, y al final sólo un rostro angelical con mirada impía y cabello interminable será lo único que supere al conjunto.
Sí, me permito utilizar la palabra pasión constantemente porque es lo que se une a una obra como Del amor y otros demonios, pero me sirve como muestra de lo que promete, muestra de vez en cuando, pero no arranca completamente, dejándonos con nuestras rasgaduras de vestimentas esperando más. Pero no es una sensación que aparezca enseguida, es algo que buscas una vez reposado lo que viste, porque la directora consiguió un trabajo limpio y sereno, algo que parece personal entre ella y la obra, que te deja conforme durante un tiempo prudente. La prudencia no es suficiente cuando buscamos frenesí, ¿verdad?