Maggie Gyllenhaal y Hugh Dancy protagonizan esta comedia british sobre la liberación sexual femenina en el Londres victoriano de finales del siglo XIX.
Ni la pelota, ni la muñeca, ni el cochecito. El juguete más antiguo del mundo no es apto para niños y provoca en los adultos, más en concreto en las féminas, un más que histérico entretenimiento. Estoy hablando por supuesto del consolador, cuya primera versión, fiándonos de la Wikipedia, data del Paleolítico superior, donde según dicen los expertos se usaba únicamente con un fin decorativo, seguramente debido a que la rugosidad de la piedra no lo hacía apto para otros fines. El aparato no sería comercializado hasta finales del siglo XIX, cuando el Dr. Granville inventaría el consolador casero para aplacar los casos de «histeria» que se daban en las señoras más ilustres y desencantadas maritalmente de la época victoriana. Y éste es precisamente el punto de partida desde el que Tanya Wexler construye Hysteria, una comedia con sus pros y sus contras pero que sin duda cumple con el cometido de hacer reír al respetable.
Si bien no sorprende ni en su argumento ni en su desarrollo, que uno puede predecir con siglos de adelanto, sí que lo hacen buena parte de sus escenas más cómicas gracias al gran grupo de clientas fijas que posee la clínica donde trabaja Granville, deseosas de que alguien les quite ese picor extraño que tienen entre las piernas, y que provocan los mejores momentos de la cinta. La seriedad y la educación más british con la que se enfrentan los doctores protagonistas al estímulo de la vulva de sus pacientes hacen que la risa dé paso a la carcajada más de una vez, producto de las situaciones hilarantes.
Lástima que tras esta jugosa premisa la trama amorosa cobre, como se aventuraba, mayor protagonismo y acabe haciéndose tediosa a pesar de una Maggie Gyllenhaal soberbia, que saca petróleo de un personaje más que encasillado y en el que no se le permite profundizar. El ménage à trois protagonista acaba siendo lo peor de la cinta por culpa precisamente de esa educación británica que antes nos hacía reír y que al final provoca un soberano aburrimiento que va a la par con el carácter de su protagonista. La Gyllenhaal torea la situación como puede saliendo airosa en ocasiones (sobre todo en las escenas en las que está más presente la conservadora y mohína sociedad victoriana) pero no consigue levantar un film que acaba limitándose a si mismo.
Hysteria se guarda muy mucho de entrar en terrenos profundos y toca de manera completamente superficial el feminismo que empezó a latir a principios del siglo XX en Inglaterra y que logró, entre otras cosas, el sufragio universal. Y es raro este desapego por la historia, más teniendo en cuenta que muy acertadamente el film ha sido llevado a cabo por mujeres (dirección/producción), y que la temática de la película parece ser precisamente ésa. Wexler renuncia a las complicaciones y fracasa por miedo a dotar de seriedad una historia que acaba naufragando por su insulso y previsible tercio final. Una gran ocasión perdida para haber logrado un resultado mucho más redondo en el que reivindicar con más ahínco el papel de las pioneras del feminismo en Gran Bretaña y todo lo que supusieron para el resto de mujeres del mundo occidental.