6 de octubre de 2024

Críticas: Una botella en el mar de Gaza

Repasamos, en plena marea integrista, la última mirada del cine al conflicto palestino.

Tras pasar por diversos festivales europeos de menor envergadura, y habiéndose metido al público en el bolsillo, la película de Thierry Binisti llega a nuestras orillas mecida por las olas con sinuosa calma y discreción, no en vano, se trata de una película pequeña cargada de buenas intenciones, esperanza y ternura, que se acerca al conflicto árabe-israelí durante los acontecimientos que se sucedieron entre 2007 y 2009, y que culminaron con los ataques de Israel sobre Palestina durante 14 días en la franja de Gaza.

Basada en la novela semi-autobiográfica de la escritora, y en este caso co-guionista junto a Binisti, Valéri Zenatti, se cuenta la historia de Tal, una joven francesa de 17 años que vive en Jerusalén y que es testigo de un atentado terrorista en la cafetería de su barrio. Tal, decide escribir una carta a un palestino imaginario donde se pregunta los motivos de dicha acción y expresa su total rechazo hacia el odio entre los pueblos. La chica mete la carta en una botella y le pide a su hermano, que cumple el servicio militar israelí en la frontera con Gaza, que la lance al mar. Puede que alguien, al otro lado, la recoja y pueda responderle. De ese modo, Naim, un joven palestino bajo el pseudónimo de Gazaman, cogerá el testigo entablando, a partir de entonces, una correspondencia electrónica.

La mayor virtud de la película se encuentra en su sencillez y vocación didáctica que aspira, sobre todo, a que el mensaje de esperanza y reconciliación cale en el espectador a través de una narración que se desarrolla por medio de esos mails que ambos jóvenes se envían durante dos años. La amistad que nace entre ellos muestra el sentimiento de uno y de otro sobre el conflicto en una película que trata de ser lo más equitativa posible en lo ideológico y demostrando que la violencia jamás puede ser la solución final a ningún problema. Asimismo, tanto director como guionista, apuestan por el diálogo como arma para terminar con el odio, el miedo y los prejuicios, el desconocimiento del otro, y sostiene la idea de que sólo si somos capaces de rebelarnos contra nosotros mismos mediante el conocimiento y análisis de nuestro entorno, cualquier barrera, muro o frontera puede derribarse.

Su planteamiento a lo Romeo y Julieta la salva in extremis de ser una película más sobre el conflicto palestino-israelí (las últimas recientes: Paradise Now (2005) o Lemon Tree (2008))  al tratarlo desde el punto de vista juvenil, mostrando a una generación cuyo futuro entre ambos pueblos es un interrogante y cuyo deber es el de buscar formas pacíficas para resolverlo. Posiblemente el global roce a veces una flagrante ingenuidad pero… qué narices, soñar es gratis y no viene mal un poco de optimismo.

Por lo demás, una dirección ajustada a las necesidades de la historia con oficio y sensibilidad, unos actores que convencen y un relato con el que saldrán del cine pensando que un mundo mejor es posible.

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