Von Trier y el sexo, Nymphomaniac. Volumen 2.
La parte se hizo volumen y el ‘enfant terrible’ del cine europeo ha conseguido volver a provocar al mundo mientras sus diabólicas risas se escuchan desde Zentropa a toda Europa. La hipnosis mutó a un fálico tren dispuesto a penetrar cualquier oscuro túnel y llegar a su última estación provocando un orgasmo que, en realidad, esconde el más perfilado chiste del cine contemporáneo: la incuestionable verdad es nadie toma en serio a Lars von Trier. Su desafortunado chiste sobre Susanne Bier en la inmortal rueda de prensa en Cannes presentado Melancolía se tornó en un discurso severo y hosco mientras anunciaba un film porno de tres o cuatro horas con Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg con mucho sexo y donde todo fuera desagradable. El universo entero (inclusive el cineasta) consideró una burla aquello que se tornó en una tal vez desagradable realidad y viceversa. Con Dunst huyendo espantada (con bragas… y no en la mano), llegó la mutilación a conciencia para la distribución de una obra que utiliza el sexo como mero recurso dentro de un drama que debate los mecanismos que utiliza la pornografía y sus articulaciones de narración: gratuitas, desiguales, caóticas. Al igual que plasmó en la imprescindible Riget, respecto al cine de terror, el director se replantea la comedia negra como solución a los clichés que delimitan los géneros, aunque el escaso sexo explícito que habitaba (y no excitaba) en el primer volumen se ve aminorado en el segundo, así como esos capítulos que conformaban la dislocada fábula de una presumible (y presumida) ninfómana. El autor de Anticristo, como en las desgastadas portadas de una cinta X de videoclub, no engaña a nadie: el porno fue utilizado como herramienta provocativa (y comercial) y gancho enmarcado en un ejercicio de pesca. Ahora, toca sufrir. Prepare su pompis si sigue expectante en su sillón porque el danés va armado.
Von Trier dinamitó la película que el propio espectador había reconstruido en su cabeza con el material previo y Nymphomaniac. Volumen 2 prosigue con ese anticlímax, vacío existencial y absoluta soledad que rodea a una antiheroína cuyo relato es cuestionado por un cultivado (y más sabio) espectador. El ‘folletín’ es orquestado por elementos externos y ‘sospechochos habituales’ propios de Keyser Söze en juego de roles donde el anti-narrador cuestiona, rebate y reformula todos los clichés afines a la propia abstracción de la sociedad sobre el sexo. Pese a la coherencia del conjunto, disponemos de una interiorización buñueliana donde nada encaja y la actual Joe (Charlotte Gainsbourg) es idealizada en las figuras antagónicas de Ananya Berg o Stacy Martin, así como su padre permanece inmortal (y joven) dentro del cuerpo de Christian Slater. Su segundo volumen (y conclusión) es más turbio y sucio, más amoral y oscuro, donde la propia Gainsbourg demacra su personaje y Michael Pas desmitifica a Shia LaBeouf. Los rasgos provectos de Willem Dafoe o Udo Kier enmarañan ese planteamiento de anticine en el que la razón y la locura chocan, así como la impenetrable sexualidad con su completo antónimo para que dejemos la pesca o la polifonía y nos centremos en el nudo Prusik, Poe, Freud e incluso Ian Fleming junto a ‘El Decamerón’ y ‘Las mil y una noches’. El filtro del relato lo ejercerán lo profano y blasfemo y el discurso psicológico y la perspectiva maternal desempeñarán una manipulación y abstracción mucho más cruel dentro de ese mosaico de referencias culturales. La asexualidad es la cura de la sobredosis de sexo pero, ¿podemos llegar a serlo? ¿Es posible llegar a convertirse en ese solitario e inclinado árbol sobre una colina perdida e inaccesible? El chiste queda como epílogo de la novelesca recitación y enmarca la moraleja de una coherente, agónica, mutilada y brutal obra: los seres humanos estamos atrapados dentro de nuestra propia sexualidad, dentro de nuestra propia mentira y máscara que disfrazados de raciocinio frente a la sociedad.
Los dos volúmenes de Nymphomaniac realmente conjugan una gran burla que admite cuantiosas lecturas: todo es mentira y todo es real dentro de un gran espectro en el que el director de Dogville teatraliza y reinterpreta las cintas Gerard Damiano (Memories Within Miss Aggie, Garganta Profunda) para someterlas a su juego cinematográfico, donde es conocedor de atravesar todos los tópicos y vulgares-lugares comunes. Recorrido todo el trayecto dentro de ese fálico tren y llegados a la estación final de tan ambiciosa y épica fábula cinematográfica sobre el sex(), no sabemos si la grandilocuencia del cineasta y su controversia en diálogos sobre los pedófilos pasivos forman parte de ese teatral pesado y oscuro donde ha quedado atrapado el propio personaje (y clown) que interpreta Von Trier junto a sus artificios, conexiones y coincidencias. No le tomamos en serio… pero, al final, consigue que le tomemos en serio. He ahí su incuestionable y sádico truco; el propio autor se desmarca de su obra y establece una interrogación intelectual en su pornográfica visión de un drama existencial sobre la soledad, la vida y la muerte. La profundidad del discurso se exhibe junto a lubricidad superficial (y máscara) con la notable ambivalencia de desconocer sin nos encontramos ante un genio o un troll cinematográfico.