Ali, la adolescencia en el país de las maravillas.
Ali es una de esas heroínas de lo cotidiano que ni siquiera es consciente de que lo es, tiene 18 años y vive en su propio mundo, que no es el de las maravillas, sin atreverse a convertirse en Alicia, en una realidad donde se siente segura y tiene el control, en la que no hay lugar para la fragilidad. Trabaja en un supermercado, ese es su entorno, allí se siente como en el recreo del instituto pero, a fin de cuentas, es un trabajo. Pasa los días junto a sus dos amigas, unos ángeles de Charlie reconvertidas en guerreras de hipermercado y botellón. Tiene tanto miedo a conducir como a enamorarse y, para esta joven, ambas son la misma cosa, algo a lo que enfrentarse, que la supera, que escapa de su dominio, una armazón que la lleva sin rumbo, que le hace pensar que se estrellará sin remedio pero ¿quién no ha tenido alguna vez miedo al amor? Es una tímida rebelde, una adolescente como otra cualquiera que ejerce de madre de su madre, la cual ha tenido cinco novios y otras tantas depresiones. No tiene graves problemas pero en su mundo lo son porque son precisamente los suyos y “desconfía de todo lo que no puede hacer mientras fuma”, como la Margot Tenenbaum de Wes Anderson, sin lo de niña prodigio.
Todo esto es lo que nos regala Nadia de Santiago, la Ali del cuento, protagonista de esta dramedia de tintes indies que, en ocasiones, se ve tan perdida como su personaje, con un aire tan frágil como el gato de Cheshire de porcelana que tiene en su salón de juguete, envuelta de una falsa fortaleza que ahoga en esos días de piscina y soledad. Se siente atrapada en un futuro incierto, en un amor que no se permite confesarse a sí misma y en unas responsabilidades autoimpuestas, si Ali consigue sobrellevar esta carga emocional, alcanzará a ver que en eso consiste madurar, aprender a vivir tanto a los 18 como a los 50.
Verónica Forqué es esa madre de comportamiento adolescente, complicada y humana, que no sabe ayudar a su hija porque no sabe ayudarse a sí misma, un regalo interpretativo que le hizo Paco R. Baños en éste, su primer largometraje, un film lleno de buenos sentimientos, de carga emocional y de mejores intenciones pero que trata de forzar su apariencia indie hasta puntos irritantes, con un uso no muy acertado de escenas oníricas, de primerísimos planos de objetos en los que se recrea en un tempo sostenido en la nada, abusando de una banda sonora con los mismos tintes. Completan el reparto Julián Villagrán, Adrián Lamana, Luis Marco, Angy Fernández, Clara Vázquez y Adrián Pino, todos personajes de gran particularidad, piezas del puzzle de la cabeza de Ali.
Nos encontramos ante un drama urbano filmado con bastantes carencias que, desde luego, no llega al nivel de mordacidad de Juno ni a la poesía de Báilame el agua, su historia romántica no es, tampoco, la de 500 días juntos pero aprueba retratando el hastío de la cotidianeidad, de las rarezas y miserias de cada uno sin abusar de lo efectista, dentro de un cine más que social, humano.
Ali es perfecta para esas tardes en las que nos permitimos dejar de ser tipos duros y pasamos a ser, sencillamente, nosotros mismos. Ya podéis verla en el Atlántida Film Fest y en los cines a partir del 26 de abril.