19 de abril de 2024

Críticas: Clara no es nombre de mujer

Clara no es nombre de mujer

Jorge Sanz. Juan Muñoz. Motos. Cuba.

Después de haber desarrollado labores de todo tipo en medios de comunicación, el veterano periodista y farmacéutico zamorano Pepe Carbajo debuta en el cine con Clara no es nombre de mujer. Un auténtico todoterreno cuyo debut en la dirección, que llega a las salas tras haber visto demorado su estreno en varias ocasiones, no es fruto de la casualidad. Y es que, como aseguró ante una sala abarrotada de un entregadísimo público que contaba con clubes de moteros o “sus amigos del golf”, el único propósito de su película es que el espectador salga con una sonrisa de la sala, no que piense en la excelencia de su trabajo. Un trabajo que, gracias a su iniciativa personal, se exhibirá con una promoción especial para los parados en las salas Kinépolis. Necesitamos más Pepes en el cine español, qué duda cabe.

Ya en la primera escena, Jorge –el mismísimo Sanz, un genio de esto– se dirige a cámara y asegura que lleva toda la vida enamorado de Clara, que no es un nombre de mujer. Y señala a su Harley. A su jodida moto. ¡Jorge Sanz le ha puesto nombre a su moto! ¡Jorge Sanz está enamorado de una moto! Lo que viene a continuación no puede ser malo, desde luego. Cuando aún nos estamos reponiendo, atraviesa montado en ella una sucesión de lugares emblemáticos y fácilmente reconocibles de Madrid, mientras suena una canción que apela a ese mismo espíritu libre y canalla que enarbola Jorge. El director aprovecha entonces sutilmente los créditos iniciales para, en un gesto tan estimable como conmovedor, dedicar la película “a sus amigos moteros y boticarios”. Y, sí, la escena finaliza y tenemos al grupo de la canción continuando con la canción en vivo. Son algo parecido a ver a Fran Perea tocando con Pignoise. A juzgar por las camisetas que lucen, se llaman Condon Rapid (!), nombre también atribuible al club de moteros o al familiar local donde se desarrolla gran parte de la acción. Incluso Jorge Sanz agarra la guitarra eléctrica junto a ellos durante unos segundos memorables antes de que se desate una reyerta en el bar. Una indescriptible genialidad, vaya.

Clara no es nombre de mujer (Jorge Sanz)

Como ya hemos dicho, sabemos que lo que va a venir después no puede ser poca cosa, aunque también que difícilmente estará a la altura de lo visto. A golpe de excelsos momentos y frases de las que te dejan clavadísimo, el meollo se va destapando, y descubrimos que Clara no es nombre de mujer no es únicamente un homenaje al mundo de unos seres entregados en cuerpo y alma a sus motos, a menudo incomprendidos por la sociedad, sino que va más allá e incluye una potentísima subtrama de comedia adolescente. Aunque el armazón contextual de la película es fácilmente identificable con los noventa, tiempos mejores para la salud de esta clase de cine, la mencionada trama intenta marcar el choque generacional existente entre Jorge Sanz y su amigo interpretado por Juan Muñoz –el rubio de Cruz y Raya, sí, en una nueva etapa artística contraria a la popularidad televisiva de su compañero José Mota–, incluso atribuible al desastrado profesor al que da vida el gran Pepe Carabias, y la banda de su sobrino popero. Un ser que repentinamente pasa de ir de guays con el grupo, viviendo despreocupadamente y tirando bolas de papel al profesor durante las clases, a perder a su novia por un imprevisto giro del destino y verse obligado a viajar hasta La Habana para recuperarla. Un personaje, además, que esconde un pasado terrible apuntado en algunas escenas. Es decir, el choque entre estilos de comedia e incluso públicos contrapuestos es también el conflicto entre generaciones condenadas a entenderse. Un juego metacinematográfico excepcionalmente camuflado en una sencilla estructura.

Clara no es nombre de mujer (3) - Cinema ad hoc

Y entonces llega el viaje a Cuba de todos los protagonistas, absolutamente todos, porque ninguno va a osar quedarse en Madrid. Tienen que recuperar a la novia del chaval. No termino de comprender el leitmotiv real ni las disputas entre bandas de moteros que tienen lugar allí, pero es lo de menos. Da lugar a escenas sublimes. Porque resulta que, a la par que el bravo joven opta por hacer todo lo posible para recuperar a su amada, su tío Jorge, que atraviesa una crisis vital desde el día en que su mujer le pusiera los cuernos con Enrique Villén, tiene detrás desde hace años a una amiga morenaza –que también viaja con ellos, faltaría más–, pero no quiere darse cuenta a pesar de su abnegada insistencia. Y todo explotará allí, en una trepidante aventura que llega a involucrar a una familia de lugareños y su querida vaca.

Por encima de todo, Clara no es nombre de mujer infunde un buen rollo indudable en el espectador más abierto, y prueba de ello es la reacción entusiasta de los espectadores en el preestreno. Sin llegar a los niveles de excelencia en su reconstrucción arqueológica de las recientes Ni pies ni cabeza o La venganza de Ira Vamp, resulta un ejercicio muy loable. Y, con casi toda seguridad, disfrutable por más público que las mencionadas. No se la pierdan.

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