Comedias, bodas y Robert de Niro.
Con uno de los más lujosos repartos que hemos visto en mucho tiempo, llega a los cines el remake de la película franco-suiza de 2006 Mon frère se marie, de Jean-Stéphane Bron: La gran boda, típica (tipiquísima) comedia de enredos en torno a una familia disfuncional que se reúne con motivo de la boda del hijo pequeño. Los Griffin son una pareja con tres hijos que se divorció años atrás, cuando el padre tuvo una aventura con la mejor amiga de su mujer, con la que convive desde entonces. Cuando su hijo adoptado, Alejandro, les anuncie que su madre biológica, que viene desde Colombia para su boda, es una mujer muy católica que ve el divorcio como uno de los peores pecados, los Griffin tendrán que volver a hacerse pasar por un matrimonio para no disgustarle, lo que traerá toda una serie de disparatadas consecuencias e inesperadas revelaciones.
El director, guionista y productor Justin Zackham es el artífice de un batiburrillo en el que, a pesar de que la historia principal gira en torno, como vemos, a la boda de la encantadora parejita principal, realmente tenemos una película basada en una mezcla de todas las subtramas posibles que pueden tener lugar en una producción de este tipo, y de cada una de ellas podría salir una película individual, y, quizás, incluso más interesante: la hermana embarazada, el hermano virgen, los padres divorciados forzados a convivir juntos, el cura extremista, la familia extranjera que no entiende el idioma… Y toda una serie de engaños, infidelidades y malentendidos que llevan a situaciones a veces tratadas con humor demasiado grueso e incluso un poco zafio, pero que en general, en su simpleza, tiene puntos bastante buenos que consiguen arrancar incluso algunas carcajadas.
Sin duda todo el peso de la película recae en el gran reparto que comentábamos antes, plagado de rostros conocidos, que además parecen nacidos para la comedia, en el que todos hacen de sí mismos, sin molestarse en nada más (tampoco hace falta). Las reinas de la función son Diane Keaton y Susan Sarandon, que siguen siendo guapísimas y tienen una personalidad arrolladora que arrasa con cualquiera que se le ponga al lado, incluido Robert de Niro, que, aunque está divertido, no tiene un personaje muy definido, a veces es un gañán machista, y otras un marido y padre encantador. Quien menos beneficiado sale en la película es un Robin Williams bastante anodino que pasa por la película sin pena ni gloria.
En cuanto a la nueva generación, destaca por encima de todos la actual princesa de la comedia romántica hollywoodiense, Katherine Heigl, que, al igual que Keaton y Sarandon, se come al resto de los jóvenes sin dificultad (no sabemos cómo se manejará en otros géneros, pero desde luego en éste se encuentra como pez en el agua), acompañada de un carismático Topher Grace, un Ben Barnes demasiado bronceado y haciendo un personaje unos 10 años más joven, pero convincente como americano de origen colombiano, y Amanda Seyfried, correcta aunque parece que simplemente pasaba por allí. Son todos ellos, con su gracia y su talento los que levantan una película que, en otras manos, probablemente sería un esperpéntico desastre.
Lo mejor que se puede decir de La gran boda es que va a lo que va, al grano, no se alarga ni intenta ser más de lo que es, una comedia familiar que aunque aparenta ser moderna y adaptarse a todas las clases posibles de amor y parejas que hay actualmente, tiene cierta moralina tradicional de fondo, con la reivindicación, una vez más, del matrimonio como culminación de la felicidad absoluta. Una película en la que todo es alegre, los problemas se resuelven con bromas y risas, y los enfados, justificados o no, duran lo mínimo. No está mal para pasar el rato.