La sexta parte de la saga de A todo gas llega a nuestras carteleras para alunizar géneros, explotar todo tipo de leyes de la física y, sobre todo, derrapar neuronas.
¡Bajen los cañones de sus ‘armas de fuego’ cargadas por sus lenguas llenas de veneno y que apuntan a las resplandecientes cabezas de Vin Diesel y Dwayne Johnson! Los fans pueden defenderse como choni panza arriba después de un botellón y evocar el chiste del cazador del oso y el cazador: «Me parece que tú no vienes aquí a cazar». Nos encontramos ante la sexta parte de una franquicia netamente comercial y exponencialmente superficial; sería impropio plantearse la viabilidad dramática y obvias carencias de una propuesta que ya mostró sus cartas en su primera jugada allá por 2001. The Fast and the Furious presumía de poder congregar en la misma sala a chonis, adictos al tunning y clubs de fans de Farruquito y los tatuajes de los Phoskitos para presenciar las aventuras de chicos duros con olor a testosterona y óxido nitroso directo al cerebro. El sampler cinematográfico y su funcionalidad de murales de clip mainstream provocaron el éxito, 2 Fast 2 Furious (2003) confirmó el fenómeno. Lluvia de acelerones, escotes sexys —y tangas apretados que dificultaban el riego sanguíneo al cerebro— con el paseo de curvas de Eva Mendes y frases del tipo «Esto no se ve ni en las pelis, ¡es más fuerte!», que dejaban claro el blanqueo de dinero (argumental) y de cerebros (metaficcional). A todo gas: Tokyo Race (2006) fue un dudoso punto de giro que no convenció del todo a fans y, pese a su gran rentabilidad en taquilla, cierra la clasificación del boxoffice de la saga. Un cameo final no parecía suficiente como guiño y Justin Lin, que se apropió del control de la franquicia desde entonces, tomó nota. Fast & Furious: Aún más rápido (2009) reunió al reparto original y comenzó a formar, entre República Dominicana, Los Ángeles y Panamá, las bases internacionales que reventarían las taquillas de todo el mundo en Fast & Furious 5 (2011). Brasil fue el escenario de la mejor entrega hasta la fecha y Fast & Furious 6 quiere seguir esa línea ascendente para construir una de las franquicias más taquilleras y resistentes de la historia del séptimo arte. Carguen, apunten… fuego.
El fichaje de Gina Carano, más domable que en Indomable, así como genios criminales internacionales y el reverso tenebroso de los protagonistas, han plasmado un filme sin competencia en la actualidad internacional y nacional—el peluquero de Vin Diesel y Dwayne Johnson ha cobrado lo mismo que todo el presupuesto Combustión de Daniel Calparsoro, por ejemplo—. Fast & Furious 6 quiere ser un cóctel de los comienzos de la franquicia con Ocean’s Eleven y usurpar incluso a los fans de la decadente saga de La jungla de cristal. Como nos contaron anteriormente en Las Canarias no hay tratado de extradición con Estados Unidos pero, contradictoriamente, hay una gran base de la OTAN. Los héroes viven plácidamente convirtiendo su día a día en una dura competición a muerte, ya sea para ir a comprar una barra de pan o acudir al paritorio de la parienta. Siguen siendo prófugos de la justicia… pero aparece un tema más profundo y existencial que las tomas falsas para que Elsa Pataky no luciera pecho al completo: la identidad —y no del pezón—. La búsqueda del indulto y el fin al exilio se sustentan en el regreso —de entre los muertos— de una amnésica Letty (Michelle Rodríguez), cuyo desopilante flashback explicativo del retorno no se les hubiera ocurrido ni a los guionistas de Scary Movie 5. ¿Y el argumento? Una peligrosa banda de criminales está cometiendo los más descerebrados quebrantamientos de la ley por 12 países y al agente Luke Hobbs —que hace lo mismo que los torturadores de La noche más oscura pero sin tanta polémica al no haber Oscars por medio— se le ocurre una brillante idea: cazar a una manada de lobos con otra manada de bestias… más bestias y, por supuesto, chulas. ¿El problema? Letty es una chaquetera y ya no es republicana.
Londres se convierte en el punto de encuentro y se erige como epicentro de un terremoto fetichista donde las carreras ilegales son tan sofisticadas como un anuncio de Loewe, aunque todo sea realmente tan barriobajero como escuchar un cassette sudada y de tercera mano de reggaeton. Los roles grupales y estereotipos raciales se van a dar cita en un juego de setpieces que conforman un gran videojuego de plataformas: pisar el suelo —aunque solamente esté a medio metro de altura— significa la muerte… y los personajes aquí sólo tienen una ‘vida’ menos Vin Diesel, que se sabía el truco de ‘kekos’ infinitos. Fast & Furious 6, no obstante, se resume en una competición de chulería: todos los personajes tratan de superar en bravata —y no en cuadrupedia— al anterior. Las replicas se suceden para que la historia pase a segundo plano y los personajes manifiesten sus emociones y superen sus conflictos entre trompos, derrapes, tiros ‘al muñeco’, brutales golpes, peligrosas persecuciones, cicatrices por heridas dum-dum a lo Arma letal 3 y saltos imposibles. Rápidos y furiosos, los fuegos artificiales estallan en la cara de los espectadores y de los propios personajes donde con tanta carambola y cambio de cara la franquicia se ha convertido en la casa de ‘Gran Hermano’.
Con más testosterona que ingenio y agudeza, el filme de Justin Lin se intenta aferrar a un pequeño hilo con una espectacular caída de fondo. No importa lo estúpido que sea el material sino que la propia película se recree en el ejercicio de despropósito que plantea. La burla es tan ostensible como sofisticada en sus planteamientos técnicos y los clichés que propone el guión —entre diálogos de patio de colegio, actuaciones más rígidas que una merluza congelada y soluciones narrativas dignas de estudio antropológico— son masticados como goma de mascar. Realmente Fast & Furious 6 es un chicle para masticar una y otra vez durante un par de horas y escupirlo cuando salten los títulos de crédito, donde se avisa de la peligrosidad de las secuencias y se pide que no se imiten las mismas. ¡Mecachis! Y yo que estaba pensando en comprarme un tanque, pedirle a mi ex amnésica que me pegara un tiro para extraerme yo mismo la bala y guardarla de recuerdo porque soy muy chulo o hacer un trasbordo de autobuses en plena marcha y carretera…Por suerte la experiencia chiclosa no pierde el sabor, aunque a más de uno se le puede atragantar un espectáculo que debería estar asociado en cualquier diccionario virtual a la expresión «WTF!». Sus clímax más espectaculares bordean hábilmente el ridículo y la lógica; prueba de ello pudiera ser su gran secuencia final de acción donde las setpieces forman un gran conjunto a modo de videojuego en multipantalla y en la que espectador se queda con la moneda y una secuencia de regalo protagonizada por Jason Statham que da la bienvenida a Fast & Furious 7, que dirigirá James Wan. ¿Llegó el terror? ¿Saldrán fantasmas que hagan fantasmadas? ¿Más? ¿Es posible? ¿O tal vez el bebé de los O´Conner y Toretto sea el anticristo y dominará definitivamente el mundo para vengarse contra los responsables de ese gorrito hortera que le endosaron durante toda la película? Tiemblen… y apunten bien porque si quieren tanto sufrir como disfrutar, patalear, aplaudir y reírse descontroladamente esta es su película.