Catástrofes naturales, asesinatos y abusos en la quinta jornada del Documenta.
La presencia asiática en esta edición de Documenta Madrid ha corrido a cargo de la china Fallen City, una película compuesta a base de los testimonios de algunos de los supervivientes del terrible terremoto que en 2008 redujo a cenizas la antigua ciudad de Beichuan, en la región de Sichuan, convertida ahora en una “atracción” turística. Una ciudad fantasma en la que sólo permanece el espíritu de los que allí murieron. Mientras tienen lugar las obras de reconstrucción para crear una nueva ciudad, asistiremos al intento de tres de estas destrozadas familias por reconstruir también sus vidas: un matrimonio que ha perdido a su hija y encuentran consuelo el uno en el otro y en la posibilidad, quizás, de tener otro hijo, un chico de 15 años que ha perdido a su padre y tiene que acostumbrarse a convivir con su madre y su nuevo marido, y una mujer que ha perdido a tres de sus hermanas, a su hija y a su nieta, que se vuelca en cuidar a su madre y a otros miembros de la comunidad.
En su primera película para el cine como director (aunque ya había trabajado como productor y lleva 15 años realizando documentales de televisión) Zhao Qi sigue de cerca a los protagonistas con la cámara, ahondando en sus emociones, siempre a flor de piel tras la terrible experiencia que han sufrido. De esta manera, el resultado es absolutamente realista, sin artificios, todo desde un enorme respeto a esas personas desamparadas que ya no tienen un auténtico hogar al que volver, sólo uno de repuesto nuevo, frío y demasiado caro. Fallen City es una historia de supervivencia entendida como una forma de honrar a aquellos que ya no podrán seguir adelante con nosotros.
La segunda película del día fue una nueva coproducción inglesa-española (como ya lo era Google y el Cerebro Mundial), que nos vuelve a introducir en los engranajes más turbios del mundo de la política: Seré asesinado, de Justin Webster. La historia empieza con el asesinato a tiros del abogado guatemalteco Rodrigo Rosenberg en Mayo de 2009. El motivo de conmoción para todo el país fue la aparición de un video de Rosenberg que, antes de su muerte, ya anunciaba su inminente asesinato, y acusaba de ello al Presidente de Guatemala, Álvaro Colom, y a su secretario. A partir de ahí, se nos cuenta la investigación que llevó a cabo la CICIG (Comisión Internacional contra la Impunidad de Guatemala), narrado por uno de los “protagonistas” de la película, Carlos Castresana, que fue quien llevó el caso, y en el camino iremos conociendo poco a poco la vida de Rodrigo. Lo que empieza siendo un documental de lo más convencional acaba convirtiéndose en un interesantísimo thriller de suspense que mantiene en vilo casi todo el tiempo.
Como una especie de Crónica de una muerte anunciada, Webster logra aplicar su experiencia como periodista de investigación para ir reconstruyendo los hechos, buscando pistas, y tratando de esclarecer lo que sucedió alrededor del asesinato de Rosenberg, dando la impresión de que sus descubrimientos los hace al mismo tiempo que el autor, que se siente casi implicado en esa investigación. Te va dando la información de manera dosificada, pensada para crear tensión. De modo que cuando uno cree que ya se sabe la historia o por donde va a ir, los acontecimientos dan un giro inesperado que hace que todas las ideas que tenías cambien por completo. Quizás lo más reprochable de la película son las escenas recreadas, muy poco creíbles, que sacan al espectador de lo que es la realidad de la película. Cada director tiene que buscarse la vida en un documental para mostrar aquello de lo que no tiene imágenes, pero en este caso da la impresión de que no acaba de estar conseguido. Pero Seré asesinado suple sus carencias con el gran atractivo de la historia que cuenta, y la manera de hacerlo. Recomiendo a quien tenga interés en verla y no sepa lo que le ocurrió Rosenberg que no lea nada y que se deje desconcertar por ella, ya que es eso lo que busca una película a la que, si se le quita el factor sorpresa, pierde toda su personalidad y se convertiría en otro documental político y periodístico sin más.
Finalizábamos la quinta jornada del festival con la que es una de las películas más controvertidas de esta edición: Mea Maxima Culpa – Silence in the House of God, una producción monumental de la HBO en la que el reputado director ganador de un Oscar Alex Gibney empieza contándonos los abusos a los que fueron sometidos durante años los alumnos de una escuela para sordos por parte del director, un sacerdote. A partir de aquí, Gibney irá subiendo en la escala jerárquica de la Iglesia para desmantelar toda la red de silencios y engaños que la institución ha ido tramando a lo largo de toda su historia para tapar los intolerablemente numerosísimos casos de pederastia que han tenido lugar a manos de sacerdotes católicos. La película habla sin ningún tapujo de este tema tan espinoso y delicado, pero consigue mostrar los hechos de manera bastante objetiva. Está claro que es una película que crea y en cierto modo busca la polémica (nadie que escoja hacer un documental sobre este tema puede imaginar que la reacción vaya a ser neutral), pero sin manipular ni forzar a ello, escucha la declaraciones de todos los que han querido participar en el documental (por supuesto, cualquier representante del Vaticano se ha negado a hablar, pero ya sabemos que quien calla otorga) y expone los hechos.
La película no es sólo es fundamental como documento informativo, sino que técnicamente es elaboradísima (como curiosidad, las voces de los testigos sordos las ponen actores como Chris Cooper o Ethan Hawke), quizás incluso demasiado en su primera parte, ya que depende demasiado, a falta de más documentos visuales (como hemos dicho que le ocurría a Seré asesinado), de recreaciones que son excesivamente peliculeras y sensacionalistas. Sin embargo, en la segunda parte, cuando la historia nos lleva hasta el Vaticano, mejora, ya que se centra en contarnos entresijos de la jerarquía de la Iglesia, y revela cosas inesperadas tanto de Juan Pablo II como, sobre todo, de Benedicto XVI (que aún era Papa en el momento en que se realizó la película, obviamente).
Mea máxima culpa no es una película radical que busque la disolución de la Iglesia católica, sino más bien que una institución sectaria que siempre se ha vanagloriado de ser santa y perfecta reconozca sus errores de carácter humano, se baje de su pedestal, y deje de defenderse sólo a sí misma, sino también a las auténticas víctimas, a todas la personas que una vez han depositado su confianza en ella y no han obtenido nada a cambio. No la veo por tanto como una película en contra de la Iglesia en sí, sino en contra del abuso de cualquier poder ante el más débil, aquel que no puede defenderse. Un película intensa que sólo se puede ver con la mente muy abierta y dispuesta a oír información que, se tengan las ideas que se tengan, no va a gustar.