Winterbottom coloca frente a frente a Steve Coogan y Rob Brydon.
No me resulta nada sencillo hablar de Michael Winterbottom. El británico es un autor que produce en mí una fascinación difícil de explicar si se atiende al nivel medio de su filmografía, de la que únicamente 24 Hour Party People –una de mis favoritas de la pasada década– y Wonderland me parecen trabajos cercanos a ser redondos. La principal seña de identidad del resto, desde I Want You hasta Génova pasando por El perdón, es un eclecticismo que hace de su carrera una gema que se abrillanta cada año con títulos rara vez dignos de reseñarse en los rankings anuales y en los que no suele ser complicado hallar fisuras. The Trip, curiosísimo e imperfecto artefacto en el que se nutre de referencias y guiños a sus obras anteriores, acrecienta ambas sensaciones.
En una de las primeras secuencias de The Trip, Steve Coogan hace un comentario a Rob Brydon mientras suena en el coche Atmosphere de Joy Division, que define como una canción “adecuada para ambientes más urbanos”. Este guiño al retrato de la escena de Manchester que a través del personaje de Tony Wilson –inolvidable Coogan– se hacía en 24 Hour Party People, el mejor momento de la película para el que suscribe estas líneas, dispara de inmediato las expectativas y nos coloca ante un torbellino de humor autorreferencial, copado por la descarnada sátira que de sí mismos hacen los protagonistas y un cara a cara entre ellos cercano a la buddy movie. Aunque el conflicto principal entre ambos aparezca camuflado tras una capa de ese irónico humor tan genuinamente inglés, lo que contribuye a la comicidad del asunto.
Coogan y Brydon se interpretan a sí mismos en una suerte de falso documental, del que también existe una serie de televisión de seis capítulos, que recoge las aventuras de ambos mientras viajan por las tierras agrestes del norte de Inglaterra con el fin de realizar una serie de críticas culinarias. Un choque de caracteres casi imposible y justificado, a priori, por el hecho de que el mujeriego Steve tenga que encontrar un compañero de viaje contrarreloj ante el abandono de su novia. Desconozco si los prolegómenos de la aventura, de los que se nos informa en la sinopsis oficial, aparecerán detallados en la serie. Aquí se nos introduce en situación enseguida, con el carismático dúo explotando sus facultades durante un trayecto dividido en capítulos según el día y restaurante que visitan.
La evidente fricción entre los egos de ambos, en la que se suceden las continuas referencias a sus carreras, es el centro de un trabajo divertido, que se ve con una sonrisa casi perenne, pero ante el que también resulta inevitable sentirse algo aturdido y pensar que se podía haber prescindido de un largo tramo del metraje. Las situaciones no tardan en tornarse reiterativas, con un excesivo protagonismo de las inspiradas imitaciones de ambos actores, que descargan todo su potencial, o interpretaciones como la que realizan del The Winner Takes It All de ABBA, en cuya letra encuentran una auténtica tragedia. Drama que podría verse como el corazón de un film que, después de todo, nos habla de la crisis vital a la que se enfrentan dos protagonistas resistentes a la madurez y de las dispares respuestas que hallan para enfrentarse a ella.
Un desenlace del viaje tan obvio como acertado subraya esta circunstancia, y es que Winterbottom viene a presentar el trayecto como un camino al final del cual ambos protagonistas descubren en el otro un inesperado espejo ante el que desnudar sus miserias, a pesar de sus numerosas diferencias. Su condición de seres itinerantes y la popularidad de Coogan son el resorte utilizado para, a partir de las repetitivas conversaciones, subrayar este propósito. Y lo consigue a ratos, erigiéndose como un trabajo tan irregular como original e irremediablemente simpático, que supone una nueva muesca a recordar en una trayectoria que no deja de sorprender año tras año.