Llega a nuestras carteleras una de las propuestas más frikis del mainstream en los últimos lustros.
En Pacific Rim no paran de recordarnos que para combatir monstruos es necesario crear nuevas bestias que puedan derribarlos y someterlos. Considerando esta titánica producción como parte del artificio y enormidad del mainstream, podríamos tratar de definirla desde los prismas que ofrece, ya sea por su tamaño desmedido —gracias a los 190 millones de presupuesto—, por su exceso de maldad —en el escarmiento excesivo sobre los monstruos neonatos— o por su despropósito y desatino —en el boxoffice norteamericano al no cumplir con las expectativas impuestas por esos ejecutivos de ‘trajes y corbatas’—. La nueva película de Guillermo del Toro puede ser divisada desde la cinta engendrada por la gran industria más friki de la década e incluso del Siglo XXI, con permiso de Sucker Punch de Zack Snyder, o como la crónica de una decepción anunciada. ¿Alguien esperaba algo más aparte de sus espectaculares escenas de acción y efectos especiales?
Podríamos voltear a la bestia desde sus entrañas para examinar los entresijos y vísceras cinematográficas que formula el director de El laberinto del fauno y llorar por la imposibilidad del rugido autoral dentro de los mecanismos de una industria conectada al subconsciente del cineasta y que limita sus movimientos porque da cierta impresión, a título personal, que Pacific Rim no es la película que hubiera querido filmar Del Toro. Nos recuerdan desde el arranque el origen etimológico japonés de ‘Kaiju’ y el alemán de ‘Jaeger’ y aquí podríamos soñar y desfasar con un filme ambientado en los años 40 con nazis ‘salvadores’ de la humanidad pilotando robots gigantes ante el ataque de sus aliados japoneses por monstruos alienígenas surgidos de las profundidades marítimas. El punto de vista siempre debería explosionar la originalidad interna del propio argumento e historia por encima de la premisa por simple que parezca. ¿Qué habría pasado si los protagonistas hubieran sido los invasores alienígenas desarrollando los grandes traumas de esos monstruos que deben conciliar su vida familiar con la profesional e ir a luchar incluso estando embarazadas? ¿Funcionaría mejor relegando todo el absoluto protagonismo a Mako Mori (Rinko Kikuchi)? La banda sonora es el espejo del alma de la película y parte de sus bestias y vergüenzas quedan expuestas en las composiciones de Ramin Djawadi. La guitarra de Tom Morello deja su huella en el tema principal mientras que los temas dedicados a Mako deponen en paños menores al resto de la obra con excepción de esa pareja de nerds condenados a dotar de humor y comicidad tanto trauma apocalíptico y racionamiento de comida limitado a trabajos con alto peligro de mortalidad. E incluso el dúo ruso de combate sobrevuelan mejor los clichés corales con mucha más funcionalidad que los traumas paternales y egocentrismo de Chuck Hansen (Robert Kazinsky), antagonista del héroe al uso por falta de recursos narrativos. No sé si por desconfianza o falta de red y riesgo, Mako ha quedado en un segundo plano dentro de esa necesidad de un héroe masculino y norteamericano dentro de esos cánones de ‘oscuridad y trauma’ impuestos por el reciente mainstream desde el éxito de las ínfulas nolanistas. ¿Por qué todos los héroes actuales tienen que sufrir tanto y perder a sus familias? ¿No era ya suficiente trauma que un Kaiju te quisiera comer todo el kaiju?
Guillermo del Toro se vale de los aciertos y muros visuales de Hellboy (2004) y Hellboy 2: El ejército dorado (2008), las esencias del universo manga/anime del tipo Mobile Suit Gundam o la serie B de los años cuarenta y cincuenta para tejer el ADN de una película tan desigual como necesaria, que funciona mejor cuando se acerca a Destroy All Monsters de Toho Studios que condicionada a las fórmulas biomecánicas y cinematográficas de Avatar o Michael Bay. Que los personajes son el gran problema de Pacific Rim y que la potencia dramática que brinda la relación paternal y protectora entre Stacker Pentecost (Idris Elba) y Mako debería ser el único motor trágico del filme queda patente en que cada plano que comparten o en ese flashback que originó el camino de la venganza. Es cierto que los Jaegers son controlados por dos pilotos cuyas mentes se conecta en un puente neural y que nos hablan de compartir la carga para lograr un objetivo conjunto, pero la sensación es que inútil y torpemente tratan de rellenar y desarrollar personajes que no acaban de convencer. Considero que nos interesan más las aventuras de los científicos y doctores, que hubieran sido geniales con clones de Sheldon Cooper y Leonard Hofstadter, y su fusión en las tramas con la explotación del material biológico de los Kiajus por parte del mercado negro, focalizado en Hannibal Chau (Ron Perlman) y el consecuente esperado cameo Santiago Segura. Es obvio que cualquier posible lectura socio-política va a quedar desmenuzada por una contundente e inacabable lluvia de efectos, pero Pacific Rim da síntomas de despegar cuando se ciñe al espectáculo y se recrea sobre el mismo. ¿Las películas sin sentido de la física y lógica deberían ser estúpidas por naturaleza? Dios mío, ¿tienen razón Bay, Emmerich y compañía?
No sé si las preguntas correctas a esas respuesta parten de esbozar si es mejor acabar muriendo en una Apocalipsis como masilla o Power Ranger, si los planteamientos visuales pudieran ser más sugerentes después de haberlo dado todo en la E-S-P-E-C-T-A-C-U-L-A-R secuencia de Hong Kong, si Danger Gipsy ejerce la metáfora correcta de supervivencia analógica sobre un mundo digital, si Godzilla Meets Predator se merecía otro tipo de diálogos y no del señor que puso las líneas, comas y puntos a Furia de Titanes o si simplemente hay algo más por debajo del metal entre tanta intrascendencia dramática que ansía ser tan torpemente relevante. La pregunta debería enmarcar la obra ser más lógica: ¿acabará siendo Pacific Rim considerada por los geek-boys como esa fantasía perfecta y sueño metalizado húmedo o tendremos que esperar a un fan-pic protagonizado por Mike Jagger pilotando un Jaeger que haga coreografías para las masas como nuevo escenario del Fin del Mundo?
Aparte del brillante envoltorio me interesa más el diálogo que establece con su mockbuster entre biología, robótica y mitología. Atlantic Rim de Jared Cohn presenta unos personajes alejados de cualquier cliché preconcebido del mainstream: David Chokachi es el héroe más chulo y egocéntrico desarrollado este siglo y con unas ansias por meterse más alcohol que Denzel Washington en El vuelo cuando acaba su jornada diaria de salvar al mundo. Le ayudan la fémina prototipo que nunca se ligará y un compañero afroamericano con vocación de ONG y salvador de niñas en incendios. Repleta de contradicciones (e insultos al espectador), Atlantic Rim no llega al nivel de esa joya del cine cutre llamada Sharknado y no desentonaría como parodia de los Power Rangers, entre parches de todo tipo, no-actuaciones, lagartijas toxicómanas entrenadas por John Cobra y la profesionalidad del actor nominado al Oscar (Graham Greene), que no se sabe si se está aguantando la risa o va a lanzarse al cuello de sus parejas en pantalla para finiquitar el asunto y salir corriendo con el cheque. Con todo lo anterior Atlantic Rim se somete más al riesgo que Pacific Rim, conduciéndonos a cierta sensación de que esos «trajes, corbatas y sonrisas baratas» que pululan por los grandes estudios y sus ejecutivos han podido cerrar sus posibilidades en el proceso creativo o en el final-cut. No obstante, no hay perderse los títulos de crédito finales y la secuencia extra… Sí, los zapatos dictaminan las venganzas del friki-fetish-mainstream del Siglo XXI.