Más redonda, más divertida y más buena.
Nótese el leve cambio de título. Se añade un artículo, El escuadrón suicida (The Suicide Squad), no un 2 a continuación como sería lo común para una secuela. Escuadrón suicida (Suicide Squad) ha sido uno de los mayores fracasos de la Warner/DC Comics pese a recaudar más de 700 millones de dólares en todo el mundo. Así pues el estudio, y el nuevo director, James Gunn (¡qué gran acierto!) han intentado alejarse lo máximo posible de su sombra, incluido el flamante nuevo Joker interpretado por Jared Leto. No hay rastro de él. En realidad, esta nueva entrega es más un reboot con algunos de los protagonistas de la anterior: a los ausentes no se les echa de menos y los nuevos miembros son mucho más divertidos. Por cierto, Harley Quinn (Margot Robbie) y Amanda Waller (Viola Davis) sí continúan. Las reinas de la función.
James Gunn ya aterrizó en el Universo Cinematográfico de Marvel para insuflar un poco de aire fresco a una serie de películas cortadas por el mismo patrón y presas del piloto automático. Su díptico de Guardianes de la galaxia es lo mejor de la factoría comandada por Kevin Feige y, pese a ello, Gunn no tuvo toda la libertad que hubiese querido (Edgar Wright abandonó Ant-Man) y ahora sí la ha tenido. Al menos, mucha más. Y se nota. Es mucho más gamberra, verborreica malsonante y ultraviolenta. Un despiporre para fans del cine de acción, pero sobre todo un deleite para los acérrimos a los buenos blockbusters veraniegos.
El salto cualitativo más significante de El escuadrón suicida (The Suicide Squad) es poseer una trama central mucho mejor armada, con uno(s) villano(s) más interesantes y cómo los protagonistas del grupo de antihéroes casan con la misión y sus arcos argumentales están más al servicio de la narración y no son meras excusas alrededor del artefacto que es la película en sí misma. En la cinta de David Ayer todo giraba en torno a la idea de juntar los supervillanos del mundo Gotham, la aparición del Joker de Leto y montajes frenéticos con una playlist de grandes éxitos. Y como reza el dicho: “el resultado nos da igual”. En cambio, James Gunn construye una historia de misión secreta tipo James Bond que, con sus altibajos y sus excesos, es una notable cinta de acción que nunca vería la luz en Marvel y, a su vez, se aleja de la saga DC comandada por Zack Snyder, tan injustamente denostada. Así pues, esta El escuadrón suicida (The Suicide Squad) puede convencer (y debería) a muchos de los reacios a las películas de DC de los últimos años.
No es un gamberrismo de pose, al contrario, sorprenden sus cotas de violencia; es el máximo nivel que el espectador puede esperar de una superproducción de la Warner Bros. Harley Quinn sigue siendo la reina de la función, una obviedad plasmada en la set piece que se marca escapando de sus secuestradores. Apoteósica. A su lado, el tête-à-tête de Idris Elba y John Cena es divertidísimo con Joel Kinnaman como tercero de abordo. Y, por si fuera poco, el Rey Tiburón de Sylvester Stallone es el mejor secundario en una película de superhéroes desde el dúo Groot y Rocket y un robaescenas de campeonato. Por cierto, uno de los villanos es Juan Diego Botto, entregadísimo a la causa y compartiendo con Margot Robbie una de las mejores secuencias del filme.
De hecho, El escuadrón suicida (The Suicide Squad) empieza por todo lo alto con un magnífico prólogo que pone el listón muy arriba: el despiporre de humor, violencia y acción que se avecina ante nuestros ojos. No es una película perfecta, pero tiene sello de su director en todas las escenas, más riesgo y más alicientes que la mayoría de cine de superhéroes de los últimos tres lustros. Es la película más divertida del verano y el blockbuster más gamberro del año. No es un juego como excusa de castillo de fuegos artificiales, sino la puesta en escena que pedía a gritos este escuadrón suicida de supervillanos. Para un servidor el Escuadrón suicida (Suicide Squad) de David Ayer es un guilty pleasure, pero El escuadrón suicida (The Suicide Squad) es directamente un estupendo blockbuster para todos.
