Nic Cage, La Leyenda, también se pasa por el Lido.
Seguimos en nuestro paseo por el Lido disfrutando del Festival de Cine de Venecia, y creo que no hay mejor momento que éste para compartir con vosotros la experiencia de las salas. En total son 8 salas principales: Sala Grande y Sala Pasinetti conforman el llamado Palazzo del Cinema, y aunque pueda parecer que son las salas más grandes, no es así. La primera tiene una capacidad para 1032 espectadores, mientras que en la Sala Pasinetti apenas llega a las 120 butacas. El prestigio de ser la sala más grande se reserva a la PalaBiennale, una especie de nave industrial colocada en medio de un campo de rugby, que tiene capacidad para 1700 personas. También podría llamarse “El frigorífico”, ya que la potencia de su aire acondicionado es bastante considerable. No me puedo olvidar apuntar que la PalaBiennale es la única sala que se encuentra apartada del resto, a unos 5 minutos andando. La segunda sala más grande la encontramos justo al lado del Palazzo del Cinema, y es la Sala Dársena, más parecido a un búnker en el que han anclado al suelo unas 1300 butacas, y es que el suelo es de cemento y piedras, directamente. Por último tenemos las salas con más encanto: Salas Perla y Perla 2, Sala Casinò y la Sala Volpi. Esta última es la encargada de proyectar la mayoría de películas de la sección “Clásicos de Venecia”, películas clásicas restauradas y proyectadas en pantalla grande por primera vez, donde podremos encontrar alguna obra de Resnais, Yasujirô Ozu, Satjahit Ray, Rossellini, Weerasethakul, John Ford, Jean Renoir o Visconti, entre otros. La Sala Perla es, probablemente, una de las más visitadas por la prensa e industria acreditadas, ya que la mayoría de estrenos reservados se proyectan allí, con una capacidad de 400 espectadores. Todas estas salas se encuentran en el Palazzo del Casinò, antiguo casino de la ciudad de Venecia.
Hoy nos hemos llevado algunas decepciones con películas como Piccola Patria de Alessandro Rossetto, que se enmarca dentro de la sección Orizzonti; o con la alemana Die frau des Polizisten (La mujer del policía), de Philip Gröning, pero como nos gusta resaltar lo positivo, nos vamos a quedar con un buen sabor de boca, el que nos dejó la última película de David Gordon Green, Joe, con Nicolas Cage como protagonista. Joe es un suministrador de trabajadores en su pequeña localidad al sur de los Estados Unidos. Su vida no es perfecta, y él lo sabe, y los demás también lo saben, pero cuando conoce a Gary, un joven con problemas familiares que busca un trabajo para sustentar a su madre y a su hermana, la vida de Joe volverá a vislumbrar una pequeña chispa en el horizonte. Por fin podemos decir que Nicolas Cage ha vuelto. Se olvida de motoristas fantasmas, de carreras de coche absurdas y de explosiones variadas. Con Joe se vuelve a poner el traje de actor encarnando una figura casi fantasmal, pero a la vez tierna y paternal. Pero su trabajo no sería nada sin sus dos acompañantes de reparto: Gary, el joven al que contrata, y el padre de éste, un ser que despierta la repulsión del espectador y, a lo mejor, un poco de lástima. Ellos tres forman las tres columnas que sujetan el panteón de Gordon Green, una historia de la América profunda entregada casi por completo a la redención, pero de forma tácita, más encubierta, no explícita. Es, en parte, evocadora de sentimientos encontrados hacia su personaje principal, pero a la vez volcados con la figura de Gary, y es que esta película pretende traspasar las fronteras del alma para mostrarnos la belleza de la entrega hacia los demás y de una amistad imprevista. No sería de extrañar que este año la Copa Volti a mejor actor tuviera que repartirse en tres pedazos.
Nos trasladamos de país para volver a Italia, pero al otro lado del país: a Sicilia. En Via Castellana Bandiera, Emma Dante, directora y actriz de la obra, nos presenta una historia con el abandono como hilo conductor: la muerte, la ruptura, la desolación, todos ellos modos de abandono. El título da nombre a la calle donde sucede la mayoría de la acción, una vía de un barrio dejado de la mano del hombre y prácticamente libre de toda ley, a excepción de la ley del más fuerte. El pequeño callejón es el lugar de encuentros y encontronazos. Dos vehículos en sentidos opuestos se niegan a dar marcha atrás, lo que hace surgir una absurda lucha mental para ver quién es el primero en recular. De un lado Rosa y Clara, una pareja que vuelve a visitar Palermo después de mucho tiempo y que no pasan por su mejor momento, y del otro, Samira, la nonna de una multitudinaria familia siciliana. En ambos vehículos se encuentra una razón de peso para querer ganar esta improvisada competición, pero lo interesante se encuentra también fuera. Tal y como indica el propio principio de la película (un cementerio lleno de lápidas rotas que sirve de improvisado hogar para una decena de perros que se pelean por llevarse un bocado al estómago), la naturaleza del hombre no dista demasiado de la de los animales: carroña y escoria en un mundo donde la supervivencia es el objetivo número uno, sin miramientos. También encontramos decadencia y hastío, la de una pareja rota y la de un barrio marginado. Al final, el centro de atención no deja de ser el particular tête à tête entre las dos conductoras, testarudas, cabezonas que han ido a estallar en un lugar poco propicio. De destacar es también el plano secuencia final, donde dichas carroña y la escoria encuentran su cenit interpretativo. Un correcto debut de Emma Dante tras las cámaras.