Como adelantamos en un artículo anterior, terminamos con el festival de Sitges (aunque alguna reseña más caerá) realizando un extenso análisis sobre su Sección Oficial que abarcará dos artículos.
Ante todo, agradecer su colaboración a Alex, Pablo y Pablo Pelluch por sus líneas, que han ayudado a hacer más completo este análisis.
Quizá lo más curioso de la SO de este año, en contraposición con otros, haya sido la ausencia de grandes nombres o grandes títulos. Y aunque ha habido tanto de lo uno (Smith, Maas, Ocelot…), como de lo otro (The Yellow Sea, Attack the Block…), cabe resaltar este factor, para cerciorarse de que ni siquiera eran necesarios esos nombres pregonados para hallarse ante una sección que ha tenido un nivel altísimo.
Comenzando con el análisis, y con esos títulos que siguen en un crecimiento constante (en efecto, nos referimos al cine oriental), cabría destacar la ya imprescindible presencia de Takashi Miike en ésta SO, que presentó Harakiri: Death of a Samurai, un film que ya desde su anuncio previo causó polémica en la red, pero donde el director nipón ha sabido combinar una sobriedad y un tono reflexivo muy lejano al que habitualmente nos hemos podido topar dentro de su cine, culminando uno de sus mejores trabajos, y sabiendo llevar a buen puerto escenas dramáticas que, en manos de cualquier otro, hubiesen sido saturadoras para el espectador, pero que aquí resultan tan medidas y bien planteadas que hasta sorprende que estemos hablando de un remake. No en vano, se comentó durante los días de festival que Miike había llegado a la madurez, y qué madurez. Por si todo ello fuera poco, el 3D sirve en esta ocasión para algo, y ello es otorgar una magnífica ambientación al conjunto. Continuando con el cine de altos vuelos, Hong-jin Na, responsable de The Chaser, presentaba The Yellow Sea, una cinta que combina a la perfección las características que catapultaron al autor coreano a la fama: una extraña mezcla de terrible realidad (donde podemos llegar a ver a su portagonista absolutamente pálido, hambriento y al borde de la extenuación) y licencias cinematográficas que, pasadas por el filtro de este particular cineasta, ni siquiera lo parecen. Todo ello, descompensado por un tercer acto ciertamente lioso, pero culminado con una conclusión desoladora, hacen de este otro título imprescindible de la filmografía de ese país. Sin movernos del terreno del thriller, pero esta vez bajo la mirada única de Sion Sono, se pudo ver también la última parte de su «Saga del odio», que concluye con Guilty of Romance, otro delirante ejercicio que arranca con, probablemente, una de las mejores horas de cine de este director, donde todo tiene cabida y el humor combina a la perfección con el desvarío más puro, para terminar dando paso a la demencia más extrema y poner punto final con una conclusión tan bizarra como desorientadora.
Cambiando de tercio totalmente (pero siguiendo en Asia), el tercer trabajo de Hitoshi Matsumoto –Scabbard Samurai– (que también presentó en Sitges Dai Nipponjin y Symbol) resultó ser otra desgañitante comedia que sobrepasaba lo freak de nuevo para sumergirse en terrenos de lo más peligrosos, pero sabiendo llevar a buen puerto tanto las posibilidades de su propuesta, como una conclusión tan impresionante como irrepetible, más teniendo en cuenta hasta donde había llegado el cine de éste hombre, y hasta donde podría llegar con ese nuevo punto de ruptura. Para terminar con este pequeño espacio dedicado a una de las cinematografías más extravagantes, terminamos con dos títulos que quizá no lo sean tanto, pero tampoco las desmerecen en ese sentido: el primero, A letter to Momo, un encomiable trabajo llegado del estudio de animación japonés Production I.G., que intenta recomponer, acercándose al estilo Ghibli, la historia de una muchacha que entrará en un universo sensorial totalmente nuevo explorando el ático de su nueva casa tras la muerte de su padre, y que ostenta virtudes realmente interesantes, pese a que su conclusión no termine de germinar en ninguno de los sentidos y, en segundo lugar, The Sorcerer and the White Snake, una cinta de artes marciales protagonizada por Jet Li, que complementa las cabriolas del actor chino con una estética kitsch, mucho almíbar y poco cine entre líneas.
Introduciéndonos en otro grupo que, año tras año, va cobrando fuerza en Sitges, habría que hablar sobre un cine francés que en esta edición ha dejado una agradabilísima sorpresa. Estamos hablando, en efecto, de Carré blanc, la cinta del debutante en largo Jean-Baptiste Léonetti, que como ya comenté en el anterior artículo retrata un universo totalmente descarnado en el que la competencia en todos los ámbitos es tan brutal que hará palpitar a más de uno con secuencias acongojantes. Además de ello, el cineasta galo es suficientemente inteligente como para conferir una frialdad patente a ese universo, que complementa a las mil maravillas esa descripción a ratos adusta, sólo rescatada en determinados instantes por la puesta en escena de relaciones espontáneas entre sus personajes. Ello, y un final descomunal, tan justificado como idoneo, logran hacer de esta Carré blanc un más que recomendable rincón al que puedan dirigirse los amantes de distopias y mundos como el que aquí retrata con un pulso enorme Léonetti.
También pudimos toparnos con Livide, segundo trabajo de la pareja artística Bustillo & Maury, cuyo debut (A l’interieur) dio que hablar, tanto para bien como para mal, y que en este nuevo film se encaraman a una lograda ambientación, ayudada por unos decorados más que reseñables, pero se terminan perdiendo sin parecer tener demasiado claro de qué iba a tratar en un principio. Aun así, rescatable por ciertos aspectos. Dejando a un lado ya el cine galo, Sitges decidió contar con dos films de animación de los más dispares: Les contes de la nuit, del ya veterano Michel Ocelot, que se podría intuir casi como una secuela de su Príncipes y princesas por seguir exactamente la misma línea que en aquella, pero que termina quedando un escalón por debajo, ciñiéndose más a la temática de Sitges en ocasiones (esto es, terror y fantástico, pero con el barniz Ocelot), pero resultando menos imaginativa durante casi todo el transcurso de la misma. Su otra apuesta, The Prodigies, resulta ser un trabajo en el que su portentosa animación dota de una fuerza inusitada a sus secuencias de acción, pero se termina perdiendo en otra rutinaria historia sin demasiado que aportar, y nunca termina de funcionar del todo.
No hay que olvidarse, obviamente, de esas películas que dan sentido al festival en sí. Obviamente, estamos hablando del cine de género, donde se presentaban varias películas ciertamente interesantes. De entre ellas, lo más destacado para un servidor se iniciaría con la magnífica The Woman, film presentado por el mismísimo Lucky McKee que proponía una historia, a priori, de lo más típica: un hombre se topa con una mujer salvaje, a la que decide retener en contra de su voluntad. A partir de aquí, cualquier coincidencia con una propuesta de la misma índole no será más que eso, y es que McKee decide dar rienda a su faceta más brutal y salvaje, logrando incluso que compararle con el mismísimo Sion Sono, sí, ese del delirio y la demencia, no sea en ningún caso descabellado. El acompañamiento de unos intérpretes que, pese a tener roles que les podrían acercar a la sobreactuación, cumplen con creces, y un final donde la palabra desquiciado se queda corta para definirlo, redondean la que probablemente sea su mejor película junto a May, y uno de los trabajos más festivaleros (dentro del ámbito de Sitges) recibidos durante los últimos años. El otro hit festivalero se dio durante los primeros días, y no es otra que una de esas pelis cuyo hype vía internet destacaba en el anterior artículo: Attack the Block. En ella, Joe Cornish logra una mezcla perfecta entre humor, terror e, incluso, alguna tímida pincelada de cine social. Unos personajes que, en ocasiones, podrían bien salir de una película de Guy Ritchie, el magnífico diseño de unos alienígenas que no parecen ir en coña (como sí lo hace la peli gran parte del tiempo) sustentado por unos más que buenos efectos especiales y algún que otro chorretón gore certifican la que vendría a ser una de las propuestas del año: divertida, entretenida y con momentos realmente potentes. Sin dejar a un lado la senda del gore, pero en este caso mucho más ligado a la serie B más pura y dura, Dick Maas sorprendió con Saint, un film que demuestra que su inventario visual no ha quedado mermado a sus alturas, y que a ese nivel resulta más que interesante. Todo ello, sazonado con esos desmembramientos y muertes que los fans del género corearán con furor, hacen de Saint una propuesta de lo más entrañable, bien llevada, bien culminada y con muy pocos puntos flacos que poder achacarle a un cineasta que, tras tantos años, sorprende más que decepciona.
En otro orden, y sin dejar de lado el cine de género, también nos pudimos topar con el recoveco español que siempre se encarga de dar un poco de fe (o no) a los amantes del cine fantástico y de terror que tanto se estila últimamente en nuestro país. Para empezar, Emergo posee un arranque que hace presagiar algo realmente prometedor y, desde la modestia y el temple, sabe jugar sus bazas del mejor modo posible. Como no es oro todo lo que reluce, su director decide traicionarse y añadir burdos golpes de efecto, para culminar con una conclusión indigna, dejando Emergo en algo válido, pero decepcionante al fin y al cabo. En otro terreno distinto, sin embargo, se mueve Lobos de Arga, una comedia cuyo epicentro podríamos considerar Zombies Party, que pese a no lograr mantener el interés, y contar con una historia ciertamente cutre (supondremos que a modo intencional), se puede tomar como un intento bastante digno dentro de lo que podría haber sido, teniendo en cuenta, sobre todo, que está secundada por algunos nombres que dan fe de la caspa española (el mítico Manuel Manquiña podría ser uno de ellos).
Con ánimo de que no resulte excesivamente extasiante la lectura, dejamos en el aire una segunda parte en la que pronto seguiremos hablando sobre el cine de terror de esta Sección Oficial, sobre una de las temáticas que proponía el propio festival (El fin del mundo tal como lo conocemos o, dicho de otro modo, apocalipsis y postapocalipsis) y sobre el premio a Red State de Kevin Smith, entre muchas otras cosas.
Das ganas de verlas todas, macho.
Pintaza sobre todo las asiáticas, aunque The woman y Attack the Block también tiran lo suyo.
Esperando el siguiente artículo.
Bueno, esas dos películas las puedes ver ya.
Cierto, Attack the Block yo la vi porque me arrastraron, pero lo cierto es que mereció la pena verla allí.
Y de la otra debe haber ripeo porque ya la ha visto más gente.