Albert Le Lay, un héroe sin superpoderes.
En medio del valle del Aragón, a los pies de los Pirineos, se alza majestuosa la enorme estación de ferrocarril de Canfranc como si de un palacio francés del siglo XIX se tratara. Inaugurada en 1928 por Alfonso XIII y por el presidente de la República Francesa Gastón Doumergue, sus 241 metros de longitud sirvieron para unir Francia y España a través de una vía férrea que cruzara por Somport, adaptando el ancho de vía de los ferrocarriles de los dos países para que se pudiera cruzar del uno al otro sin problemas, hasta que en 1970 el descarrilamiento de un tren de mercancías francés provocó el hundimiento del puente de L’Estanguet y con ello el cierre del tráfico ferroviario internacional por ese paso.
Pero la estación de Canfranc no sólo vio pasar los trenes de un lado a otro de los Pirineos, también fue testigo del paso de refugiados judíos y miembros de la resistencia francesa a España huyendo de la ocupación nazi, así como del intercambio de hierro y wolframio español y portugués que se vendía al ejército nazi a cambio de oro. En aquellos terribles años, un jefe de la aduana francesa emplazado en dicha estación, se erige como un héroe anónimo ayudando a pasar documentos a los aliados y a esconder a los perseguidos por el régimen de Hitler y ayudarles a escapar hacia la libertad. Ese jefe de aduana fue Albert Le Lay, un bretón destinado a Canfranc donde se estableció junto a su familia y que, debido a sus actividades clandestinas, se hizo llamar El rey de Canfranc.
Más de 70 años después, su historia sale a la luz gracias a dos directores noveles que investigaron en la vida y las actividades de Le Lay para plasmarlas en la pantalla a modo de documental titulado de aquella misma manera, El rey de Canfranc. José Antonio Blanco y Manuel Priede contaron para ello con los testimonios de dos de sus hijas, de compañeros de resistencia y del ferrocarril y sobre todo con la investigación y los recuerdos de su nieto, Victor Fairén Le Lay, quien ha comenzado a recopilar todas las anécdotas de su abuelo en las llamadas Crónicas de Canfranc que recopila en un blog. Con estos testimonios, recreaciones de los sucesos que se mencionan, y archivos fotográficos y visuales de Le Lay y de la población que llegaba a Canfranc en aquellos años, Blanco y Priede conforman una película documental en la que pretenden mostrar las hazañas que llevó a cabo Le Lay a la vez que su faceta familiar y personal, a través de una voz en off que simula ser el propio Le Lay.
A pesar de la espectacularidad de las imágenes de la estación, y de lo interesante del tema del que parte la esencia del documental, se echa en falta en El rey de Canfranc una mayor cohesión al contar precisamente la experiencia de Le Lay en la estación. Los directores han querido tratar la figura del jefe de aduana desde el frente personal con los testimonios de sus hijas y de su nieto, y de su condición de espía a través de los comentarios en off y de los supervivientes a los que ayudó, pero esa dualidad provoca que no se profundice en ninguna de las dos facetas. La narración se va haciendo de una manera no lineal, introduciendo anécdotas personales y sucesos históricos sin ninguna consistencia entre ellas, provocando en algunos momentos la dispersión de quien la está viendo. El mayor problema de El rey de Canfranc es que precisamente quiere contar demasiadas cosas en muy poco tiempo. Tanto la vida personal y los recuerdos de los familiares de Le Lay, como su vida como fugitivo de la Gestapo y, sobre todo, los años que pasó en Canfranc facilitando la huida a otros y salvando miles de vidas, tienen una riqueza enorme por separado y podrían perfectamente formar parte por si solos de un documental o una película propia, pero sin embargo la mezcla no consigue una coherencia argumental definida.
En cualquier caso, la utilidad de rescatar episodios históricos tan apasionantes como los que se cuentan en El rey de Canfranc hace que su visionado resulte imprescindible para conocer más a fondo aspectos de la historia que quedan ocultos durante demasiados años.