Nos adentramos en el Festival de Cine Feminista de Londres.
Pese a las dificultades de aunar bajo un mismo paraguas las múltiples corrientes feministas que existen, este festival británico ha conseguido con su segunda edición unas salas a rebosar y varios carteles de ‘No quedan entradas’. De nuevo lo ha hecho en el barrio de Hackney, donde durante toda una semana expertos y no tan expertos se han acercado a conocer la realidad de una de las luchas sociales fundamentales del siglo XX. Pero, ¿qué sucede en el XXI?
Los problemas y la riqueza del movimiento feminista han quedado perfectamente ilustrados con las proyecciones que ha seleccionado el equipo del LFFF. ¿Qué tiene en común la lucha feminista en Sierra Leona o en Francia? ¿Cómo hablar de circuncisión y de filosofía queer a la misma audiencia? No son puntos contradictorios, sino más bien aristas en función del contexto y de la evolución histórica de cada país, todos ellos parten de un paradigma que en ningún caso ha perdido relevancia y, sobre todo, necesidad.
Un programa delimitado por secciones muy concretas ofreció algunos de los asuntos más polémicos en los que trabaja actualmente el feminismo, como es la circuncisión, el aborto o la representación estereotipada del cuerpo de las mujeres. De estos temas hablaba Políticas del cuerpo, donde The Cut se hizo con el galardón a la mejor película del certamen. En ella, una comunidad kuria de Kenya y Tanzania cuenta y muestra los horrores de la circuncisión, un peligroso ritual que se resiste a desaparecer y por el que a miles de niñas cada año se les extirpa el clítoris.
También en esta sección el primer día del Festival se proyectó el mejor corto, Black Canvas. “Hay tanto estigma en cuanto al cabello de las mujeres en relación a la belleza que cuando lo pierdes, muchos creen que o bien te estás rebelando contra la sociedad o bien estás enferma”. Kim Thelen, enferma de cáncer, cuenta en estos tres minutos que la belleza siempre está presente en todo, razón por la que utiliza un ínfimo detalle de su enfermedad para convertirlo en algo creativo y hacer que los demás se enfrenten a ello sin invisibilizarlo, proponiendo un tipo de estética distinto.
Si esta sección daba cuenta de grandes discusiones en las que se enzarza el feminismo, también lo mostraban Activismo, Reclamando espacios o Expectativas. En esta última, The Lala Road mostraba el preocupante auge de lesbianas forzadas a casarse con hombres en China, debido a una patológica homofobia. Entender este problema fue lo que motivó a su directora, Letitia Lamb, a preparar este documental en el que se da voz a muchas ‘lalas’ (‘lesbianas’ en diferentes variedades de chino) en esta situación. Al igual que ellas, según estudios de asociaciones locales LGTB, el 70% de los hombres homosexuales acaba contrayendo matrimonio con mujeres, para quienes existen grupos particulares de apoyo en el país.
En Activismo, en cambio, se proyectó uno de los cortos más festivos de la semana. Foot for Love sigue los pasos de un equipo de fútbol en un partido amistoso como campaña contra los crímenes homofóbicos que han tenido lugar en Sudáfrica en los últimos años, un repunte visto también en Brasil o México. En el documental, estas futbolistas cantaban y bailaban en el Orgullo Gay por Eudy Simelane, la futbolista de la selección sudafricana violada y asesinada en 2008 en un crimen de odio por ser la primera mujer abiertamente lesbiana en KwaThema.
En la misma sección, también hubo lugar para recordar el triunfo del sufragio universal en Inglaterra (1928) gracias a muchas dramaturgas y actrices de teatro que trasladaron la lucha desde los escenarios a la calle. Así, To Hear Her Voice, quiere ser un documento para no olvidar que estos grandes triunfos sociales no fueron obra de un día. A ello dio cuenta también un brevísimo corto llamado The Campaigner, en el que una anciana llamada Joyce provocó la mayor carcajada del festival contando cómo ser activista no entiende de estereotipos. “Quiero estar viva cuando me muera”, dice hablando a su nieta, quien la dirige todavía sorprendida de que su abuela se ate con cadenas y haga pequeñas huelgas para apoyar causas locales.
Por último, el activismo más interesante vino de la mano de At home, in Bed and in the Streets. Si muchas veces uno se plantea cómo los medios de comunicación pueden trabajar como aparato social apoyando causas como las del feminismo, este documental relata que esto es más que posible. Contracorriente es una serie nicaragüense que denuncia la explotación sexual comercial en menores, uno de los grandes peligros en los países en vías de desarrollo donde arrecia el turismo sexual. Mientras esta serie familiar ha calado en los hogares de la sociedad, sus actores han protagonizado desde su inicio en 2011 una campaña social por colegios y centros de menores de todo el país llamada ‘¡Alerta y pilas puestas!’. En este sentido, este documental sobre la creación y proceso de la serie es una tercera pata de esta lucha social que ya se ha extendido a otros países, como Guatemala y El Salvador, donde el éxito de la ficción quiere ser parte de un verdadero cambio social.
Por otro lado, la sección Reclamando Espacios también recogía uno de los éxitos feministas en relación con el audiovisual. Así, Bending the Lens, homenajeó en Londres los 20 años de vida del Festival de Cine Lésbico de Canadá, que se celebra cada mayo. La sección también quiso ilustrar la discriminación de las mujeres budistas en Tailandia con White Robes, Saffron Dreams. En este espacio pudo verse además uno de los pocos espejos de lo que es el feminismo radical gracias a I am the mace, un corto estadounidense sobre la violencia sexual en las calles y sobre la falta de conciencia que a día de hoy todavía permite una verdadera defensa contra estos abusos en el país más poderoso del mundo.
Pese a la poca representación de las corrientes postfeministas que se pasearon por el Festival, este corto fue abrazado por uno de los clásicos de referencia de los años 80: Born in flames, una docu-ficción hecha una década después de la “revolución pacífica mayor del mundo”, como empieza narrando el documental sobre el movimiento feminista estadounidense de los años 70. Aunque la palabra “terrorismo” se escucha en varios momentos del metraje, si esta película es recordada es por crear a una curiosa Armada de mujeres, unas patrullas que respondían con violencia a las agresiones contra las mujeres en la Gran Manzana. Esta ficticia unión sindical se presentaba también como clave para evitar una reestructuración del mercado laboral que en los 80 amenazaba con redistribuir a los trabajadores por sectores según su géneros.
También controvertidas fueron las protagonistas de la sección Mujeres Ejemplares, que con la vista puesta en varios países de Asia y África mostraban cómo varios individuos están llevando a cabo pequeñas luchas con las que cambiar sus vidas y las de las generaciones que las sobrevivan. En especial, tuvo una muy buena acogida 30%, un documental grabado en Sierra Leona que fue visto en Sundance. Junto con unos fragmentos animados que se pintaron a mano frame a frame, esta obra bien define lo que el Festival quería aglutinar: que pese a las minorías, los cambios se dan en acciones en grupo, cuando la unión hace la fuerza. “Lo queremos ahora”, acaba diciendo una de las entrevistadas en el documental, explicando su lucha por una discriminación positiva en el gobierno del país africano.
Y en el marco de ensalzar la figura heroica de estas mujeres que cambian muy lentamente unas estructuras que las convierten en esclavas, el Festival se reservó un lugar para una de sus feministas autóctonas de referencia: Sally Potter (Orlando), la directora que con una película casi silente dijo tantas cosas. La proyección escogida fue su obra de culto The Gold Diggers (1983), con la camaleónica Julie Christie compartiendo protagonismo con Kassandra Colson. Esta cinta experimental a la que muchos no le encuentran trama alguna muestra precisamente cómo la unión de dualidades como el feminismo blanco y el negro puede contribuir a romper otras, como el género. Rodada en blanco y negro y con una composición musical que recuerda a los títulos previos a los años 30, The Gold Diggers muestra a la obrera perseguida y a la princesa en la torre para hacerlas escapar de un sistema capitalista visto como un demonio absurdo. Además, Potter confió el experimento a una escenografía muy teatral y a unos planos que respiran tanta libertad como su propia creadora, probablemente en el título más independiente y especial de su filmografía.
La ambición del LFFF se ha basado en ser un mapa honesto y plural de las desigualdades entre individuos en función del género que les ha sido dado. Este retrato lleno de matices ha supuesto un viaje en espacio y tiempo, un análisis del pasado y una lista de las expectativas que muchas personas afrontan para que, si no nosotros, otrxs, los siguientes, puedan verlo y tocarlo y vivirlo.