«Aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión»
Uno de los posters promocionales de La jaula de oro nos muestra las caras de dos de los adolescentes protagonistas de la película enmarcadas dentro de la silueta de dos grandes aves como las que van apareciendo a lo largo del camino que recorren. Buitres carroñeros que cohabitan con las gentes del pueblo guatemalteco en el que comienza su aventura, que rebuscan en el vertedero algo con lo que comerciar o que llevarse a la boca, van dando paso a bandadas de pájaros que acompañan al tren plagado de inmigrantes rumbo a destinos inciertos pero con la vista puesta en esa gran jaula dorada que es los Estados Unidos. Poesía y metáforas como estas conviven con una puesta en escena que raya en lo documental sobre la pobreza en los pueblos centroamericanos en La jaula de oro, primer largometraje del director burgalés Diego Quemada-Díez con el que se adentra en la problemática de la emigración de los más jóvenes hacia el anhelado norte blanco.
Aun reflejando toda la podredumbre de la que los jóvenes protagonistas desean escapar, La jaula de oro no es una película sobre las causas que llevan a estos a emigrar, ni tan siquiera de los motivos personales de cada uno de los personajes para hacerlo. No sabemos nada de ellos antes de embarcarse en esta aventura, ni de sus familias o de lo que pretenden hacer cuando crucen la frontera. Pero nada de esto importa, porque de lo que se trata es de acompañar a los protagonistas en un viaje, por un lado real desde la frontera entre Guatemala y México hasta la entrada a la tierra de las oportunidades por Baja California, en el que se van encontrando a cientos de personas que como ellos aspiran a una vida mejor pero también a muchas otras que aprovechan esa circunstancia para lucrarse a su costa y a quienes no les tiembla el pulso para disparar un arma. Y por otro lado, la película explora el viaje alegórico que realiza interiormente Juan, uno de los protagonistas, quien comienza siendo un joven iluso, celoso de su espacio y de su territorio, y a quien ese viaje real le va abriendo los ojos a un mundo en el que tendrá que dejar atrás actitudes y sueños infantiles para poder sobrevivir.
Quemada-Díez narra la aventura de estos tres muchachos en un tono hiper realista con el que evita conscientemente cualquier atisbo de compasión por lo que va sucediendo a lo largo del viaje, pero sin embargo la naturalidad con la que todo el reparto, en el que se incluyó la presencia de emigrantes reales, y por encima de todos ellos el trío protagonista, consiguen hacer suyas las situaciones en las que los personajes se van encontrando y dotar de una credibilidad absoluta la historia. Inteligentemente, se evita también traducir las palabras que pronuncia el personaje de Chauk en lengua tzotzil durante toda la película, con lo que se apoya aun más la sensación para el espectador de tener solamente la misma información que poseen los protagonistas. Sin duda el aprendizaje del director con Ken Loach, le ha servido para poder reflejar la realidad de una manera tan natural pero con una delicadeza a la hora de contar las historias con la que imprime un lirismo que en ningún caso desentona con el tono de la película, sino que la embellece.
La jaula de oro es una aventura basada en la realidad en la que un viaje complejo y dramático hacia una ilusión efímera se convierte en un aprendizaje y una reflexión sobre la condición humana. El tomar conciencia de que es más lo que une a los seres humanos, sean de la raza o de la condición social que sean, que lo que los separa, cae como una losa sobre el espectador al comprobar la desolación que supone darse cuenta de que a veces un mayor esfuerzo no implica un mejor destino. Esto sumado al dinamismo que emplea el director para narrar la aventura, hace que La jaula de oro sea una de las propuestas más atractivas de la cartelera en este final de 2013, amén de revelarnos a Diego Quemada-Díez como a uno de los directores más interesantes de nuestro cine al que habrá que seguir la pista a partir de ahora.