Icíar Bollaín: » Mezclar danza y cine ha sido un placer».
– Yuli es el biopic del bailarín cubano Carlos Actosta, ¿cómo termina el propio personaje del biopic interpretándose a sí mismo?
Icíar Bollaín: Al principio del proyecto Carlos no estaba presente, porque la película no desarrollaba su etapa madura, ya que partíamos de su autobiografía que termina cuando cumple 30 años. No obstante, cuando Paul Laverty (el guionista) viajó a La Habana y conoció a Carlos, su escuela y descubrió como trabaja con los alumnos, decidió que quería incluir el presente en la película y romper la linealidad del biopic. Tal y como Paul escribió estas escenas ya sugería que Carlos fuese el indicado. Con Carlos comentamos la posibilidad de buscar un actor profesional, pero cuando le sugerimos que además de interpretar también podría bailar, aceptó él mismo sin dudarlo, es un hombre al que le gustan mucho los retos. Finalmente es un lujo tener a Carlos en pantalla bailando.
– Con este guion final disteis con uno de los grandes logros de la película a mí parecer: presentar el arte como un medio de expresión y de exorcismo de los traumas del pasado. El propio Carlos Acosta se enfrenta a ellos.
I, B.: Es muy bonito ver al artista elaborar una memoria y unos recuerdos, dolorosos o felices, y convertirlos en danza. Esto es el proceso creativo. Carlos está presente en Yuli, dirige la danza y le baila a su padre, todos estos factores le daban muchos niveles de riqueza y emoción a la película.
– Desde tu experiencia con el medio cinematográfico y Carlos con la danza, ¿crees que el arte es el mayor medio de expresión el ser humano?
I, B.: Sí, sin dudarlo. El cine es una manera de expresión impresionante, lo toca todo: música, luz, pintura, interpretación, fotografía, literatura… Por otra parte, he sido espectadora de danza de siempre, pero ahora la he redescubierto: la he visto construir, la he visto bailar a una distancia muy corta y me parece maravilloso todo lo que pueden comunicar los bailarines con sus coreografías. Mezclar danza y cine ha sido un placer.
– Nunca habías rodado danza, ni tan siquiera escenas musicales. ¿Cómo afrontaste este reto?
I, B.: Un reto para todo el equipo al completo, empezando por Álex Catalán, el director de fotografía, que nunca había rodado danza y, sobre todo, nunca la había iluminado. Tuvimos muchas conversaciones sobre cómo lo haríamos y revisionamos muchas películas musicales y de danza.
– ¿Cuáles?
I, B.: Revisionamos muchas y todas nos sirvieron, pero quizás dos títulos fueron claves para entender cómo interviene la danza en el cine: la trilogía de Carlos Saura con la Fundación Antonio Gades, sobre todo Bodas de sangre, y All That Jazz de Bob Fosse, el único director de cine que también es coreógrafo y es una película donde prima mucho el montaje.
– Pese a la preparación, ¿hubo dificultades para rodar esas escenas?
I, B.: Sí, porque no podíamos rodar las coreografías desde atrás como si fueran los ojos de un espectador sentado en la platea, eso sería teatro, no cine; tampoco podíamos usar el plano corto, porque perderíamos el movimiento. Es difícil hacer cine teniendo en cuenta todos estos factores. Otro de ellos fue tener en cuenta que la danza no solo es el movimiento, también lo es la relación del cuerpo del bailarín con el espacio; todo esto hay que capturarlo. Álex y yo decidimos muy intuitivamente ir al escenario con la cámara y estar en un lugar donde el espectador nunca accede e él, a una distancia en la que se escucha la respiración del bailarín, se palpa su sudor, se oyen los pies en la madera… Al mismo tiempo, nos podíamos alejar y observar toda la coreografía en el espacio e incluso la cámara baila con todos ellos. Esto nos permitió hacer muy cinematográfico lo que inicialmente era complicado para capturar toda su esencia.
– Carlos superó todos los obstáculos y ha triunfado en el mundo de la danza. ¿Es, por tanto, Yuli la historia de una doble lucha (racial y social)?
I, B.: Sí, hay un componente racial muy potente, porque Carlos es bisnieto de esclavos y termina bailando Romeo en el Royal Ballet de Londres. Por otra parte, en Yuli sobre todo hay un triunfo de la educación: Carlos tuvo acceso a un sistema educativo gratis que rompe todos los esquemas, el ballet es caro, pero todo niño de extrarradio tenía acceso, incluso un mulato como él. En ningún otro país hay una escuela de ballet como la cubana, si algo bueno realizó Fidel Castro fue precisamente la promoción de las artes.
– La espina dorsal de la película es la relación paternofilial. ¿Cómo fue trabajar esta parte con Carlos? ¿Todas las situaciones son reales o jugasteis con la ficción?
I, B.: Casi toda la película parte de su propia autobiografía, la cual ya dedica a toda su familia y especialmente a su padre. Carlos dice, a día de hoy, que su padre es la estrella de su vida, aunque al mismo tiempo asegura que le tenía miedo. Era una relación muy fuerte. La paliza, por ejemplo, fue real, aunque otras secuencias son ficcionadas como la visita a la plantación Acosta. La esencia de la relación está presente en la película, desde la disciplina terrorífica del padre, a sus deseos para que su hijo triunfe e incluso como el padre vivió a través de su hijo la vida que le hubiese gustado tener.
– La historia de Carlos también os permitió a Paul y a ti abordar la reciente historia de Cuba…
I, B.: Sí, ambos viajamos a Cuba para prepararnos. Carlos tiene 45 años, así que su vida se ambienta en los años de la revolución, de Fidel Castro y todo esto está ahí. Además a la familia de Carlos les afectó el exilio y la marcha de la mitad de la familia a Miami. Durante esos años, Carlos sufre mucho, porque está en el extranjero estudiando y trabajando y cuando el regresa se encuentra una Cuba muy distinta a la que añoraba. Todo está ahí y debía ser contado, no podíamos obviarlo y además está muy presente en la vida personal y profesional de Carlos. No obstante, en Yuli no hay toda la parte de represión, porque ni Carlos ni su familia lo vivieron en primera persona, no podíamos alejarnos de su vida, pero, por ejemplo, sí está presente la parte artística, muy poco contada en otras ficciones. Esto también es Cuba y merece ser contado.
– Repites con Alberto Iglesias por tercera vez. ¿Cómo fue coordinar su música original con la danza?
I, B.: Muy fácil, con Alberto todo es muy fácil. Busqué a Alberto ya antes de empezar a rodar, cuando preparábamos las coreografías, porque su carrera musical empezó en el mundo de la danza con Nacho Duato en la Compañía Nacional. Le fascinó el proyecto y ya me dio músicas para mi primer viaje a Cuba. Tuve claro que la música de las coreografías iba a ser la banda sonora original de la película, porque muchas veces iban a ir solapadas con la ficción y tenían que ser temas, no piezas de ballet. En cambio, para los títulos de crédito decidimos que sí queríamos un ballet clásico y a Alberto le pareció una gran idea, cuando normalmente es el espacio que el compositor de música de cine quiere para presentar su score. Es maravilloso trabajar con él.
– Se cumplen 15 años del estreno de Te doy mi ojos, una película que reflejó muy bien la dura realidad de la violencia machista. Las cifras no son nada positivas, pero ¿qué ha cambiado en estos tres lustros?
I, B.: Se ha solucionado y avanzado muy poco. El cambio más importante es la consciencia social, es un tema que ya todo el mundo tiene sobre la mesa y está totalmente condenado, pero en términos de datos no ha cambiado. De hecho, ahora para celebrar los 15 años de la película nos reencontramos con la asociación que nos ayudó a hacerla y nos advirtieron que cada vez llegan chicas más jóvenes. Es alucinante. Están los deberes por hacer, sobre todo, en el ámbito educativo. Por otro lado, la mujer sigue desprotegida ante los policías y los jueces.
– Hace 12 años pusiste en andadura CIMA junto a otras cineastas. En este ámbito sí hemos avanzado más, aunque las cifras tampoco son las que deberían ser. ¿Qué avances y cambios deben producirse todavía?
I, B.: Los números siguen sin arrojar grandes cosas, pero cada vez podemos disfrutar de más películas dirigidas por mujeres, este año hay cinco título que están generando mucho ruido y estarán presentes en los Goya. Ahora hay mucha más conciencia. Para ver mayores cambios creo que deberíamos asumir que las decisiones las debemos tomar entre todos; siempre insisto en que ahí donde se toman las decisiones sobre los presupuestos de películas (comités de televisión, Ministerio de Cultura…) tiene que haber mujeres y hombres opinando, porque todos tenemos que poner nuestra sensibilidad para dirimir qué temas tienen interés. Somos mitad y mitad en la sociedad y debe reflejarse en la toma de decisiones. Lo más difícil para las mujeres es llegar a esos puestos, por eso hay menos directoras de cine.