19 de abril de 2024

Cartas desde Iwo Jima: A Pedro Vallín (II)

carta

Querido Pedro:

Espero que no tengas en cuenta el largo tiempo transcurrido desde mi anterior misiva ni las varias ocasiones que prometí dar una respuesta en forma epistolar a nuestra disputa (?) en torno a esa manida cuestión de si es mejor el doblaje o la versión original en el cine. Debo decirte, ya desde el primer momento, que dicha discusión parece mal planteada puesto que se basa en unos valores absolutos, es decir, que A es mejor que B cuando la realidad, como siempre, es mucho más compleja que una valoración puramente subjetiva, ¿pueden tener la misma opinión en este tema dos personas que basan sus filias cinéfilas en valores no coincidentes?¿alguien a quien le cansa leer aceptará los subtítulos?¿alguien acostumbrado a escuchar las voces de los intérpretes originales se sentirá cómodo con el cuerpo extraño del doblaje modificando su percepción auditiva?. Bien, las respuestas a estas cuestiones quizá parezcan demasiado evidentes pero permíteme que las tenga en cuenta no como grosera generalización sino aplicadas únicamente al modelo español… y es que provoca cierto sonrojo escuchar a los defensores del doblaje hablar de libertad de elección cuando esa libertad de hecho no existe, cuando yo o cualquier otro consumidor, habitual o accidental, fuera del Eje Madrid – Barcelona descubre que otros han hecho su elección por él, y que ésta no tiene nada que ver con unos valores artísticos o cinematográficos sino puramente económicos. Las grandes cadenas no funcionan en torno a planteamientos del tipo: «Oh, Hitch dijo que era fan del doblaje, maldita sea, hagamos caso del gordo» porque en realidad les importa un higo lo que dijera Hitch en ésta o cualquier otra situación o, para ser más concretos, les importa lo que haya dicho Hitch siempre que esto refuerce sus beneficios, por lo demás el puto gordo puede decir misa.

"Nunca dije que los actores fueran ganado sino que debían ser tratados como ganado"
«Nunca dije que los actores fueran ganado sino que debían ser tratados como ganado»

Bien, siguiendo con la cosa esta de la igualdad (?), parecería bastante lógico que, si existe una defensa real de este principio, sus defensores, más allá de sus preferencias personales, buscaran que ésta dejara de ser un ornamento discursivo para transformarse en una realidad palpable, exigiendo que, legislativamente, se impusiera una cuota mínima de cine en versión original por cada copia estrenada en España. Lo contrario, perdóname, es ejercer de hipócritas y de cuñadistas irredentos… y, pese a que hago ímprobos esfuerzos mentales, no recuerdo nada peor que eso, al menos los ultras del doblaje son más sinceros en su planteamiento y no se alejan, aleteando con el frívolo vuelo de las mariposas, cada vez que su presunta defensa de los mencionados principios igualitarios salta de la vana teoría a cómo poner ésta en práctica. Seguro que son de los que sostienen que si existe el día de la mujer por qué no existe el día del hombre o que no tienen nada en contra de los inmigrantes pero que el Estado debe defenderse de ellos con los medios necesarios, o que publican artículos contra la explotación sexual mientras se lucran con anuncios de prostitución, sepulcros blanqueados, si me permites que utilice la metáfora religiosa de la que te imagino poco partidario. Defender la igualdad es inalienable de promover la libertad de elección, entendiendo ésta no como un mero espectro carente de contenido real sino buscando la manera de desarrollarla prácticamente, no hay vías intermedias ni «sí, pero…», se es o no se es.

En otro país

Debo decirte, más allá de estos principios generales, que me extraña tu defensa del doblaje, no por el hecho en sí sino por la utilización de argumentos tradicionales en tu defensa ¿acaso podemos pensar que la España del 2014 es igual a la de 1970? Me gustaría pensar que no es así pero lo que me sorprende es que, dada tu decidida inclinación por la iconoclastia (algo que celebramos), consideres una verdad inmutable y eterna principios que quizá eran válidos en su momento pero que hace tiempo han sido superados (gracias a Dios) por la cambiante realidad social y tecnológica y que, por lo tanto, apenas sirven para describir el hoy, ese hoy donde existe un incomparablemente mayor conocimiento idiomático, un hoy donde el propio concepto del estado decimonónico ha sido barrido por las entidades supranacionales, donde se lee más y se viaja más y donde, en definitiva, el contacto cultural es una evidencia y no un mero deseo o esperanza. Te diré más, tengo la convicción de que el cine es una herramienta que ayuda a difuminar esas barreras cada día menos rígidas, cuando nos acostumbramos a ver (y escuchar) cómo actúan los otros empezamos a entenderles. No creo que se pueda tener conocimiento de los demás descartando su forma de expresión, como si ésta no tuviera ningún peso en su realidad, como si ésta, de hecho, no conformara su realidad. La propia forma de aparecer el doblaje en tantos casos con ese sonido plano, superpuesto, evidentemente artificioso, modificador de discursos en su búsqueda de la cercanía gestual, dice mucho del poco interés que demuestra quien lo promueve por defender una experiencia realmente inmersiva porque, en definitiva, el cine sea real, al menos durante la hora y media que pasamos creyendo que lo es.

Siempre tuyo,

Martín

PD – Adjunto enlace con tu artículo sobre el tema para que los seguidores (?) de esta línea de correspondencia puedan leer ambas posturas.

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