5 de octubre de 2024

En otro país: Aimer, boire et chanter

Aimer, boire et chanter

Resnais, mon amour.

Nunca es fácil cuando se trata de escribir sobre la última película de un director, y menos cuando no hablamos de un retiro voluntario y mucho menos si hablamos de alguien como Alain Resnais. Es evidente que ante el luctuoso evento que supone el óbito de uno de los grandes de la historia del cine la tentación, un tanto sentimentaloide, de glosar más su figura y el conjunto de su obra que su última producción, subyace en cada tecleo destinado a conformar el texto. Por si esto fuera poco tampoco hay que obviar la posibilidad de valorar un film como el que nos ocupa, Aimer, boire et chanter, por encima de la impresión que causa su visionado.

Por fortuna, Resnais, juega, por decirlo futbolísticamente al tiki-taka. Su estilo es precisamente el de  la no renuncia a sus valores. Mismo partido, mismos jugadores. ¿Previsible y aburrido? Puede, pero también interpretable como homenaje a sí mismo y sobre todo a un público que no espera grandes filigranas, novedades, o experimentos. Resnais juega a ser Resnais y para ello nada mejor que contar con su once de gala: Azéma, Dussollier, Girardot entre otros forman en una formación que más que un reparto se empieza a parecer a una familia.

Aimer, boire et chanter 2

Y no deja de ser curioso como esta misma familia lleva ya un par de películas (esta última y Vous n’avez encore rien vu) gravitando alrededor de la muerte y sus despedidas. No, no entraremos en la idea del realizador-profeta, ni de aquello tan trillado del testamento fílmico. Al contrario, aunque la muerte se revela como eje sobre el que pivotan los personajes, el verdadero leiv-motiv del film esta precisamente en la joie de vivre, en lo que se experimenta, se revela, se dice y se oculta ante la muerte del otro. Básicamente la muerte no es una tragedia (y los personajes que así lo viven son consecuentemente ridiculizados), es básicamente los títulos de créditos de un film con el que disfrutas pero del que solo participas como un espectador.

Aimer, boire et chanter es tan reflexiva como ligera, tan vodevilesca como profunda. Es la versión, si se quiere, cerrada de Smoking/no smoking. Las opciones se abren pero no se plasman, es un continuo what if contrastado con el what is de las situaciones vividas por los personajes. Como no, el metalenguaje se hace presente jugando con la teatralidad forma del filme y la teatralidad fuera de campo que conforma el argumento. Todo ello bien aderezado con es especial iluminación que otorga ese aire de irrealidad feliz a la puesta en escena. Todo muy artificioso por supuesto, pero es que Resnais nunca, y esta no iba a ser la excepción, ha ocultado su placer por mostrarnos que todo es una ficción o, si se quiere una metaficción. Sus protagonistas rompen cuarta pared una y otra vez, cierto, pero es SU cuarta pared, nunca la nuestra. Ellos hablan a un público invisible, dejándonos en el papel de espías, o tal vez de convidados de piedra, que solo ven una parte de la acción.

Aimer, boire et chanter 3

Y, sí, también tenemos estas deliciosas codas a modo de intertítulos dibujados, esa descontextualización de lo británico interpretado de la forma más francófona posible entre telas de decorados de cartón piedra. Estamos ante un microcosmos que de tan particular consigue no internacionalizarse si no ir más allá en su expansión en su capacidad de plasmación universal, de deseos, inquietudes y experiencias que conforman aquello que nos convierte en humanos. Porque Resnais no está interesado en filmar el realismo, está dotado y capacitado (y así lo ejecuta) en exprimir la esencia, como si su cámara fuera capaz de captar y disertar sobre lo intangible, como si pudiera demostrar empíricamente la existencia del alma humana.

Resnais, Resnais et Resnais, podría ser en última instancia el título del film porque, y ahora sí podemos decirlo, este testamento no buscado del maestro es el último canto irónico a una forma de entender la vida. Una contemplación distanciada, irónica pero siempre rebosante de cariño sobre la vida, sus atardeceres y tambien, y esto hay que decirlo, sobre verdades como puños. Estamos de paso, cierto, pero después de nosotros seguirán interpretándose dramas existenciales, tan grandes y tan nimios como las flores que se dejan en una tumba. Y sí, aunque no la oigamos habrá una voz en off que narrará que aquello no fue para tanto, precisamente porque significó mucho.

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