Heridas abiertas.
Entre la inquietud malsana del ramo de rosas que recibía Daniel Auteuil en Antes del frío invierno y el romanticismo oculto del marido con mal genio que cantaba Cecilia en Un ramito de violetas, se sitúa el ramo de orquídeas que cada jueves recibe Ane en su casa. Un ramo que viene a paliar un sentimiento de pérdida inesperado que no tiene alivio en un marido cojín, que sólo muestra síntomas de preocupación cuando teme que su posesión (su mujer) esté siendo cortejada por otro hombre. Más ramos de flores son los que unen y separan a Tere y a Lourdes en su propia pérdida del mismo hombre y que ambas sufren de manera muy distinta. Flores de obligado respeto para una, y flores que aumentan el dolor para otra.
Eso es Loreak (Flores), un retrato de distintas formas de afrontar las pérdidas canalizado en estas tres mujeres unidas por una figura ausente, pero completamente alejadas unas de otras por unos sentimientos diametralmente opuestos. Los directores José María Goenaga y Jon Garaño perfilan a la perfección la individualidad de unos personajes reconocibles e identificables a pesar de lo que cada uno de ellos calla. La utilización de los silencios y del lenguaje no verbal de cada uno de ellos es como un libro abierto a mostrar sus sentimientos, su incomprensión, sus reproches y sus miedos, de tal manera que no son necesarios extensos diálogos para dotarles de matices y de personalidades únicas y perfectamente definidas. No necesitan los directores recurrir a melodramas para que sintamos su rabia ante lo injusto de las situaciones por las que pasa cada una de ellas. En un momento de la película, uno de los protagonistas explica que para que una flor dure más, debe tener una herida abierta en el tallo. Son las heridas abiertas las que mantienen en guardia a las tres mujeres durante demasiado tiempo y, al igual que en las flores, las heridas no terminan de cerrarse del todo aunque al marchitarse dé la impresión de que con ello lo han hecho.
Goenaga y Garaño consiguen con los silencios plantear conjeturas que los personajes dan por válidas sin cuestionarlas. Sólo aparecen las dudas cuando las explicaciones salen a la luz y son conscientes de la inestabilidad de las mismas. Además, la composición de sus planos en los que muestra a los personajes tras los cristales, desde atrás o en picado desde gran altura, consiguen una sutilidad en las situaciones sólo rota por la fuerza que los propios protagonistas poseen. Tere, anclada a unos convencionalismos arcaicos, prefiere creer y aferrarse a esas conjeturas para calmar su dolor que aceptar que otras personas canalicen su propio dolor de una manera completamente diferente. Lourdes por su parte lleva demasiado tiempo controlando la rabia de sentirse despreciada por Tere, hasta el punto de aislar su pena y mezclarla con esa rabia sin saber cómo y por dónde terminará estallando. Ane se resigna con paciencia a su vida junto a un hombre que ni siquiera la apoya en sus momentos más amargos. Como la mujer a la que cantaba Cecilia, Ane mantiene el fino hilo de ilusión por la vida con ese ramo de orquídeas semanal y con su propia perpetuación de esa rutina cuando deja de recibirlos. Itziar Aizpuru, Itziar Ituño y Nagore Aranburu son respectivamente la esencia de la intransigente Tere, la incomprendida Lourdes y la delicada Ane. Tres actrices no demasiado conocidas para el público español que realizan en Loreak un trabajo excelente con el que cualquier persona, hombre o mujer, se puede sentir identificado.
Loreak se plantea como un juego algo macabro del destino, que cruza las vidas de estas tres mujeres, frágiles como tres flores, pero cuya fuerza interior es suficiente para sobrevivir a cada golpe que aquel les tiene preparado. La cotidianeidad y reconocimiento de los paisajes urbanos, las relaciones humanas y los personajes de Loreak trazan un delicado drama, no por ello menos contundente y desgarrador, de emociones contenidas que luchan por salir y acaban siendo el medio de conseguir por fin la paz deseada.