15 de octubre de 2024

Críticas: Perdida (Gone Girl)

Perdida - Cinema ad hoc

David Fincher y el derrumbe de las relaciones modernas.

Entre los muchos elementos que llaman la atención del cine de David Fincher destaca su asombrosa capacidad para absorber guiones ajenos, basados en novelas que a priori tienen poco que ver entre sí, y elevarlos a través de una realización hipnótica. El lenguaje visual del americano ha sabido evolucionar desde el necesario efectismo de los impulsivos 90 hasta la virtuosa turbiedad de sus últimos trabajos, desarrollando una carrera plagada de hitos como el de parir dos películas situadas en diferentes polos que han acabado convertidas en auténticos referentes generacionales, tan alejadas entre ellas como El club de la lucha (1999) y La red social (2010). Esta última, su obra cumbre para quien firma estas líneas, le confirmó además como cronista de su tiempo mediante una asombrosa conjunción entre imagen y relato que logró transmitir de forma vibrante una revolución jamás concebida con tanta desolación. Pero el continuo crecimiento de Fincher ha propiciado que ya no haya que hablar de él únicamente como un artista capaz de convertir obras literarias mediocres en prosa cinematográfica del más alto nivel, sino también como un auténtico examinador del comportamiento humano, no desprovisto de cierta misantropía en su mirada. Perdida, adaptación del best-seller de Gillian Flynn, viene a confirmar con fuerza esta faceta.

Perdida (2) - Cinema ad hoc

En la primera secuencia, Nick contempla obsesivamente la cabeza de Amy. Quiere saber en qué está pensando, comprender sus motivaciones, llegar a ser ella. El matrimonio ha unido a dos personas diferentes cautivadas instantáneamente por el deseo de crecer, de prosperar en comunidad y seguir un camino propio. “Prométeme que nunca seremos como ellos”, decían. Y lo acabaron siendo: insatisfacción, celos y un declive económico colectivo paralelo al de su relación. Como en cualquier desamor, hay que tener en cuenta los dos puntos de vista: el presente de la desaparición que sirve como conflicto principal lo narra él, los flash-backs están contados por el diario de ella. Es en ese tremendo enriquecimiento de los puntos de vista, en la generosísima presentación de los temores que gobiernan a sus personajes, donde Fincher se revela como un auténtico maestro. No hay duda de que Gillian Flynn ha cumplido al trasladar con atino el texto de su novela, pero el director logra algo tan complicado como captar con nitidez el momento exacto en el que el amor y la obsesión se funden y se convierten en una única realidad sin salida, dotándolo además de nervio cinematográfico.

Perdida (3) - Cinema ad hoc

Pero Perdida, además de todo esto, es un thriller que aspira a mantener la tensión durante dos horas y media. En cierto punto llegué a tener la sensación de que enfrentarme al libro de Flynn no me interesaría lo más mínimo, confirmando la teoría de que Fincher escoge conscientemente materiales por debajo de su talento para elevarlos y no puede evitar heredar ciertas grietas. En cambio, su mecanismo interno funciona como un reloj: resulta difícil concebir una mayor precisión a la hora de fundir los quiebros argumentales con la honda tragedia personal. La brillante partitura de Trent Reznor y Atticus Ross –no es la brutalidad que se sacaron de la manga para La red social, tampoco podía serlo– envuelve unas imágenes en las que los tonos ocres de la presentación no conceden respiro hasta que empieza a abrirse paso cierta irónica luminosidad, ligada al tono de negrísima comedia que impregna parte del relato. La autoría de los guiones en los proyectos de Fincher varía siempre, pero tanto la música como la fotografía y el montaje corresponden al mismo equipo de los títulos más recientes. Y es imposible no percibirlo en su acabado.

Perdida (5) - Cinema ad hoc

Si el amor se convierte en obsesión, ésta da paso a una aparente doble moral que se presenta como algo infinitamente más retorcido y ambiguo. La obra de Fincher no se limita a mostrar el papel manipulador y amarillista de los medios de comunicación en el caso, sino a presentarlos como parte del abrumador ruido de fondo que enturbia toda relación humana. Dialogando en cierto modo con el pesimismo más o menos soterrado de títulos anteriores, el matrimonio de Nick y Amy se define como una cárcel en la que toda ambición se ve superada por esa enajenación habitualmente inherente a los seres de las historias que escoge. Mucho tiene que ver en ello lo bien definida que se encuentra la protagonista, seguramente el personaje femenino mejor desarrollado de su carrera. Una Rosamund Pike tremenda, cuyo estado oscila a lo largo del extenso metraje, logra transmitir el magnetismo moldeado por la presión de una mujer convertida en modelo social de conducta y desahogada de la tortura de las apariencias a través de su oscuro diario. La interpretación de Ben Affleck no es tan memorable, pero está destinada a convencer incluso a los más acérrimos detractores.

Perdida (6) - Cinema ad hoc

A pesar de todos los aciertos descritos, es justo señalar que Perdida ve ligeramente desequilibrada su férrea balanza cuando los mecanismos de la intriga pasan al primer plano en detrimento del mapa humano que con tanta precisión dibuja. No se puede señalar como una pega, ya que en ningún momento se permite que la tensión decaiga, pero es difícil seguir con el mismo interés cada giro y personaje secundario de una trama tan necesariamente retorcida que pronto deja de ser lo primordial. El ruido de fondo del que habla Flynn, sin embargo, no vence: el traslúcido dominio del género del que hace gala Fincher desemboca en un tramo final tan perverso como delicioso, en el que el angosto camino recorrido finaliza de nuevo en la continuidad plasmada como el desenlace más terrible que se podía concebir. Como Mark Zuckerberg agregando a su exnovia a Facebook en La red social, incluso como la Lisbeth Salander que se aleja de lo humano en Millennium; la constatación de la imposibilidad de las relaciones sentimentales se ha convertido en rasgo discursivo de un autor que, por lo demás, conserva intacta la capacidad de ser disfrutable si uno opta por quedarse en la superficie. Por eso, cuando las luces están a punto de desvanecerse, no queda más remedio que ahondar en la misma pregunta del arranque: ¿qué hay en tu cabeza, señor Fincher?

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