5 de octubre de 2024

Críticas: El destino de Júpiter

El destino de Júpiter (Jupiter Ascending) - PORTADA

El ADN de la ciencia ficción.

Si usted se fija únicamente en los orejones picudos que luce Channing Tatum en El destino de Júpiter como una mera prótesis superficial sobre piel hollywoodiense —e incluso ignominiosa y degradante— se dirige directo a un agujero negro de potente odio, combinado por una poderosa e implacable fuerza gravitacional. Será arrastrado hacia la perdición y formará parte de esa legión de detractores —y haters— que pulverizará la nueva propuesta de los hermanos Wachowski. Las mismas virulentas críticas, los mismos clichés como espejos reflectantes: «trillada», «aburrida», «copia de la copia que una vez fue copia», «guión horrible y confuso para una epopeya absolutamente ridícula, kitsch e insustancial», «personajes banales y unidimensionales…» y ese infinito etcétera que le hará gritar entre lágrimas al universo «¿Dónde están los Guardianes de la Galaxia cuando más les necesitábamos?». Los clásicos de la ciencia ficción tienen su propio ADN y siempre se ha buscado mediante la clonación o los híbridos genéticos una copia perfecta que brille y reine sobre las demás. El destino ha condenado a Andy y Lana Wachowski a volver eternamente y por todos los tiempos a Matrix, a esa pieza angular de su filmografía y combinación de ADN clave del (y para el) género.

El destino de Júpiter (Jupiter Ascending) -  Mila Kunis, Channing Tatum (Jupiter Jones, Caine Wise)

En El destino de Júpiter se encuentran todos los monolitos y pilares de la ciencia ficción e incluso cualquier significativa piedra o fragmento que su memoria quiera recopilar. Se trata de que el ADN fluya como la materia oscura en el universo de los Wachowski, que la luz sea la propia visión y perspectiva del espectador. Esclarecida la alocución de los autores, llega la recurrencia y reencarnación. Hay más por encima y debajo de esa epidermis plástica e incluso digital de una obra condenada a vagar en el imperecedero y diferencial amor y odio. Es evidente que esas orejas nos remiten a la referencia, a Spock como eje icónico y base de una conexión hacia Han Solo, Kyle Reese, Korben Dallas e incluso a Marty McFly. Aparecen las réplicas, conexiones y mutaciones. El aerodeslizador de Regreso al Futuro se ha transformado en botas voladoras que nos envían a surfear en cielo y sobrepasar la gravedad. Los directores de El atlas de las nubes desean ir más lejos. Se trata de entablar un discurso sobre la propia ciencia ficción y la necesidad intrínseca en la filmografía de los Wachowski de replicar una nueva Matrix. He ahí una crítica y jugosa lectura dirigida a la propia audiencia y a todos aquellos espectadores —e hijos de las reinas del Sci-Fi— que tratan de dilapidar, conspirar e incluso asesinar cualquier reencarnación que contenga el idéntico y exacto ADN antes de que pueda reivindicar el trono. Nadie ni nada puede interponerse en esa dinastía clausurada de obras maestras. No importa que la clonación sea perfecta y que hasta las ‘abejas’ reverencien la realeza genética sino que es el punto de vista y propio nacimiento aquel que condena esa obra ‘resurrecta’.

El destino de Júpiter (Jupiter Ascending) -  Terry Gilliam

El destino de Júpiter ansía hallar el orden a ese caos de referencias, provocando un alzamiento de la diversión en un esquema proto-típico/tópico. Se trata de un ‘fairy-tale’ intergaláctico amparado en el cine de aventuras e incluso coronado en ínfulas clásicas pasadas bajo el filtro (y cameo) de Terry Gilliam. Y es que si el director de Brazil ya te da el sincero pésame… ‘La cenicienta’ y ‘La bella y la bestia’ en su versión más zoofílica-folclórica —o el enunciado de envidia y rencor «Yo a ésta que va de reinona la ponía a levantarse a las cinco menos cuarto de la mañana a limpiar baños y escaleras»— sirven a los Wachowski como lienzo de un rococó digital, visual y referencial, donde el steampunk permite a los cineastas introducir grandes catedrales en aeronaves fastuosas. Todo es posible en un cosmos en el que incluso Rivendel —y el misticismo vampírico y faraónico— se impongan como estilo arquitectónico para retratar a esa realeza ambiciosa que desea sobreponerse al tiempo. No cambia la forma sino la perspectiva de declinar la eternidad como un modelo de negocio piramidal, donde el estafado (e ignorante) paga con su propia vida. Pero la moraleja final del cuento es que el ser humano (y universal) está condenado al aburrimiento y a los prejuicios. Depende únicamente de usted divertirse, distraerse y dejar de odiar su propia vida, ya sea la reina del universo que excreta oro a chorros o aquella que tiene que dejar tazas del váter como los chorros del oro para ganarse la vida. Usted, al fin y al cabo, decide poner un adjetivo a los orejones picudos que luce Channing Tatum en El destino de Júpiter, a este cuento espacial de ángeles que buscan sus alas y en el que el infierno se halla al otro lado de la pantalla.

El destino de Júpiter (Jupiter Ascending) - Sean Bean VIVE (Stinger Apini)

No se trata de un SPOILER sino de una felicitación. Sean Bean llega vivo al final de la película. Repito: Sean Bean llega vivo al final de la película y los títulos de crédito. Seque sus lágrimas de emoción y continúe leyendo porque usted era uno de muchos que pensaba que no viviría lo suficiente para ver a Sean Bean subsistiendo en una ficción. Realmente la supervivencia de Sean Bean convierte a El destino de Júpiter en la ‘película acontecimiento’ del año. No se la pierdan, ya sea para odiarla a muerte y tratar de asesinarla, conspirando contra la misma, o amar irremediablemente unas orejas picudas y esa boca de Mila Kunis que no para de salivar pensando en su ‘perro’. ¿Y quién no ‘ama’ a los perros? ¿Al final el cuento habla sobre que la zoofilia es la mejor catarsis para poder reinventarse (y sentirse reina) o sobre el deseo freudiano de gran parte de la audiencia para que Channing Tatum se tire a su cuello… y le lleve el periódico por las mañanas?

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