Peter Mettler y Daniel V. Villamediana en 3XDOC
Como ya os avanzábamos hace una semana, en estos días se está celebrando en Madrid la cuarta edición de 3XDOC, una iniciativa de la Asociación de Cine Documental DOCMA con la que se pretende acercar este género y a sus creadores al público. Centrándose en la filmografía de dos directores que desafían los convencionalismos del documental a través de la omisión de la explicación en beneficio de las experiencias sensoriales que pretenden provocar con sus películas. Comenzamos nuestras crónicas con 3 viajes que, de entrada, tienen objetivos muy distintos pero en el fondo tratan de buscar respuestas en cada experiencia al sentido de la vida.
El primero de ellos es Juego, ídolos y LSD de Peter Mettler, un viaje por distintos lugares del mundo para tratar de comprender qué buscan las personas cuando no encuentran respuestas a sus dudas existenciales, y de qué manera creen conseguir hallarlas. Con su cámara al hombro, Mettler viaja desde Toronto a Monument Valley, a Las Vegas, a Suiza y a La India encontrando un nexo común entre las personas que habitan en lugares tan dispares del mundo: la búsqueda de un sentido a sus vidas, los mismos deseos de conocer, de explorar sensaciones nuevas que puedan responder a las mismas preguntas que en distintas latitudes se formulan los seres humanos. En 3 horas se recogen dos años de viaje en los que Mettler se adentra en todo aquello que para algunas personas es el medio para encontrar las respuestas a sus dudas vitales. Desde los drogadictos explicando las sensaciones que experimentan con cada dosis que se inyectan hasta los trances en los que entran los fieles que creen encontrar a Dios en las palabras de un predicador, pasando por quienes sienten el éxtasis bailando música electrónica en medio de una fiesta de la espuma o quienes simplemente encuentran el sentido de sus vidas en mitad de un desierto o de unas montañas nevadas, ninguna de esas sensaciones dista mucho de la explicación que el descubridor del LSD hace sobre los efectos de esta droga en el organismo. Juego, ídolos y LSD propone el reto de dejarse llevar por las sensaciones que provoca el lirismo con el que rueda tanto lo cotidiano como lo excepcional, para mostrar que la respuesta a los deseos humanos se puede encontrar en cualquier cosa que logre satisfacer sus inquietudes, por insignificante o peligrosa que sea.
Otro viaje es el que realiza el director Daniel V. Villamediana acompañando a Víctor, su primo, en la búsqueda de sus raíces en La vida sublime. Desde los vastos campos castellanos de Valladolid con los ocres inundando el paisaje hasta la luz que se refleja en el Atlántico que baña las costas de Cádiz, con parada obligatoria en Sevilla para descubrir el color y el calor de sus calles, Víctor recrea el viaje que su abuelo realizó en los años cuarenta con la intención de probar suerte como novillero en primer lugar, y de convertirse en policía aduanero después. Unas intenciones que se vieron frustradas sin que se llegara a saber nunca la verdadera razón. Lo que propone Villamediana de manera más contemplativa que explicativa, no es tanto el perseguir esas razones como el acompañar a Víctor en lo que resulta un modo de fusionarse con quien fuera su abuelo. En un momento del film se plantea que hay películas que si no se llegan a hacer por la falta de medios técnicos, es necesario vivirlas, y eso es lo que hace Víctor, vivir lo mismo que vivió su abuelo, sentir lo mismo que sintió en Andalucía, recrear fielmente las anécdotas que contaba en sus cartas a su abuela para así tratar de imaginar qué fue lo que hizo que sus sueños se truncaran.
Mucho más difícil de explicar y de definir es la ópera prima de Peter Mettler, Scissere. Durante los diez primeros minutos del film, se proyectan varias imágenes de bosques a los que se filma con filtros de distintos colores, alternándolas con planos fijos en los que fluye agua mientras de fondo resuenan cánticos tribales. Las imágenes se van sucediendo cada vez más deprisa mientras la cámara las va distorsionando y la música va acelerando sus notas hasta convertir todo lo que aparece en pantalla en algo cercano al arte psicodélico, acabando con los fotogramas coloreados y quemados. Con un comienzo así ya se intuye que nada de lo que se muestre a continuación va a mantener un mínimo de convencionalismo, y así es. Tras ese prólogo, la cámara se adentra en los pasillos de una clínica psiquiátrica de la que un joven está a punto de salir. Bruno Scissere trata de imaginar entonces cómo sería su vida si la percibiera desde la perspectiva de tres personas distintas y desconocidas elegidas al azar en la estación de autobuses en la que espera. A partir de ahí se suceden las vidas de estas tres personas sin orden ni concierto, intercalando escenas de unos y otros sin una estructura argumental lógica. Mettler juega con los formatos, con la fotografía, con el montaje y con el sonido de manera que el resultado final es un experimento sensorial no apto para quienes esperan de un documental un fiel reflejo de la realidad.