2 de noviembre de 2024

En otro país: Let the fire burn

Let the fire burn

Dejad al fuego arder

Let the fire burn parte de un problema aparente en su concepción. La idea de que el espectador conoce exactamente de que le van a hablar. Por eso mismo una de las grandes virtudes que atesora es precisamente sacar partido de ello y utilizar este factor como trampolín, como gancho que atrape la atención del espectador. Sí, hablar de un caso relativamente desconocido para el espectador no estadounidense como el que nos ocupa permite empezar desde un lienzo en blanco, desde la falta de prejuicios hacia lo que se nos va a contar. La duda objetable se plantea en referencia al público doméstico. ¿En qué manera puede interesar? La respuesta está no solo en el planteamiento ya comentado, si no en la forma en que se desarrolla el resto del contenido.

La construcción: este es el pivote básico en el que el documental se articula. Estamos ante lo que parece ser un found footage, una producción televisiva olvidada ofrecida ahora como un tesoro, sin embargo hay mucho más que eso. Hay un trabajo, una intencionalidad manifiesta en la manera en que dicho documento se monta, un propósito destinado a hacer de Let the fire burn algo más que un texto visual informativo y convertirlo de alguna manera en un thriller judicial tenso , no exento de ciertas sorpresas y giros argumentales que, por otro lado, resultan en absoluto gratuitos.

Pero ¿Qué nos cuenta el film realmente? Aparentemente versa sobre el grupo revolucionario MOVE, su ideología, sus actos y su relación con la sociedad americana, concretando en Philadelphia, homebase del grupo y sus actividades. Pinceladas que muestran una panoplia de matices, de claroscuros sobre el movimiento y su líder, John Africa,  que apuntan, pero no explican por si solos los actos que se detallan posteriormente.

Let the fire burn 2

Basculando entre hechos acaecidos en 1978 y otros de 1985 el film se mueve en el espacio de una vista oral sobre ambas situaciones, tratando de resolver y relacionar que pasó en los disturbios relatados y que grado de responsabilidad correspondía a MOVE y cuál al ayuntamiento y al departamento de policía de Philadelphia. Como en un thriller los saltos temporales se enlazan como si fueran flashbacks de lo narrado por los testigos, de manera que aún en formato documental se puede dudar de la autenticidad de lo expuesto. Por si fuera poco dichos extractos se finalizan con fundidos a negro que nos hablan de la voluntad cliffhangerista de Jason Osder, director del film. Lo importante no es tanto ya explicar lo que pasó  sino de generar un clima de tensión, de proyectarse en el futuro inmediato del imaginario del espectador para acercarse casi a la categoría de documental “whodunnit”.

Al final estamos ante un producto cláramente subversivo, no tanto por la posición ideológica que toma sino porque, incluyendo lo referente al material político que trata, el film se preocupa esencialmente de ser un juego de espejismos, casi una parodia inteligente del autorismo documental y del género suspense en su versión más trillada y tópica. De lo que se trata es de crear un espectáculo de distracciones de apariencia pedagógica sobre los peligros del extremismo  para a continuación convertirlo en algo así como un versión resumida de las 5 temporadas de The wire.

Violencia policial, tejemanejes, cobertura y corrupción municipal, vida en el gueto, suburbios, miseria y manipulación televisiva. Todo concentrado y entrelazado en una serie de eventos que partiendo de lo micro, lo concreto, permiten el desarrollo de una visión mucho más global, y por qué no decirlo, negativa, del estado de las cosas en la sociedad estadounidense.

Let the fire burn 3

En cierto modo el tono televisivo ochentero, con colores apagados y algo granulosos se corresponden no solo con la resolución y tecnología de la época, sino que se busca una resonancia  un entronque con el tono pesimista  de lo mostrado. Otra vez la apariencia como leiv motiv. En este caso para poner de relieve que los conflictos raciales, las tensiones sociales, la pobreza, no eran cosa del pasado reciente en la historia americana, sino que permanecían enquistadas, ocultadas por la presunta América feliz neocon propugnada por la administración Reagan. Como una bomba de relojería siempre a punto de estallar.

Hablar de Let the fire burn como documento necesario para penetrar en las cloacas del sistema se antoja como una obviedad, cierto, pero ello no debe ser óbice para reconocer dicha virtud. No obstante hay que resaltar su capacidad para ir, precisamente, mucho más allá de esta obviedad  sin necesidad de recurrir a artificios formales; solo mediante un montaje inteligente y un propósito bien definido se nos sumerge en una experiencia tan trepidante como desasosegante y con un resultado final cuya virtud es la de seguir produciendo impacto a pesar de ser de dominio público. En el fondo Let the fire burn podría ser la versión más hitchcockiana posible en cuanto a sus intenciones finales. No se trata de crear sorpresa, se trata de crear suspense, y que mejor para ello que mostrar lo explicito de la situación, sin twist, sin escape. Hechos puros y duros.

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