26 de abril de 2024

Críticas: Una nueva amiga

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La sombra de Laura.

Con la marcha nupcial de fondo, Una nueva amiga comienza con un golpe de efecto tan inquietante como revelador de las intenciones que en primera instancia se presuponen a la nueva película de François Ozon. De nuevo el francés intenta sumergirse en unas apariencias engañosas, en la búsqueda de la identidad a través del comportamiento atípico de sus protagonistas. Intenta, decimos, porque esta vez las apariencias no engañan. El director que en sus anteriores películas nos regalaba a protagonistas profundamente perturbadores, cuyo hermetismo con las motivaciones de sus actos provocaba que tanto el resto de personajes como el público experimentaran una extraña fascinación por ellos, opta en Una nueva amiga por darle la vuelta al concepto de perversión y criticar la hipocresía de esconder comportamientos que tienen más que ver con los propios sentimientos ocultos que con la necesidad de destrucción o autodestrucción que tenían Claude o Isabelle en En la casa y Joven y bonita respectivamente.

Mediante un arranque dividido en la portentosa primera escena con la que Ozon nos advierte de que nada es como parece, y en un recorrido por la amistad entre Claire y Laura desde la primera vez que se encuentran siendo niñas hasta que la muerte de esta última trunca su relación, el director convierte en el foco de atención a Claire, una mujer a la que vemos desde pequeña como una sombra de la deslumbrante Laura. Ésta, siempre presente en toda la película como catalizador de los sentimientos y las decisiones que adoptan los personajes, como un pequeño homenaje a la Laura de Otto Preminger también ausente físicamente pero impulsora de la trama que deviene con su pérdida. Porque es a raíz de la desaparición de ésta cuando el foco se amplía hacia la otra parte de la vida de Laura, hacia sus inconsolables marido e hija. Ella llora la ausencia de su madre, él se convierte en ella retomando su costumbre aparcada temporalmente de vestirse de mujer.

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Hablábamos antes de la ausencia de explicaciones sobre las motivaciones de los personajes de las anteriores películas de Ozon para convertirse en lo que eran, y que resultaban del todo innecesarias pues el interés de sus historias radicaba precisamente en el magnetismo de lo oculto. Pues bien, en Una nueva amiga Ozon se despoja del velo que enmascara las intenciones de sus protagonistas, ofreciendo demasiadas sobreexplicaciones, tanto visuales como dialogadas, con las que pasa de lo que se intuía un drama sobre la pérdida, los fantasmas psicológicos, la superación del duelo y la aceptación de las inclinaciones propias y ajenas, a adoptar un esquema más propio de una (tragi)comedia romántica de enredo. La película entonces camina entre una mezcla de géneros con la que no termina de decidir el tono en el que se quiere mover, como si con ello extrapolara los sentimientos de los propios personajes que tampoco tienen muy claro hacia donde dirigirse.

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La ambigüedad de la relación entre los protagonistas se deja notar en la indefinición del carácter que el director trata de darle a la película. Por un lado se convierte en caricatura desde el preciso momento en el que al travestismo de David se le une un inesperado, y exageradísimo, amaneramiento. Ya no estamos hablando de un fetichismo oculto, de una inclinación a vestirse de mujer aceptada por su propia esposa como parte de la personalidad de su marido, sino de una total transformación de identidad sexual tratada con numerosos (y cómicos) clichés que rozan el esperpento. Pero por otra parte trata de introducirnos sin ningún tipo de sutileza en la obsesión de Claire por recuperar a Laura, por sacar definitivamente de dentro sus sentimientos reprimidos hacia una mujer que durante toda su vida ha sido el pilar de su existencia y con cuya muerte ésta se tambalea. Ozon deja claro que la naturaleza de Una nueva amiga es tan transgénero como sus protagonistas, pero al indagar tanto y tan descaradamente en aspectos argumentales que requerían algo más de delicadeza, se queda bastante lejos de su intención, cosa que sí consiguiera Xavier Dolan con Laurence Anyways.

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