Lagos sin fondo, niñas aterradoras y máquinas infernales
De menos a más y de más a menos en la tercera jornada del Nocturna de este año. Niñas endemoniadas, historias íntimas que inquietan y enamoran a partes iguales y Robert Englund en su máximo esplendor, han sido los protagonistas de este día en el que hemos visto la mejor película de lo que llevamos de festival.
Para empezar el día, el estreno a nivel mundial de la ópera prima de L. Gustavo Cooper, un thriller con nombre de mujer, de niña mejor dicho, June. Comienza la película con un ritual extraño, un sacrificio de un bebé que acaba sin surtir el efecto deseado. Nueve años más tarde es evidente que la niña huérfana a quien los servicios sociales llevan de casa de acogida en casa de acogida, a cada cual peor, y que no se relaciona con nadie, es aquel bebé que se salvó de ser asesinado sobre un pedestal. Como premisa obviamente no es original pero siempre queda la opción de que los nuevos cineastas se preocupen por darle un nuevo sentido a los subgéneros que revisitan, cosa que no sucede en esta ocasión. Se aprecia en June la voluntad de querer homenajear al cine de posesiones más clásico, con reminiscencias de su historia en películas como La profecía de Richard Donner. Pero también una mano demasiado amateur tanto para aportar a su atmósfera la inquietud necesaria en una historia de posesiones, como a la hora de crear un guión que se salga de los patrones más comunes que se repiten en dichas historias y que podemos encontrar en numerosos telefilms. Son demasiados los aspectos que se quedan sin explicar cuando el desarrollo del film requiere precisamente de la explicación de los actos que llevan a cabo sus protagonistas, y que provocan muchas más preguntas, no especialmente interesantes, que las respuestas que ofrece. Lo mejor, la pequeña Kennedy Brice como un alter ego de Damien, aunque el que más aplausos se llevó fue Casper Van Dien. Adivinen por qué.
Tras la evidente decepción que nos llevamos el año pasado por no haber encontrado en la programación de Nocturna joyas como las que descubrimos en su primera edición, es reconfortante ver cómo al menos la sección Dark Visions recupera, como decíamos ayer, el espíritu con el que se conformó y nos trae títulos como The Midnight Swim. Sin que nada tengan que ver la una con la otra, The Midnight Swim nos ha retrotraído hasta aquel primer día del Nocturna 2013 en el que nos encontramos con Toad Road. Ambas son obras en las que lo sobrenatural es algo que planea por toda la película como una sombra no amenazante, simplemente como algo inquietante pero sin desviar la atención de las verdaderas intenciones de sus directores al mostrar las relaciones y las emociones humanas. En esta ocasión, otra debutante como es Sarah Adina Smith lleva a sus tres hermanas protagonistas hasta la casa en la que crecieron a los pies del lago en el que su madre se ha ahogado. Aparentemente el lago no tiene fondo, ningún buceador ha sido capaz de encontrarlo y muchos han sido los que allí se han quedado, como Amelia. Rodada a través de la cámara de June, una de las hijas, con la que pretende documentar todo el tiempo que ella y sus hermanas van a pasar allí, observamos su día a día, sus relaciones entre sí y las que cada una tuvo con su desaparecida madre y, sobre todo, las obsesiones y el estado mental de June que parece mimetizarse con las leyendas urbanas que se cuentan sobre el lago. Una película intimista con un guión y una técnica exquisitas que ha provocado desbandada en la sala entre quienes, suponemos, esperaban ver otro telefilm con sustos. Nosotros lo agradecemos mucho.
Como todo no puede ser bueno en cualquier festival, en cualquiera, acabamos la tercera jornada viendo por fin al homenajeado Robert Englund presentar la película que surgió de la miniserie que con el mismo título protagonizó él mismo en 2009, Fear Clinic. Dirigida también por Robert Hall, Englund hablaba de éste y de la película como una mezcla entre Hitchcock, De Palma y varios genios del cine de suspense más. No es necesario decir que Fear Clinic poco (nada) tiene en común con el cine de Hitchcock o de De Palma, y sí mucho con la insistencia en hacer de Englund la marca de un tipo de personaje maldito que acaba convirtiéndose en monstruo, desechando así cualquier tipo de coherencia narrativa a partir del argumento con el que empieza la película. Tras un salvaje tiroteo en una cafetería, algunos de los supervivientes acuden a probar la máquina del miedo inventada por el personaje de Englund, con la que pretende eliminar cualquier rastro de fobia y de recuerdos terroríficos de las mentes de sus pacientes. Años después, éstos comienzan de nuevo a tener pesadillas y regresan a la clínica con la esperanza de que el doctor Andover les vuelva a tratar, sin saber que la máquina ejerce un poder sobre él y sobre todos los que en ella se meten más aterrador que sus propios miedos. Una historia ya vista demasiadas veces, además de previsible y con poca consistencia a partir de que la máquina desvela el misterio que encierra, y que desemboca en un final en el que desearíamos que fuera una pesadilla de Freddy Krueger, que al menos daría algo de miedo.