Del manga al sintoísmo.
Sachi, Yoshino y Chika son las hermanas Koda, tres mujeres jóvenes que conviven juntas en Kamamura. Viajan para acudir al funeral de su padre. Una vez allí conocen a Suzu, una adolescente, hija también del fallecido y la invitan a irse a vivir con ellas. En los meses siguientes la llegada de Suzu será un aliciente para revitalizar las relaciones entre todas ellas.
Hirokazu Kore-eda sigue construyendo una filmografía en la que cimenta su observación de la humanidad con cada nueva película. El cineasta toma ese principio del marketing que aconseja que pensemos globalmente y actuemos de forma local para darle la vuelta, porque sus obras están escritas sobre acontecimientos actuales, costumbristas, rodadas en lugares de Japón e interpretadas por actores de allí. Pero el resultado final y su alcance siempre son globales, gracias a la facilidad de presentar emociones o situaciones que pueden suceder en muchos rincones del planeta. Para este largometraje adapta el manga titulado Umimachi Diary de Akimi Yoshida, un comic de estilo shojo, orientado a un público lector juvenil femenino en su mayor parte. El espectro joven ha crecido para llegar a un grupo más amplio en la edad y sexo de los espectadores, repartiendo el protagonismo entre la pequeña Suzu y sus hermanas.
Es curioso que la menor aparezca vestida durante una gran parte del metraje con su uniforme de colegiala, un icono gráfico muy habitual en el género manga. Pero esta relación entre la gráfica de las viñetas y la conversión a veinticuatro imágenes por segundo no va más allá de ese detalle, puesto que Kore-eda lleva la narración a su estilo audiovisual, con planos secuencia articulados con travellings suaves que dotan de cierta melodía invisible a las conversaciones entre los personajes. Sumados con otras escenas al corte, mediante el plano y su correspondiente contraplano. O las transiciones y fundidos a negro, como cierre de cada episodio. El autor no adapta el ritmo, escalas de plano, onomatopeyas o recursos más dinámicos del noveno arte nipón a su oficio, sino que escoge relatar el argumento de la novela gráfica, con sus personajes principales y renunciando a otros del tebeo. Quizás el resultado sea un film de encrucijada, por debajo del extraordinario De tal padre, tal hijo. En Nuestra hermana pequeña se reconocen algunos rasgos del resto de su obra cinematográfica, con esos padres ausentes, los huérfanos, la hermandad y el abandono. Aún así logra ampliar el catálogo de recursos temáticos con la profundización en la amistad de las cuatro chicas. El producto final es un film que se mantiene en una primera parte fluida, contagiosa en su alegría e interpretaciones por parte del elenco. Pero después de la primera hora el ritmo se queda estancado en una sucesión de secuencias que no evoluciona de la misma forma que sí lo hacía en films anteriores del director. El balance resulta más interesante desde un punto de vista estético, al que ayuda la sutileza de los elementos cinematográficos y la fotogenia de las cuatro hermanas. En ocasiones remonta mientras existen conflictos como son el segundo funeral con el reencuentro con la madre que dejó a sus hijas para empezar un nuevo matrimonio. O esa predestinación familiar que refuerza la unión del cuarteto protagonista, al mismo tiempo que ahuyenta a las personas ajenas a ese núcleo, en el caso de los novios y pretendientes. Además de rasgos distintivos de autor como es la secuencia en la que observan las fotos con el padre muerto y, de forma respetuosa, el realizador elude insertar dichas imágenes en pantalla, mostrando simplemente los gestos de ellas al mirar esas fotografías. O la forma de unir distintos lugares y acciones paralelas de varios personajes principales en la misma noche que se celebran las fiestas con fuegos artificiales.
Como ya se ha podido leer en crónicas ya difundidas sobre el Festival de Cannes 2015, certamen en el cual se estrenó el film, por Nuestra hermana pequeña sobrevuelan referentes a la novela Mujercitas o estilísticos respeto a Yasujirô Ozu. Sobre los primeros, por buscar, podríamos encontrarle más referentes como La casa de Bernarda Alba, los libros de Jane Austen, cuentos de hadas. O ya si queremos -¡a lo loco!- a las mismas Spice Girls ya que la hermana mayor es enfermera, la segunda una comercial y la tercera una dependiente en una tienda deportiva, más la colegiala mencionada. Solo faltaría una más para llegar a ser las cinco cantantes superstars. Ironías aparte, igual que ha respondido Kore-eda en varias entrevistas, él no se considera sucesor de Ozu porque piensa que el talento del clásico director era inimitable, opinión que lo honra teniendo en cuenta que sí puede haber un paralelismo en la elección temática de los argumentos de los dos cineastas, aunque no tanto en la plasmación en pantalla. Por supuesto que Kore-eda ya ha dejado patente su capacidad de emocionar sin recurrir al efectismo, a bandas sonoras emotivas o a lugares comunes de su cine. Si existen referentes en Nuestra hermana pequeña habría que buscarlos dentro de Nadie sabe, largo con el que muestra algunas coincidencias. Hubiese resultado mejor seguir la estela de los niños errantes en el punto que quedaron y quizás al que nos gustaría que hubieran llegado para salvarse, siendo como somos espectadores destrozados por las penurias que sufrieron aquellos hace ya doce años. Para que tuvieran un techo, pudieran arrodillarse ante su pequeño altar doméstico y golpear la pequeña campana que, con su tintineo, recuerda a los antepasados desaparecidos.