Tu amor, tu reino.
Tony es una abogada vitalista que se rehabilita en una residencia especializada en traumatología, después de sufrir un accidente en la nieve. Pero la fractura de su pierna no es solo externa, sino que le afecta psicológicamente. Los recuerdos acuden a la mente de la protagonista quien rememora diez años antes, cuando se enamoró de Giorgio, su marido, otro treinteañero y profesional de éxito. Así comenzó el calvario para ella.
Algunas muestras de ciencia ficción en el cine han dejado de ser fantasía en la actualidad gracias a los avances tecnológicos. También varias de las mejores películas sobre guerras se basan en el pacifismo o en ser antibélicas, elemento que rompe con su fondo argumental. De la misma manera que las mayores historias románticas en pantalla son el fruto de relaciones imposibles, trágicas o azarosas. El cuarto largometraje de la directora, guionista y actriz francesa Maïwenn se puede situar en esta vertiente del desamor que ha dado producciones emblemáticas, fiel reflejo del espíritu formal de su época, como los rompedores sesenta de Dos en la carretera. Los impetuosos setenta de El último tango en París. Los ochenta en Nueve semanas y media, tan publicitarios. Llegando a los moralizantes e hipócritas noventa de Una proposición indecente.
Si el cambio de siglo nos ha dado ejemplos de romances sólidos, desgarrados y en ocasiones turbadores, en el caso de Mi amor parece tratarse de un escaparate surtido por todas aquellas características. Olvidemos las armonías vocales del dudúa. O los grandes éxitos de radio fórmula para escuchar en compañía a la luz de las velas. La banda sonora actual viene tuneada por un veterano como Stephen Warbeck, asistido por la intrascendencia tranquilizadora de Son Lux y el histerismo de la protagonista. Cupido tiene más trabajo que nunca para conseguir que los dos personajes mantengan viva la llama en su letanía del olvido, llena de razones para separarse. Y si no las ven ya estamos los espectadores o Solal, el hermano de Tony que interpreta Louis Garrel, quizás la persona más cuerda en este laberinto temporal surcado por destellos del presente, capaz de advertir y proteger a su hermana del voraz Giorgio, un efectivo Vincent Cassel que aterroriza y se desborda con su lobo vestido con piel de lobo. En la esquina contraria lo espera Emmanuelle Bercot, actriz que soporta mejor los golpes al rostro con su entereza, independencia y simpatía. Pero resiste peor los golpes bajos con abundancia de gritos, aullidos y muecas animales, una gama de histrionismo que obliga a la contención practicada por el resto del reparto.
La cineasta dirige un producto contemporáneo, en el que todo se organiza con un sentido funcional del rompecabezas temporal, desde el presente al pasado y vuelta al presente, yuxtapuesto con el pasado. Un puzle en ocasiones nítido, otras veces empañado, que se sigue con ayuda de un buen ritmo durante algo más de dos horas de metraje, a pesar de las redundancias evidentes. Con una sucesión de los acontecimientos aunque los personajes y las situaciones no evolucionen ni sufran cambios enriquecedores. La proyección es parecida a cualquier visita que podamos hacer a unos grandes almacenes europeos de mobiliario asequible. Sí, a esos mismos cuyo catálogo se convierte en el superventas de los buzones cuando pasa el verano.
Al terminar Mi amor la sensación es parecida a la de abandonar esa enorme nave industrial organizada en pasillos laberínticos, un lugar al que íbamos de compra o solo de paseo pero del cual salimos con uno o varios mensajes, los necesitáramos o no. Dispuestos a montar el sentido de lo que acabamos de presenciar con las instrucciones básicas, minimalistas e intuitivas que acompañaban al visionado. En mi caso yo asistí a los desequilibrios de una persona dispuesta a encadenarse, a las coacciones psicóticas de su agresor que preceden al maltrato físico de la víctima. A la confirmación de un buen uso de la tipografía de colores con ese Mi amo-r del cartel publicitario. Y todavía no sé si me gusta o no. Quizás no leí bien el manual de montaje.