Último día en Filmadrid.
Este sábado se revelaron los nombres de las películas ganadoras de esta segunda edición de Filmadrid. Un palmarés que, en lo que se refiere a la Competición Oficial –la única que este crítico ha cubierto–, se aleja diametralmente de las valoraciones que en este medio se han ido volcando día a día, salvo la excepción que ha supuesto Sayônara. Estos han sido los títulos premiados:
COMPETICIÓN OFICIAL
Premio del Jurado oficial:
Mejor película: John From (João Nicolau)
Mención especial: O Espelho (Rodrigo Lima)
Premio Días de cine:
Mejor película: Sayônara (Koji Fukada)
Mención especial: Casa da Quina (Arya Rothe)
Premio Jurado Joven:
Mejor película: John From (João Nicolau)
Mención especial: Amijima (Jorge SuárezQuiñones Rivas)
COMPETICIÓN VANGUARDIAS
Premio del Jurado Oficial:
Mejor película: Remembering the Pentagons (Azadeh Navai)
Mención especial: Vivir para vivir/Live to Live (Laida Lertxundi)
Premio del Jurado Camira:
Mejor película: Noite Sem Distância (Lois Patiño)
Mención especial: Meurtrière (Philippe Grandrieux)
SECCIÓN PASAJES DE CINE
Premio del Jurado ECAM:
Mejor película: No Cow on the Ice (Eloy Domínguez Serén)
Mención especial: Saldremos de la crisis (Silvia Rey)
Pero antes de despedirnos hasta el año que viene, os dejamos con la última crónica de lo visto en el Festival.
El jueves fue el último día en el que se prendió la vela de la Competición Oficial de Filmadrid, y lo hizo con dos largometrajes que cosecharon una buena recepción por parte de público y crítica, mayor que la de quien escribe estas líneas. La primera de ellas fue Nausea (2015), película turca del ya veterano Zeki Demirkubuz. Al ver esta cinta, se establece una analogía directa con el cine de Nuri Bilge Ceylan, especialmente con Sueño de invierno (2014). Más allá de compartir nacionalidad, característica más circunstancial que determinante de estilo, lo cierto es que en la obra exhibida en el festival hay rasgos que la aproximan a la ganadora de la Palma de Oro en la edición de 2014 del festival de Cannes. Ambas están protagonizadas por un hombre maduro de excelso bagaje cultural pero serias carencias emocionales. Esta situación es rodada con una puesta en escena marcada, compuesta por planos estudiados y composiciones que se aprovechan fuera de campo para ampliar su capacidad de sugestión.
Menos ambiciosa que la de Bilge Ceylan en forma y fondo, Nausea es una cinta serena que narra la desintegración interna de su protagonista, quien vive anclado en un modo de vida cómodo siempre que pueda mantener la mirada lejos de lo que realmente acontece. Entre el piloto automático, el egoísmo y la apatía se mueve este fantasma en vida, y una serie de decisiones formales aumentan la contundencia del discurso. No sólo el fuera de campo, sino las numerosas elipsis espaciotemporales, provocan un estado de invariabilidad que se eleva especialmente por lo que no se muestra; a pesar de la gravedad de ciertos sucesos, el personaje permanece invariable. Es por ello que un factor clave cobra especial relevancia por sí ser mostrado: el personaje presenta una especie de alteración que provoca que de vez en cuando duerma con los ojos abiertos. No es grave, no le causa ningún problema de salud ni tampoco es debido a ninguna enfermedad. Sin embargo, es la clave de su evolución.
Que un suceso tan irrelevante –una vez confirmado que este asunto no es más que una curiosidad– sea el factor de cambio en este personaje provoca que este resulte todavía más mezquino, a pesar de que lo ayude a cambiar su conducta, hasta entonces moralmente dudosa. Este tipo de detalles, sumado a un excelente uso de las citadas elipsis espaciotemporales, contrasta con un énfasis innecesario en algunos pasajes del relato, en los que elementos del subtexto traspasan la barrera de la sutileza y se convierten en enunciaciones textuales. Como ocurría en Sueño de invierno, la obra es tan potente como descompensada, y en ella hay un afán de trascendencia que, si bien menor que la de Bilge Ceylan, la aleja de un resultado más satisfactorio para este pequeño disidente de la crítica cinematográfica, quien tampoco vio satisfecha su mirada al acercarse a Sueño de invierno. Se trata de dos películas contundentes, trabajadas y desarrolladas con buen pulso, pero con las que un servidor disfruta más analizándolas a posteriori que observándolas durante la proyección.
La segunda obra de la noche, y última presentada a competición, fue John From (2015). Desde Portugal llegó esta cinta protagonizada por dos adolescentes de un barrio de Lisboa que pasan el verano en casa. Las dos intercalan paseos nocturnos con fantasías veraniegas, y entre risas y hormonas pasan los días sin que aparentemente acontezca nada, cuando todo está pasando por la pantalla. El trabajo de casting es excepcional, pues entre ambas surge una química arrolladora, similar a la honestidad y naturalidad ya comentadas en el análisis de Las lindas (2016). Brío, soltura, irreverencia, carcajada, improvisación, todos estos elementos conforman una primera media hora excepcional, un relato sugerente que se olvida de los aires de trascendencia para calar hondo gracias a su capacidad para atrapar la vida.
A la vez que existe esta relación de amistad entre estas dos chicas, en la segunda mitad de la película nace una relación de amor platónico entre la protagonista y un vecino que le dobla la edad. La mayor desgracia de la obra es que su autor, João Nicolau, opte por esta segunda opción y deje en tercer plano lo hasta entonces desarrollado. John From no cae en el pozo de lo insulso, y en ella se mantienen los signos de identidad antes comentados. El problema es otro: la nueva historia, aunque más pirotécnica dentro de ese tono liviano, interesa menos. Si en la primera parte Nicolau lo construía todo partiendo de esa cotidianidad que puede ser tan insulsa si no se enfoca adecuadamente, en la segunda se pierde toda esa magia, que se convierte en fantasía, en fábula, un cambio tan estimulante sobre el papel como simplemente correcto en la práctica. La narración se impregna de tintes alegóricos al exponer una serie de fenómenos paranormales y desarrollos que serían vistos como inverosímiles si se tratara de una narración realista. En la cinta de Nicolau no cabe la verosimilitud, principalmente porque no es el objetivo en ningún momento. Sin embargo, no deja de ser ciertamente paradójico que cuanto más irreal se torna la narración, más convencional resulta.
No podíamos cerrar Filmadrid sin hablar del documental que nuestro querido David Varela, programador de la Asociación DOCMA de la que tantas veces os hemos hablado en Cinema Ad Hoc, presentaba en la sección Pasajes de Cine, y que ya pasó por el festival Play-Doc y por la sección oficial del Festival de Málaga entre otros. Nos referimos a Freedom to kill the other’s children. Varela realiza una durísima reflexión con este documental sobre las distintas caras de los conflictos armados, y en concreto sobre el que desde hace décadas se vive entre Israel y Palestina. Con la liberación de un soldado israelí capturado a cambio de más de 1000 palestinos presos como punto de partida, se muestran las diferentes reacciones a ambos lados del conflicto. La alegría y las celebraciones que se suceden en el pueblo natal del soldado contrastan con la preocupación palestina por otros tantos miles de conciudadanos que siguen presos en las cárceles de Israel. Pero lejos de significar un acercamiento de posturas, las masacres continúan haciendo estragos en la población civil.
Varela se sirve del fuera de campo, de grabaciones de archivo y de testimonios recogidos por los distintos medios de comunicación israelíes, palestinos y de otras partes del mundo para, mediante un uso inteligentísimo del montaje, captar objetivamente las diferentes maneras de vivir un mismo suceso cuando éste está enmarcado dentro de una guerra que parece no tener fin. Secuencias como la de la voz en off del soldado liberado deseando que, cuando un hijo suyo tenga edad para incorporarse al servicio militar obligatorio, todo lo que él ha vivido haya dejado de existir mientras una cámara recoge el ataque reiterado a una casa cualquiera, de una familia cualquiera, con unos niños que todavía no son conscientes ni de en qué país han nacido, no hacen sino recordarnos cómo la muerte y la celebración de la vida se superpone a pocos kilómetros de distancia en un mismo instante. El sinsentido de la guerra.