19 de abril de 2024

Críticas: Cazafantasmas

Cazafantasmas (Ghostbusters) - portada

¿Las pibas pueden cazar fantasmas?

Injustamente defenestrada y criticada hasta niveles absurdos, Cazafantasmas es la crónica de los intentos del mainstream por volver a encontrar la comunión entre comedia, acción y fantasía con ligeros toques de terror y empañando el conjunto en la nostalgia como si fuera miel sobre la que brillar y conformar un placentero reclamo. Es preciso señalar que el film original se convirtió en el más taquillero de tal mezcolanza de géneros por encima incluso de Gremlins de Joe Dante y es coherente que la gran industria trate de seguir rentabilizando sus más certeros productos en una oleada de reboots/remakes/secuelas/spin-offs, aunque siempre se tope con las reticencias de la propia audiencia a la que trata de engatusar. Y, desde luego, no se está encontrando con respuestas satisfactorias si trataba de provocar el unánime aplauso y/o hacer caja en el proceso… La vuelta a los arcades clásicos que proponía Chris Columbus en Pixels, por ejemplo, fue recompensada con malas opiniones de los espectadores junto a un aluvión de flojas críticas. Amén de sus seis nominaciones a los Razzies… ¿En qué se están equivocando los grandes estudios y, sobre todo, en qué conceptos ha errado Paul Feig para trazar una línea de continuidad respecto a sus proyectos con su musa (Melissa McCarthy) cuando Espías funcionó tan bien? Posiblemente la mejor secuencia que sintetice ese sentimiento de impotencia ante la ‘repulsa’ de la audiencia, dentro de la película, sea el ‘stage diving’ que protagoniza Patty Tolan en el que el auditorio ningunea y convierte en fallido —y en algo doloroso— el intento de tener un momento de gloria por parte del personaje que interpreta Leslie Jones. ¿Es por la raza o por el hecho de ser mujer? Lo primero queda evidentemente descartado al respetar las credenciales del color de piel del film original. Si es que pudiéramos establecer tal reparto étnico como una obligación por parte de los productores, claro. Entonces, ¿por qué se ha molestado tanto el público con el cambio a un reparto femenino? ¿Seguimos viviendo en una guerra de sexos? ¿Se está polarizando tanto el debate que únicamente ya quedan posicionamientos extremos? Deberíamos regresar al film original de Ivan Reitman y pensar en el papel de Bill Murray, Dan Aykroyd o Rick Moranis como rostros de la comedia en los 80 y volver a este plano de actualidad en el que Kristen Wiig y Melissa McCarthy han reivindicado sobradamente su derecho al trono del humor y que son tan sobradamente divertidas como necesarias. Podemos imaginarnos nuestra nueva versión masculina con, por ejemplo, Will Ferrell, Louis C.K., Larry David y Chris Rock, pero en realidad seguiríamos atrapados en otro tiempo y perspectiva muy alejada de las intenciones de Paul Feig por seguir elaborando proyectos donde su musa sea la auténtica protagonista y eje central. El director siempre acaba imponiendo su visión y, si revisamos la filmografía del autor de Cuerpos especiales, no ha hecho nada alejado a los márgenes (en lo que sexo se refiere) que define sus últimas obras.

Cazafantasmas (Ghostbusters) - Melissa McCarthy, Kristen Wiig, Leslie Jones, Kate McKinnon

Entender y cuestionar, por lo tanto, Cazafantasmas desde una perspectiva sexista puede ser ya un errado enfoque, incluso acusando al libreto de ridiculizar al sexo opuesto cuando simplemente cambia las tornas de esos clichés en los que se han amparado las producciones cinematográficas para definir a la mujer. En el caso de Chris Hemsworth la idea es que esa tonelada de músculos —con la piel del culo de un bebé, según el personaje que interpreta Kristen Wiig— sea plasmada como un canto a la idiotez supina, siendo el ‘secretario-recepcionista’ más ineficaz del firmamento y mero objeto sexual. El resto de hombres tampoco salen bien parados. Andy Garcia interpreta al incompetente alcalde de Nueva York descrito muy a su pesar, desde esas referencias directas de las que la cinta está plagada, como el alcalde de Tiburón. Incluso el villano revela, de nuevo, ciertos clichés sobre el lado oscuro que declinaron escoger las protagonistas, siempre por encima (a nivel ideológico y moral) de todos los hombres ‘malos’ que aparecen en el film. A Paul Feig no le importa recrearse sobre los estereotipos que emanan sus personajes principales y potenciar esa lucha de sexos a un nivel narrativo desencadenando el ‘coup de grâce’ de las heroínas en un ataque testicular como la más absoluta declaración de intenciones. Tal acto conlleva hacer la versión netamente femenina de Los cazafantasmas y sufrir en sus carnes la ira de parte del público, pero Paul Feig tampoco desea olvidarse de los suyos. Fichando a Kate McKinnon y Leslie Jones de Saturday Night Live —entre otros integrantes— o a parte del reparto de Other Space —la serie que creó para Yahoo TV—, la idea es rodearse de un entorno principalmente cómico aunque tengamos más referencias que chistes en el libreto. Los problemas de la cinta de Feig, por lo tanto, son otros en ese juego conexiones. Pese a que el director de La boda de mi mejor amiga hace sus acertadas reverencias respecto al material primigenio con varios cameos y una dedicatoria final a Harold Ramis en los créditos —aparte de un visible busto a modo de monumento—, la esencia ha quedado muy difuminada. Olvídese de una reivindicación sobre la creación de un modelo de negocio en el que no existe competencia y cíñase a un viaje borroso e impreciso emocionalmente. El conflicto de Erin Gilbert (Kristen Wiig) es no volver a abandonar a su mejor amiga (McCarthy) y dejar de ser esa ‘chica fantasma’ tras una experiencia paranormal en la infancia que marcó su vida posterior —y que se ha convertido irónicamente en un fantasma que la sigue a todas partes—. Paul Feig tampoco desea escarbar demasiado en tal material dramático posicionando una columna vertebral sobre la que tampoco se apoya en demasía, como si su mera intromisión ya fuera un gran sacrificio al concepto de diversión que propicia el guion; más centrado en encajar en los moldes de la actual industria cayendo en la desordenación de elementos e ideas como parte de un proceso de un montaje en ese habitual temible (y normalmente terrible) ‘final cut’. La nostalgia acaba siendo una fuente para entablar un diálogo entre el pasado y ese presente que plasma una película en cuyos cameos y visibles referencias, como el Hombre de Malvavisco o Moquete, forman capas sobre las que asentar sus aciertos visuales como ese desfile espectral que engloba varias fiestas neoyorquinas. El film funciona, evidentemente, como un pasatiempo veraniego que amolda ciertos incisos aterradores con un clímax apocalíptico sin que la irreverencia empañe los ratings soñados por el estudio. Pero la cuestión sigue estando, cual vómito ectoplásmico, encima de la cabeza del espectador: ¿qué ha hecho mal Paul Feig para ganarse todo ese odio?

Cazafantasmas (Ghostbusters) - Kristen Wiig, Gertrude Aldridge

Conviene recordar que muchos proyectos que se abrigaron en la comedia para diseccionar y/o parodiar ciertos géneros no funcionaron a todos los niveles, fracasando a nivel de recepción de la crítica o dándoles la espalda el público. En la lista pudiéremos incluir desde Mystery Men de Kinka Usher a Scott Pilgrim contra el mundo de Edgar Wright pasando por Dark Shadows de Tim Burton. E incluso convendría recordar el odio que generó Scooby Doo de Raja Gosnell con un libreto de James Gunn. El concepto de la nostalgia ha llegado al final de su camino y elevación gracias a Stranger Things en Netflix, como si las tonalidades de baldosas recientemente colocadas (Pesadillas, Krampus – Maldita Navidad, Kung Fury, Bienvenidos al fin del mundo e incluso La Lego película) dieran sentido a un gran todo. No obstante, las intenciones de Paul Feig no son de dotar de profundidad un escueto discurso —que no va más allá del poder de la amistad (y de hacer lo correcto)— sino confeccionar un entretenimiento veraniego satisfactorio y refrescante con humor y acción. Todo en Cazafantasmas resulta más superficial que plano, con un villano que trata de doblegar el universo a su voluntad y no esconde su plan ni siquiera al público, confesando sus intenciones desde las primeras secuencias que protagoniza y que, para colmo, podría ser extrapolable a cualquier otra producción fantástica. Interesa acercarse a la cinta desde ese prisma en que podemos contraponer piezas que revelaba el film original y ahora han evolucionado y mutado en nuestro presente. Y, sobre tal territorio, también se plantean las contradicciones en las soluciones formales/argumentales de los blockbusters, donde el guionista elige en todo momento qué destruir/regenerar o si los fantasmas puede ser solamente contenidos o incluso destruidos a libre conveniencia. Además, la elección del gran monstruo final obedece a enfrentar de nuevo a las nuevas cazafantasmas con ese icónico y ‘logotípico’ recuerdo del pasado que ha de ser enterrado para siempre. ¿Podrán conseguirlo o ellas mismas fueron enterradas cuando se anunció el proyecto?

Cazafantasmas (Ghostbusters) - Slimer, Pegajoso, Moquete

¿Y qué nos queda, entonces, en el presente? ¿Aceptamos este punto de inicio como una difusa concepción que cabalga entre el homenaje, el reboot y la precuela? La propia ficción que despliega el libreto de Katie Dippold y Paul Feig pudiera darnos las respuestas. Son tiempos difíciles en los que una mera sopa se convierte en un drama y en el que las redes sociales y la televisión marcan una rotunda negación a cualquier revelación. Todo es cuestionado y sometido al designio de la viralidad, donde trolls y haters campan a sus anchas y destruyen cualquier objeto o expresión que es reproducido en la red por verídico o científico (?) que sea. Es sugerente que comprobemos que en la era presente existen ciertas imposibilidades de replicar el pasado, como si el nuevo centro de operaciones de las protagonistas, tras declinar alquilar el mítico escenario original por su elevado precio, nos posicionara en un alegato respecto a que en la actualidad hay que ganarse todo: desde el respeto social y político trabajando muy duro y con todo tipo de contratiempos. Inclusive la política ha perdido efectividad, inteligencia, aptitud y, sobre todo, ser responsable si nos amparamos a la evolución del alcalde Lenny Clotch, su equipo y los agentes gubernamentales. Si bien en los 80 veíamos como unos científicos construían un negocio tan llamativo como necesario —ante la creciente actividad fantasmal en Nueva York— y, rápidamente, eran abrazados por los medios y la sociedad incluso siendo portada de la revista Time, en Cazafantasmas nuestras heroínas también parten del desprecio de las instituciones de altos estudios pero colisionan con la desacreditación y ninguneo tanto de políticos como de internet, medios o supuestos expertos (Bill Murray). Resulta sorprendente, además, que el final de ese camino por parte de las protagonistas no sea construir un imperio empresarial y bañarse en el aplauso y respeto de las multitudes, como los originales cazafantasmas, sino seguir operando en las sombras y viviendo de las subvenciones públicas en tiempos de paranoia social, política y gubernamental constante. Esas dicotomías internas de la historia desconocemos si son producto del despropósito de una inexistente cohesión en la historia o, simplemente, un planteamiento añadido nacido desde la inconsciencia. Tal vez las intenciones finales son revelar al público que nos tomamos todo demasiado en serio, que convertimos la intrascendencia de un pasatiempo o la diversión más ligera en un grave ataque personal y burla sobre nuestra persona. Todo ha acabado siendo un insulto a la inteligencia del espectador y contrariamente somos más excesivos, más estúpidos y, consecuentemente, más manejables por el sistema y los mass medias, parece decirnos el film de Feig. Y quizás este film sirva al público para contraponerlo al original y ver cómo hemos cambiado y también el modo en el que las producciones audiovisuales definen el mundo en el que vivimos. Al fin y al cabo, es coherente que la película acabe siendo un espectro delante de esos espectadores armados para aniquilar cualquier energía ectoplásmica que surja del lugar. Ya no hay fe en el cine ni como fugaz entretenimiento. Si algo, por el contrario, se puede criticar a Cazafantasmas es que no ha sido ese antídoto y revulsivo que el mainstream necesitaba salvo que sus intenciones sean de acercarnos a un apocalipsis en ciernes tanto dentro como fuera de la pantalla. Posiblemente aquí haya faltado alguna referencia política como ver a un gigante y monstruoso Donald Trump arrasando con todo EEUU… mientras Hillary Clinton prepara su disparador nuclear de protones para mandar a la bestia a una dimensión paralela. Si considera que la secuencia anterior al igual que esta película es sexismo, entonces, usted tiene un problema; un gran y grave problema.

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